En los últimos días mucho se ha divulgado la noticia de los inicios de la exploración de petróleo en la plataforma marítima uruguaya. Mucho se ha debatido acerca de las formas de gobernanza de la eventual nueva explotación y las maneras de gestionar los posibles nuevos recursos. Sin embargo, poco se ha dicho acerca de la flagrante contradicción que existe entre estas actividades exploratorias y los acuerdos internacionales firmados y que en pocos días serán refrendados por el país.
El 22 de abril, en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, Uruguay se apresta a poner formalmente su firma al Acuerdo de París aprobado por la Convención de Cambio Climático en diciembre del año pasado.
La Convención de Cambio Climático acordó en su 21ª Conferencia de las Partes (París, 2015) “mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2ºC con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5ºC con respecto a los niveles preindustriales, reconociendo que ello reduciría considerablemente los riesgos y los efectos del cambio climático”.
Para lograr este objetivo, la concentración de CO2 (dióxido de carbono) en la atmósfera debe ser del orden de las 450 partes por millón, y, consecuentemente, hay cierto volumen de gases que puede ser emitido en el futuro sin exceder ese límite. Esto se conoce como “presupuesto de carbono” e indica cuántas toneladas de CO2 podrían ser emitidas sin sobrepasar lo que se considera el umbral del cambio climático peligroso.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) estimó este presupuesto en su último informe y estableció diferentes grados de probabilidad. Si se quiere tener 66% de probabilidad de mantener un clima habitable para la especie humana, las emisiones futuras deberían ser menos de 1.780 GtCO2, que es el saldo disponible luego de haber ya emitido 1.890 GtCO2 desde los comienzos de la era industrial a la fecha.
Tomando en cuenta estos datos, y considerando que los combustibles fósiles son los mayores emisores de CO2, la Agencia Internacional de la Energía concluye que “si el mundo pretende cumplir el objetivo de limitación del aumento de la temperatura mundial a 2ºC, hasta 2050 no se podrá consumir más de un tercio de las reservas probadas de combustibles fósiles”.
Esto es, dos tercios de las reservas de petróleo, gas y carbón ya conocidas no podrán ser utilizadas si queremos mantener un clima habitable para la población del mundo. La conclusión obvia del acuerdo firmado en París es que ya no deben hacerse nuevas exploraciones de hidrocarburos que pretendan aumentar aun más un volumen de reservas que, sabemos, no pueden ser utilizadas.
En este contexto, Uruguay ha iniciado en estos días un trabajo que no debería hacer: ampliar la frontera petrolera y gasífera del mundo para contribuir a la hecatombe general. Claro, no es el único. Hay otros países que cometen los mismos desmadres y caen en las mismas contradicciones. Pero esto no es atenuante de los pecados propios.
La conducta uruguaya es la misma que la adoptada por cada uno de los países del planeta: todos se muestran preocupados por el medioambiente y hacen largos discursos acerca de la necesidad de combatir el cambio climático. Pero a la hora de las decisiones, cuando la oportunidad de negocios y recaudación se presenta, el amor a la naturaleza se disuelve en las profundidades oceánicas.
Y no es un problema de este gobierno ni del anterior ni del que vendrá. No es un asunto de oposición o de oficialismo. Es más, ni siquiera es una cuestión de gobierno. Todos estamos dispuestos a postergar los temas ambientales cuando de la posibilidad de engordar nuestros bolsillos se trata. Todos queremos tener nuestro petróleo para abaratar la nafta de nuestros vehículos, reducir los costos industriales, hacer más competitiva nuestra economía y ganar mejores salarios (para poder tener más vehículos, consumir más bienes industriales, hacer crecer más nuestra economía y parecernos a los países desarrollados que generaron el descalabro ambiental global).
Estamos lejos aún de comprender que la base de la economía y de nuestro bienestar está en la continuidad saludable y equilibrada de la Tierra. Que no habrá dinero capaz de resolver los problemas de escasez de agua, de sequías prolongadas, de inundaciones más frecuentes. Que no habrá tecnología capaz de reconstruir los océanos acidificados, la selva desertificada y el clima desestabilizado.
Todo lo que poseemos, de verdad, se lo debemos a la infinita generosidad de la Tierra. Sin embargo, aún creemos que podemos ser más productivos que ella. Incluso en contra de ella. A explorar, pues.