Debido a sus inmensos océanos, nuestro sistema planetario, la Tierra, se identifica como el planeta azul. La vida, es decir, su biodiversidad, está asociada al agua, y el hombre y la mayoría de sus alimentos dependen de la disponibilidad de agua dulce.

La descripción del agua en el planeta se puede realizar considerando los volúmenes en las diversas formas en que se presenta (océanos, hielos, acuíferos, lagos, humedad del suelo, humedad del aire, ríos, agua biológica, etcétera) y, por otro lado, el ciclo hidrológico, en el que se establecen los diversos flujos (precipitación, evaporación, escorrentía superficial y subterránea, transpiración, etcétera).[1]

Ayer se celebró el Día Internacional del Agua. Es frecuente escuchar como una preocupación que menos de 1% del agua del planeta es dulce. Incluso una descripción más detallada de la presencia de agua dulce muestra que la disponible, es decir, la accesible a los ecosistemas terrestres, es menor a 0,1% del total del agua del planeta. En la medida en que lo preocupante es comparar la disponibilidad y la demanda de agua, la comparación de los volúmenes nada nos dice de los riesgos en la accesibilidad al agua dulce.

Para poder comprender dónde está el principal riesgo en el equilibrio de la biosfera, se debe analizar cómo es la renovación del agua en cada una de las formas que se presenta, teniendo en cuenta los flujos establecidos en el Ciclo Hidrológico.[2] Combinando los flujos de agua y los volúmenes en cada una de sus formas, se establecen los tiempos de renovación o de residencia del agua: los hielos, 10.000 años; los océanos, 2.500 años; los glaciares, 1.600 años; los acuíferos, 1.400 años; los lagos, 17 años; los pantanos, cinco años; los ríos, 16 días; la atmósfera, ocho días; y el agua biológica de algunas horas a pocos días, de acuerdo con la complejidad de los organismos.[3]

El equilibrio del ecosistema terrestre pasa por la reposición del agua biológica, de la que el agua biológica del hombre representa sólo 0,015%.[4] La reposición de toda el agua biológica, por ejemplo, es equivalente a 10% del agua de la atmósfera; esto indica que, en valores promedios, en el ciclo hidrológico se dispone del agua demandada por la biodiversidad.

La materia orgánica de la naturaleza se adapta a la oferta espacial y temporal de agua, pero no así el agua demandada por el hombre para su consumo directo y la producción de alimentos, especialmente de los cultivos y el ganado, dado que el afincamiento en el territorio depende de decisiones políticas y económicas, y en el crecimiento poblacional tiene una gran incidencia la cobertura sanitaria. Cuando la oferta espacial y/o temporal del agua es superada por la demanda, desde los egipcios el hombre construye obras hidráulicas para asegurar su abastecimiento.

Riqueza

La disponibilidad de agua dulce resulta de la evaporación del agua de los océanos, la circulación en la atmósfera, la precipitación en los continentes, la recarga del suelo, los acuíferos y los lagos, y la escorrentía en ríos y arroyos. En ese proceso son determinantes la radiación solar y el agua de los océanos; que el ciclo sea permanente da una falsa idea de que la disponibilidad de agua es infinita, más aun si comparamos el volumen de agua dulce con el de los océanos.

Un análisis más realista del acceso al agua dulce resulta de comparar, por ejemplo, la disponibilidad de agua por escorrentía (47.000 kilómetros cúbicos por año), con la demanda que realiza el hombre. Si bien es muy pequeña la cantidad necesaria para reponer el agua biológica de los seres humanos, si se le suma a la ingesta, el agua destinada a la higiene y la elaboración de alimentos, se estima una demanda de 200 litros por día y por habitante, de lo que resulta una relación con la escorrentía de uno a 100.[5] Si se agrega lo ocupado en el riego y en la industria, la demanda en promedio es de uno a diez respecto de la escorrentía. Si se toma en cuenta que la población y la oferta de agua no están uniformemente distribuidas en el planeta, se tienen zonas de sobreabundancia de agua y zonas con fuertes restricciones en el acceso, incluso para el consumo humano.

A las dificultades en el acceso al agua, debido a cómo se presentan la población y las precipitaciones en el territorio, se agrega la variabilidad temporal, en el año (estacionalidad) y entre un año y otro. La variabilidad espacial y estacional de la precipitación determina el tipo de producción agrícola del territorio, y la variabilidad temporal del clima determina el riesgo hídrico. Las obras hidráulicas que buscan mitigar las dificultades son económicamente razonables cuando se trata de la variabilidad temporal, en particular la estacionalidad (represas), pero pueden ser poco razonables, por ejemplo, los trasvases para mitigar la variabilidad espacial. Ejemplos como la construcción “política” del canal Tajo-Segura entre el norte y el sur de España, como una emulación de los acueductos romanos, o la lógica resistencia en Brasil de trasvasar agua al nordeste, abonan en el sentido de que la producción en el territorio se debe corresponder con la disponibilidad natural de agua. Para el consumo humano, en grandes ciudades continentales como Madrid y Ciudad de México se realizan trasvases desde cuencas alejadas cientos de kilómetros, los que, si bien tienen un muy alto costo, son financiables por las tarifas. El acceso al agua de las poblaciones en la mayoría de los países no desarrollados tiene como principal restricción la falta de recursos económicos para financiar las obras hidráulicas necesarias, lo que constituye una de las caras de la pobreza.

Un ejemplo de cómo una intervención política negativa afecta el acceso al agua y degrada el suelo es el de África, donde los colonizadores establecieron fronteras que impidieron las prácticas agrícolas ancestrales, siguiendo en el nomadismo la disponibilidad de agua. Ya en los años 60 del siglo pasado se identificaba como causa del avance al sur del desierto del Sahara la sobreexigencia de las tierras en las que fueron obligadas a asentarse las tribus nómadas; África central es un ejemplo paradigmático.

El agua subterránea es la fuente de abastecimiento de la mayor parte de los habitantes del planeta que no viven en grandes ciudades. Las características hidráulicas de los acuíferos, en particular su lenta recarga, en general determinan que son fuentes sustentables de agua potable para pequeñas poblaciones. El crecimiento de usuarios y la potencial contaminación de los pozos por malas prácticas comprometen la disponibilidad de agua en cantidad y calidad, y revertir su degradación es sumamente difícil y costoso.

El valor económico del agua y su “exportación”

En todos los países el agua se jerarquiza para el abastecimiento humano, lo que implica postergar otros usos, en particular en la agricultura y la industria. Esto obliga al sinceramiento de la producción agrícola, de acuerdo con la disponibilidad de agua a nivel de un país y entre los países en el planeta. De hecho, se establece una división internacional, en la que los países con menor disponibilidad de agua compran los alimentos en los países donde existe un excedente de agua, por lo que aquellos financian la importación de agua en los alimentos, exportando productos industriales y servicios; eso es lo que está sucediendo en China, India y el sureste asiático.

Si bien la producción de alimentos está acotada en su desarrollo por la fotosíntesis y las tierras disponibles, aún es posible un gran crecimiento, en particular con un buen manejo del riego, ampliando las áreas a sembrar, la productividad por hectárea y la estabilidad en la producción.

Para alcanzar esos techos productivos, pero también para establecer un desarrollo productivo diversificado, es necesario un fortalecimiento del sistema educativo y del área científico-técnica, requeridos para estimular los servicios (informática, turismo, asesoramiento técnico, etcétera), la incorporación de tecnologías en la actividad agrícola e industrial, y especialmente en el monitoreo, el análisis y la gestión de los recursos hídricos.

Responsabilidad

Uruguay, inserto en una América del Sur en la que a través de sus cinco grandes cuencas transfronterizas -Amazonas, Plata, Orinoco, Merín y Titicaca- comparten territorio todos los países del subcontinente, excepto Chile,[6] se caracteriza por una muy alta disponibilidad de agua por kilómetro cuadrado y una relativamente baja densidad de población, por lo que sus habitantes, en promedio, son los más “ricos” del planeta en disponibilidad de agua. En Uruguay, la precipitación media anual es 50% superior a la precipitación media sobre los continentes.[7]

Esta alta disponibilidad de agua en nuestro subcontinente nos llama a la responsabilidad para desarrollar una gestión adecuada de los recursos hídricos. A nivel transfronterizo, en las cuencas del Amazonas, Plata, Merín y Titicaca se establecieron tratados y acuerdos que hacen a la gestión integrada del recurso agua si se les suma el proyecto del acuífero Guaraní respecto de las aguas subterráneas, y que califican a América del Sur en la avanzada internacional en la gestión de los recursos hídricos transfronterizos. Esos procesos institucionales acompañaron, en la última mitad del siglo XX, al decenio hidrológico internacional conducido por la UNESCO (1965-1975), y las convenciones internacionales posteriores que abarcaron los humedales, el desarrollo sostenible, la biodiversidad, la desertificación, etcétera.

En Uruguay los antecedentes en la gestión de los recursos hídricos se remontan a los inicios del siglo XX, cuando se estableció una densa red de monitoreo de precipitaciones y caudales, información imprescindible para el diseño de obras hidráulicas (puentes y represas), asociadas a las principales rutas del país, el abastecimiento de agua potable en Aguas Corrientes y la generación hidroeléctrica de la represa de Rincón del Bonete, dando respuesta a la demanda de desarrollo establecida en el primer período batllista.

En las últimas décadas del siglo XX se realizaron nuevas represas hidroeléctricas (Baygorria, Palmar y la binacional de Salto Grande), con lo que se completó el potencial de generación hidroeléctrica del país y se dio respuesta al crecimiento de la economía; en cuanto al agua potable, se construyó la reserva de agua en Paso Severino, con lo que se le dio sustentabilidad al crecimiento de la población y la mejora de la calidad de vida; por otra parte, en una producción agropecuaria caracterizada por pasturas naturales y cultivos de secano, se expandió la construcción de represas destinada a riego, mayoritariamente dirigidas al cultivo de arroz.

Con el crecimiento del riego, se sistematizaron las autorizaciones para tomas directas de agua. Para canalizar los conflictos por el acceso al agua durante las sequías, se instalaron las Juntas Regionales de Riego, integradas por las autoridades de agua y suelo y por representantes de los regantes, lo que se transformó en un antecedente de las comisiones de cuenca.

La evolución del Producto Interno Bruto nacional[8] y del volumen físico del sector agropecuario,[9] además de describir el crecimiento de la economía y de la calidad de vida de la población, permite estimar que la producción de materia orgánica, que es acompañada por la demanda de agua, se duplica entre los períodos 1900-1950, 1950-2000 y 2000-2015. El incremento de la demanda de agua en cada período es o debe ser acompañado por la incorporación de nuevas obras hidráulicas. El actual período se caracteriza, además de por la aceleración de la demanda, por el surgimiento de problemas en la calidad de las fuentes de agua, fruto de la mayor cantidad de efluentes, principalmente de nutrientes, como el fósforo y el nitrógeno, provenientes de los fertilizantes. Anticipándose a esta realidad, en la década de 1990 se estableció la Ley de Protección de Suelos y Agua, con el objetivo de regular las prácticas agrícolas para disminuir la erosión de los suelos, principal transporte de nutrientes a los cuerpos de agua.

Con la creación de la autoridad ambiental (1990) se sistematizaron los controles en los efluentes industriales, y la OSE, responsable del desarrollo de sistemas de alcantarillado sanitario en el interior del país, en las últimas décadas ha incorporado sistemas de tratamiento más exigentes. Luego de más de diez años de aprobada la ley, la autoridad de suelos sistematizó su aplicación, y en los últimos años se comenzó a incorporar el control ambiental de los establecimientos agropecuarios.

El autor

José Luis Genta es ingeniero, profesor titular de Mecánica de los Fluidos, Instituto de Mecánica de los Fluidos e Ingeniería Ambiental (IMFIA), Facultad de Ingeniería, Universidad de la República. Fue director nacional de Agua entre 2006 y 2011 y secretario general del Comité Intergubernamental Coordinador de los Países de la Cuenca del Plata entre 2011 y 2015.

En paralelo a estos procesos se fue instalando la necesidad de la gestión integrada de los recursos hídricos, incorporando la sustentabilidad ambiental y la participación social a los mecanismos desarrollados entre autoridades de agua y suelo y los usuarios públicos (UTE y OSE) y privados (regantes).

Un hito institucional fundamental fue la reforma del artículo 47 de la Constitución, promovida por la sociedad civil y aprobada por más de 60% de la ciudadanía, ya que, además de responder al empuje privatizador de los servicios de agua potable y saneamiento, en el artículo constitucional se incluyeron los conceptos básicos para la gestión de los recursos hídricos: cuenca, integridad del ciclo hidrológico, participación, desarrollo sustentable, etcétera. En el Presupuesto 2006-2010, la implementación de la reforma constitucional derivó en el pasaje de la autoridad de agua al Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente, con la creación de la actual Dirección Nacional de Agua, y la elaboración con la más amplia participación de la Ley de Política Nacional de Agua, que reglamenta el artículo 47, finalmente aprobada, en octubre de 2009, en forma unánime en ambas cámaras legislativas.

A partir de 2010 se inició la creación de comisiones de cuenca (en la Laguna del Sauce) y se instalaron los tres Consejos Regionales de Recursos Hídricos, que abarcan todo el territorio (el río Uruguay, la Laguna Merín, el Río de la Plata y su frente marítimo). Estos consejos son integrados por los gobiernos nacional y departamentales, los usuarios públicos y privados y la sociedad civil. Estos pasos ubican a Uruguay, junto con Brasil, en la avanzada de la gestión integrada de los recursos hídricos entre los países de la región.

Desafíos

Para responder a la mayor demanda de agua y a la mayor contaminación de las fuentes, se pueden establecer diversas respuestas complementarias. Por ejemplo, construir nuevas obras hidráulicas, represas y pozos en las cuencas y acuíferos actualmente utilizados; incorporar nuevas cuencas y acuíferos para responder al crecimiento en la demanda de agua potable y riego; mejorar el uso de las fuentes de agua, ya que son más eficientes en la distribución y uso del agua potable, en el manejo del agua para riego y generación hidroeléctrica, y en el control de efluentes.

Un importante desafío es el de asegurar la sostenibilidad de la producción, con un adecuado manejo del riesgo hídrico, de acuerdo con la vulnerabilidad de los diversos usuarios. Para ello es necesario avanzar en el conocimiento de la variabilidad climática y sus impactos, así como establecer estrategias para el manejo de los eventos extraordinarios de sequías e inundaciones, como parte de la gestión integrada de los recursos hídricos.

Los ya instalados Consejos Regionales de Recursos Hídricos, por intermedio de las unidades técnicas previstas en la Ley de Política Nacional de Agua, son una instancia más que adecuada para acordar y desarrollar las acciones que resultan de las diversas respuestas.

La complejidad, resultante de haber llegado a un uso muy exigente de las fuentes de agua, comprometiendo asegurar la demanda en cantidad y calidad, exige pensar una ampliación e integración de las redes de monitoreo, las de precipitación, caudales, calidad, erosión de los suelos, entre otras, de forma de poder cuantificar los problemas que se identifican y elaborar las respuestas más adecuadas.

Las unidades técnicas deberían disponer de recursos técnicos propios, que coordinen con los técnicos aportados por todos los actores -gobierno, usuarios y sociedad civil-, de forma de ajustar las redes de monitoreo y el sistema de información a los análisis y estudios necesarios para la gestión de las fuentes de agua. A los tradicionales estudios y modelos para el diseño de las obras hidráulicas, como los embalses, vertederos y puentes, se agrega la necesidad de modelos exigidos para una gestión integrada de los recursos hídricos, que considere también los usos, tomas y efluentes, así como las demandas ambientales.

La evaluación y elaboración de medidas por los impactos de la variabilidad climática pasa por combinar los modelos meteorológicos y climáticos de alcance global y regional con los modelos hidrológicos (calidad/cantidad) de alcance local (cuencas y regiones hidrográficas) y regional (cuenca del Plata, río Uruguay y laguna Merín).

En el Programa Marco para el Desarrollo Sostenible de los Recursos Hídricos de la Cuenca del Plata, implementado por el Comité Intergubernamental Coordinador de los Países de la Cuenca del Plata, se ha desarrollado un proyecto piloto demostrativo en la Cuenca Binacional del Río Cuareim-Quaraí. En este, autoridades, técnicos y sociedad civil de todas las disciplinas, de Brasil y de Uruguay, han desarrollado un ejemplo paradigmático respecto de la gestión integrada de los recursos hídricos.

Los antecedentes nacionales y regionales permiten ser optimistas con respecto a la posibilidad de responder en forma adecuada a los desafíos. El ejemplo de la Cuenca del río Cuareim es un buen antecedente para los desafíos instalados en cuencas como las del río Santa Lucía, la Laguna del Sauce o la Laguna del Cisne, así como para avanzar en una coordinación regional en la estratégica Cuenca del río Uruguay, y en nutrir la agenda de la Comisión Binacional de la Laguna Merín, en las cuales, además, se agrega el desarrollo de la navegación fluvial.

Por último, Uruguay también se destaca, en algunos de ellos en solitario, por la instrumentación de un rico marco normativo en ambiente, suelos, territorio y agua, por lo que la instalación del Consejo Nacional de Agua, Ambiente y Territorio, previsto en la Ley de Política Nacional de Agua, sería un aporte importante para profundizar en la coordinación de las diferentes políticas que aportan al desarrollo sustentable del país.

Notas:

  1. Ver páginas. 4 y 5 de “World Water Balance and Water Resources of the Earth (UNESCO 1978)”.

  2. En promedio la precipitación sobre los océanos es de 1.270 mm/año y sobre los continentes es de 800 mm/año; la evaporación: desde los océanos es de 1.400 mm/año y desde los continentes es de 484 mm/año; la escorrentía desde los continentes a los océanos es de 316 mm/año (ríos 301; acuíferos 15). El ciclo hidrológico se cierra en la atmósfera, donde 316 mm/año son transferidos desde los océanos a los continentes como parte de la circulación atmosférica.

  3. Ver aquí.

  4. Resulta de considerar una población de 7.000 millones de habitantes, de 36 kilos de peso cada uno, y que el cuerpo humano es 67% agua.

  5. El consumo potencial mundial se estimó en 511 kilómetros cúbicos por año, asumiendo una población de 7.000 millones de habitantes y un consumo por habitante de 200 litros por día por habitante.

  6. Las cinco cuencas representan 62% del territorio de América del Sur.

  7. La precipitación promedio en Uruguay es de 1.200 mm/año (1.000 mm en el sur y 1.400 mm en el norte).

  8. Bértola, L; Isabella, F; Saavedra, C, “El ciclo económico del Uruguay, 1998-2012”. FCS-Udelar, Documento online n°33, junio 2014. ISSN 1688-9037. Al analizar el Gráfico 1.1: PIB, Población y PIB per cápita, Uruguay 1870-2012 (1913=100), pág. 6, se deduce que aproximadamente la evolución del PIB se duplicó entre los tres períodos considerados (1900-1950, 1950-2000 y 2000-2012).

  9. Araujo, M; Castro, P; Willebald, H, “Localización geográfica del valor agregado agropecuario en Uruguay en el largo plazo (1908-2000). Cuantificación y hechos estilizados”. INCON, FCEA, Udelar, Serie Documentos de Trabajo, DT 19/2015, Diciembre 2015. ISSN 1688-5090. Al analizar el Gráfico 4. Índice de volumen físico de la producción agropecuaria e Índice de productividad de la tierra en el sector agropecuario, 1908-2000 (1908=100), pág. 27, se deduce que aproximadamente la evolución física del sector agropecuario se duplicó entre la parte inicial y final del siglo XX.