Por cuatro siglos, y como consecuencia del tráfico de esclavos, Brasil recibió inmigración forzada desde África. La abolición de la esclavitud respondió a intereses económicos, desprendida de cualquier plan o política social que integrase a los libertos, e hizo que los esclavos continuasen al margen de la sociedad.
Hasta hoy, 127 años después, viven las consecuencias nuevos inmigrantes en las haciendas de café en el sudeste, soldados del caucho en el norte, cortadores de caña de azúcar del nordeste, trabajadores de las haciendas de ganado vacuno del centro oeste, y los que trabajan en el agronegocio, la deforestación, en las casas de prostitución, en los talleres de costura.
Formas modernas de esclavitud
Sobre el esclavo moderno el empleador no ejerce el derecho de propiedad, pero sí el uso y el abuso, que puede resultar aun peor, porque no es responsable de la “conservación”. Es más, descarta a las personas después de explotarlas más allá de sus límites en diversos servicios, como el doméstico, por lo general de duración limitada. Carboneros, desbrozadores de pasto o cortadores de caña de azúcar del siglo XXI tienen una esperanza de vida inferior a la de algunos esclavos de los siglos anteriores.
Una persona brasileña o un inmigrante en Brasil no se convierte en esclavo necesariamente por ser negro, sino por su persistente marginación social y económica, aunque la ascendencia africana sigue ofreciendo el mayor contingente de personas. Grilletes y barrotes ya no son los medios comunes para someter a los otros: los esclavos de “precisión” son trabajadores sin tierra, sin alternativas, que migran en busca de sustento a cualquier precio, víctimas de las promesas de los traficantes organizados. Trabajo degradante, jornadas agotadoras, deudas, humillaciones, amenazas y violencia, junto con el aislamiento, son eficaces cadenas de cautiverio.
Trabajo esclavo en la Amazonia [1]
Ananás y Angico son dos pequeños pueblos del norte de Tocantins, que viven la pesadilla del trabajo esclavo. Sin alternativas de empleo o ingresos suficientes para mantener a la familia, los trabajadores acaban aceptando cualquier tipo de oferta realizada por los agricultores en las comunidades ubicadas en el sur de Pará. Hay decenas de relatos de viajes dramáticos hasta los confines del río Xingú en la conocida región de Iriri -a 900 kilómetros de Ananás-, donde cada semana barcos cargados de peones, o camiones y autobuses fletados, llevan nuevos contingentes de trabajadores.
Uno de los que habita en Ananás cuenta que recibieron un bono de 200 reales y que el agricultor les advirtió que si alguien se enferma, él no presta ayuda, ni su camioneta lleva enfermos; cada quien debe resolver cómo salir a la carretera y llegar a la ciudad (la más cercana queda a 140 kilómetros). Otras personas relatan que llegaron a la localidad unos 50 trabajadores después de viajar tres días en un ómnibus alquilado y ocho horas en un tractor. Al llegar, la comida era pobre y poca. El alojamiento en el bosque era de lona de plástico y las herramientas para trabajar debían comprarlas, especialmente la hoz, a diez reales. Los trabajadores decidieron retirarse debido a las amenazas y a la falta de cumplimiento de los acuerdos. Para salir de la hacienda, caminaron más de dos días, alrededor de 120 kilómetros, hambrientos y durmiendo en el bosque.
De La Paz a San Pablo
Ronaldo trabaja desde los 14 años, cuando se fugó de su casa por la violencia de su padrastro. Desde entonces, mantiene poco contacto con sus cuatro hermanos y el resto de su familia. “Me fui con lo puesto, sin documento, sin ropa, sin nada”. En su último empleo en La Paz, Bolivia, era mozo en una casa de huéspedes, donde vivía, y cobraba poco más de 130 reales por mes. Fue allí que recibió una invitación para trabajar en Brasil.
El coyote le ofreció trabajo un lunes de enero de 2011 y el jueves siguiente lo llevó a Brasil.
Esclavizar en los prostíbulos
En Várzea Grande, Estado de Mato Grosso, 24 personas fueron rescatadas de la explotación sexual. Las mujeres eran explotadas sexualmente y se les impedía salir de la discoteca a menos que pagaran una tarifa. Además de 20 mujeres jóvenes, también había cuatro hombres sometidos a jornadas extenuantes.
Mantenidas en malas condiciones de vivienda y hacinadas en el interior del club nocturno Star Night, las mujeres se veían obligadas a permanecer casi 24 horas a disposición del dueño de la propiedad, que se encuentra a poco más de un kilómetro del centro de Várzea Grande y a un kilómetro del aeropuerto internacional Mariscal Rondon. No tenían ningún tipo de derechos, como el descanso semanal gratuito, garantizado por la ley, ni tampoco gozaban de domingo o día festivo. Algunas llegaron a firmar un contrato que les impedía la salida del lugar de trabajo si no pagaban por ello.
Ronaldo hizo un largo viaje en ómnibus: de La Paz a Cochabamba, luego se dirigió a Santa Cruz de la Sierra; a través de Puerto Quijarro llegó a Corumbá, Mato Grosso, y finalmente a San Pablo. Cuando estaba en la línea de frontera entre Brasil y Bolivia, el coyote le entregó un documento a Ronaldo, sin decirle nada. “Yo no entendía, no sabía cómo iba a pasar, simplemente le mostré el documento a la policía y pasé”. Una vez que cruzó la frontera, el documento le fue retirado. Era el carnet de identidad de otra persona.
La condición de inmigrante indocumentado es un elemento determinante en la relación entre el empleador y el empleado, y se convierte fácilmente en una relación de dependencia y coacción. El miedo a ser deportado o incluso detenido por las autoridades brasileñas es constante y utilizado por el empleador como forma de coerción.
Atraído por las promesas de un buen trabajo y buenas condiciones de vida, el trabajador tuvo dos opciones al llegar: pagar el viaje o trabajar para el coyote durante un año sin recibir remuneración, y además con la condición de no buscar empleo en otros lugares. Sin dinero, finalmente se sometió a las restricciones impuestas.
El coyote que lo llevó a Brasil tenía un taller de costura en Villa Guilherme, Zona Norte de San Pablo. En el lugar, aprendió a coser. Ronaldo cosía todo el día, desde las 7.00 hasta las 23.00. Los días pasaban y el dueño del taller se volvió cada vez más exigente con la cantidad y la velocidad del trabajo.
Dos semanas después de llegar a San Pablo, Ronaldo tuvo un dolor de muelas y consiguió prestados de una costurera tres reales para comprar remedios. Salió a buscar una farmacia y se perdió. Dio vueltas desde las 7.00 hasta las 14.00 sin encontrar el camino. No sabía cómo pedir ayuda. La primera boliviana que encontró en la calle fue quien le tendió una mano.
Contexto actual
Estos ejemplos justifican que en Brasil se haya comenzado a estructurar una política contra la esclavitud contemporánea con la institucionalización de la Comisión Nacional de Erradicación del Trabajo Esclavo (Conatrae), bajo la coordinación de la Secretaría Nacional de Derechos Humanos, integrada por diversos representantes del gobierno, de los trabajadores, de los empleadores y de la sociedad civil. El documento marco de este trabajo es el Plan Nacional de Erradicación del Trabajo Esclavo, adoptado en 2003 y revisado en 2008, cuando surge una segunda versión.
Consecuencia del plan fue la alteración del artículo 149 del Código Penal por la ley No 10.803/03, que tipifica de manera más precisa las conductas que caracterizan este crimen, incluyendo la servidumbre por deudas y la sujeción de los trabajadores a condiciones degradantes. Otro resultado de estas movilizaciones fue la concesión del seguro de desempleo para los trabajadores rescatados y la creación de “una lista sucia” que registra a los empleadores criminales.
Estas acciones, producto de la legislación en el tema y del conjunto de las políticas públicas desarrolladas en los últimos 20 años, situaron a Brasil como un ejemplo global de combate a la esclavitud contemporánea.
Creada por Fernando Henrique Cardoso, mejorada por Lula da Silva, que amplió los mecanismos de combate a ese crimen, y mantenida por Dilma Rousseff, la política nacional se hizo carne en algunas zonas gracias a gobernadores y alcaldes, como el prefecto de San Pablo, Fernando Haddad.
Desde 1995, el sistema nacional de combate al trabajo esclavo rescató cerca de 50.000 personas en operaciones de control de haciendas de ganado, soja, algodón, frutas, caña de azúcar, carbón, obras de construcción, talleres de costura. En ese período, el problema dejó de ser visto como una cuestión restringida a las regiones agropecuarias y pasó también a ser un problema de grandes centros urbanos.
Son cuatro elementos los que definen la esclavitud contemporánea: el trabajo forzado, la servidumbre por deudas, las condiciones degradantes (cuando se pone en peligro la salud y la vida de los trabajadores) y las jornadas extenuantes (cuando los trabajadores son sometidos a esfuerzos excesivos o a sobrecarga de trabajo que acarrea daños a la salud o riesgo de muerte).
Algunos legisladores afirman que es difícil definir estos dos últimos elementos y que generan “inseguridad jurídica”. Sostienen que las condiciones en las que se encuentran los trabajadores, por más indignas que sean, no son importantes a la hora de definir una situación de trabajo esclavo, que lo único determinante es si hay libertad de movilidad restringida.
Hay al menos tres proyectos presentados en el Congreso Nacional que buscan reducir el concepto de trabajo esclavo.
La construcción de la política nacional de erradicación del trabajo esclavo, a pesar de no ser perfecta, fue hecha de forma suprapartidaria. Actualmente, se corre el riesgo, bajo la antigua justificación de gobernabilidad (o de la crisis económica), de retroceder en el marco legal y en el proceso de erradicación de la esclavitud.
La esclavización ha generado raíces profundas que forman parte del sistema económico vigente: este modelo de desarrollo que predica la codicia como criterio, uno de sus productos -la miseria- tiene como consecuencia que para muchas personas cualquier trabajo sea mejor que nada; y la impunidad es una invitación a continuar reproduciendo ese círculo vicioso sin fin. Así, el trabajo esclavo es analizado sobre la perspectiva del modelo productivo que redunda en una mercantilización de la fuerza de trabajo.