Dos testigos, dos abogados. Así se puede contar la última audiencia del juicio para la causa Operación Cóndor que se realizó en Roma el viernes. Los testigos: Carlos Alberto Dossil y Luis Alberto Rodríguez Silva; los abogados: Fabio María Galiani, que representa a la República Oriental del Uruguay y otras partes civiles, y Francesco Guzzo, defensor de Jorge Néstor Tróccoli. Nadie más en el Aula para enfrentarse y debatir sobre las deposiciones de los dos declarantes (estaba presente el fiscal Giancarlo Capaldo, que no intervino y asistió impasible a toda la audiencia). La declaración de Carlos Alberto Dossil fue especialmente discutida entre las dos partes, por la importancia de las afirmaciones que hizo acerca de las responsabilidades de Tróccoli. Dossil, que ya había declarado en 2001 ante la Comisión para la Paz, refirió las circunstancias de su secuestro, ocurrido el 28 de noviembre de 1977, cuando estaba en su apartamento. “Me detuvieron tres personas, dos con uniforme del Fusna [Fusileros navales] y uno de particular”, cuenta. El abogado Galiani pidió entonces a la Corte que se le mostrara una foto al testigo, para que identificara a la persona que lo capturó. Dossil lo reconoció al instante y respondió sin vacilar: “Es él, es Jorge Néstor Tróccoli”.
“Tocaron a la puerta, yo abrí, y había un hombre a cara descubierta que me apuntó con una metralleta a la garganta. Me llevó a un lugar que después identifiqué como el Fusna y me interrogó sobre Edmundo Dossetti y sobre otros integrantes de los GAU [Grupos de Acción Unificadora]. La persona que me detuvo fue la misma que me interrogó y me torturó; la reconocí, aunque estaba vendado, por el fuerte timbre de voz, y por una actitud de mando que era la misma que ejerció cuando vino a secuestrarme en mi casa. Quería saber la dirección de Dossetti en Buenos Aires; me amenazó con llevarme a Buenos Aires para reconocer el lugar en donde vivía Dossetti. Hablaban de una lancha para ir a Argentina, y efectivamente yo escuché diferentes ruidos de barcos que llegaban y partían del Fusna. Fui interrogado desde el 29 o 30 de noviembre hasta el 10 de diciembre. Luego volví a ser interrogado alrededor del 28 de diciembre, y finalmente tuve un interrogatorio, que fue más una charla, el 15 de enero. Durante ese último coloquio de enero me dijeron textualmente: ‘Al final lo agarramos a José [Edmundo Dossetti]’ y me dijeron también que la suerte de él no iba a ser la misma que la mía. Yo, después, fui llevado al Penal de Libertad; él desapareció”.
El contraexamen del abogado de Tróccoli fue minucioso y dirigido a desacreditar al testigo y sus recuerdos. Preguntó varias veces cómo había podido reconocer a Tróccoli aun estando vendado, cuántas personas lo interrogaban, quién interrogaba y quién torturaba; cuántas veces fue interrogado. Dossil contestó eficazmente, reafirmando con fuerza que Tróccoli lo detuvo a cara descubierta, y detallando las torturas que sufrió: “Plantón sin agua y sin ir al baño, y si usted se caía, lo levantaban a patadas. Colgamiento con dos polos eléctricos en los dedos gordos de los pies que trasmitían corriente. Dos veces más, electricidad sin colgamiento, cachiporras en las piernas amenazando con llegar a los genitales, ruleta rusa y estiramiento de tendones. Todo eso me hizo Tróccoli y, en un caso, entró a la sala de tortura el comandante del Fusna y me torturó salvajemente él mismo, haciendo llegar la electricidad a la altura del corazón”.
El otro testigo fue Luis Alberto Rodríguez Silva. Se presentó como periodista desde 1980, investigador de derechos humanos, conductor de un programa en CX30, Radio Nacional, y de numerosos artículos, informes y libros. “Ya declaré en el juicio a Gregorio Álvarez, el mismo en el que estaba imputado Tróccoli antes de fugarse”, dijo. Silva llevó a la audiencia un documento estremecedor: una entrevista grabada a Rosa Álvarez, una mujer uruguaya ya fallecida, secuestrada junto a la familia Severo en abril de 1978 y detenida en el pozo de Quilmes, en Buenos Aires, en donde pudo encontrar -y dar, por lo tanto, testimonio de su existencia con vida en ese lugar en aquella fecha- a muchos integrantes de los GAU y del PCR [Partido Comunista Revolucionario]. Se escuchó una grabación antigua, un tanto ruidosa, en la que se percibe la voz límpida y aún asustada de una mujer debajo de la traducción italiana. “La celda sería de dos metros por tres. Ni dos metros. […] Ahí estuve 19 días”, narra. Y sigue: “A los únicos que sacaban, que les sacaron fotos y los fichaban, fue a ellos, tan es así que yo estaba desesperada, porque parecía que no existía. […] Yo pensaba: mientras me llamen tengo una posibilidad de defenderme […]. Tanto molesté al guardia, que me dijo: ‘Bueno, yo no puedo hacer nada, porque ustedes están bajo la custodia de uruguayos; nosotros lo único que hacemos es darles comida y sacarlos al baño’”. El testimonio de Álvarez fue grabado en 1985, pocos días antes de la asunción de Julio María Sanguinetti como presidente. Rosa, aún aterrorizada, recordaba la presencia de militares uruguayos en Quilmes y contaba la desesperación que pasaban de noche: “La tortura más grande venía de las 23.00 a las 4.00. Ya a las 23.00 sentíamos la llave que abría la puerta y era una desesperación, porque hasta las 4.00 eran gritos, eran pedidos de por favor, por favor y Dios mío”. Rosa incluye en su testimonio el tremendo relato del parto de Aída Sáenz: “Ella hablaba de que la niña era hermosa, que se la habían mostrado, que la había visto. La chica nació el 26 o 27 de diciembre, porque ella me dijo que estaba ya por tener familia el 23, cuando la agarraron. Y me dijo que le habían provocado el parto, porque le habían puesto una cuchara en la vagina y le habían dado picana […]. Le dijeron que la niña iba a ser llevada a un orfanato, pero que el día que saliera la iba a poder tener”.
Silva aclaró, sobre el final de su deposición, que había sido muy difícil conseguir el testimonio de Rosa Álvarez, porque la mujer, ajena a la militancia, estaba aterrorizada. Pero al mismo tiempo, subrayó el periodista, Álvarez fue muy específica respecto de la participación de militares uruguayos en operaciones en Argentina.
Alberto Silva terminó su testimonio con un agradecimiento a la Corte y al jurado popular, recalcando que “hay una persona que vive libre acá en Italia mientras sus víctimas piden justicia y siguen sufriendo. Este juicio es una señal para el mundo, porquemas allá del tema estricto de la justicia, es construcción de memoria”.