Todo empieza con una idea de una persona. Luego esa idea se comparte y se convierte en algo diferente: un proyecto. El proyecto “Una escuela sustentable” es un proyecto abierto para el que se quiera hacer de él. Primero estuvo Tagma, la organización que se creó para articular el proyecto. Luego estuvieron Michael Reynolds y su método constructivo, las empresas que nos apoyaron, la academia que nos prestó atención, las instituciones públicas que nos fueron dando las autorizaciones y, sobre todo, la comunidad que recibió este proyecto.

A medida que cada actor y cada persona se fue sumando, fuimos avanzando en un proyecto que muta, se adapta, se expande. Pero hay cosas que no se negocian.

Este proyecto no es el sueño de unos pocos implantado como una verdad revelada en ningún lado. Si no impulsamos a quienes deben apropiarse del edificio y la idea a hacerlo, entonces no vale nada. Para eso trabajamos duro, creamos un área comunitaria y educativa dentro de Tagma que se abrazó con los vecinos de Jaureguiberry, las organizaciones locales, los padres y los niños de la escuela. Hoy el proyecto es tanto de ellos como nuestro (dónde terminamos nosotros y dónde empiezan ellos es hoy un dulce misterio). Fueron parte de la idea, de la ejecución y serán los principales responsables de que el edificio cumpla con su cometido.

Este proyecto es en Jaureguiberry porque allí se nos señaló que se necesitaba una escuela, porque allí la comunidad la reclamaba. Podría haber sido en cualquier otro rincón del país. Allí habríamos ido con los estudiantes de todo el mundo que nos ayudaron a levantar el edificio. También con Reynolds, con su equipo y con las decenas de voluntarios que hicieron de este proyecto su proyecto. Fue Jaureguiberry, ojalá mañana pueda ser otro lugar. Queríamos hacer una escuela donde se necesitara una escuela y no en un lugar al azar.

Este proyecto debía ser un aporte a la educación pública. Porque es ahí donde confiamos que los cambios sucedan, y porque mediante el mismo proyecto apostamos a impulsar esos cambios.

Uno puede sentarse en un sillón a hacer conjeturas con cierta intención reflexiva. Puede conversar, en ese sillón, con alguno de los pintorescos y entrañables personajes que han pasado por Jaureguiberry en las últimas semanas. Pero desde allí es difícil distinguir cuánto hay de humo y cuánto de trabajo. Es difícil medir el impacto real de años de trabajo voluntario, de miles de horas de conversaciones y negociaciones y debates. Es imposible sacar la cuenta de cuántas cabezas se fueron a la cama anoche pensando en este proyecto que se hace realidad.

“Una escuela sustentable” es la excusa. Un edificio vivo que no sólo nos desafía a vincularnos de una forma más responsable con el medio que nos rodea, sino que además nos propone el desarrollo de relaciones humanas sustentables. Para eso trabajamos. Y hablo en plural sin saber exactamente a cuántas personas estoy incluyendo, pero con la feliz certeza de que son muchas más de las que podría contar.