Cuando salió la diaria, Uruguay y varios países más de América Latina vivían los comienzos de un período de gobiernos definidos como progresistas, que hoy tendemos a llamar “un ciclo” porque, contra las expectativas de muchos, no llegaron para quedarse por tiempo indefinido, sino que sufrieron en los últimos tiempos derrotas electorales o afrontan crisis diversas. Ya no se sostienen las concepciones de la historia como un proceso inevitable y ascendente hacia el socialismo, empujado por el desarrollo de las fuerzas productivas y con un sujeto único y predeterminado. Pero tampoco ha demostrado validez alguna el sueño neoliberal de alcanzar el fin de la historia con este capitalismo globalizado.

A eso se suma cierto malestar con respecto a la resultante del desempeño de estos gobiernos progresistas, no por la ausencia de logros en numerosas áreas (por ejemplo, la pobreza y la indigencia se redujeron sustantivamente, mientras crecían las economías, el empleo, el salario real y las políticas sociales), sino porque estos parecen, en algunos casos, más fácilmente reversibles que lo que se pensaba, y en general se han visto acompañados por ausencia de cambios o avances en algunos terrenos cruciales, e incluso por la consolidación, en otros, de políticas, criterios institucionales o planteamientos ideológicos que no corresponden a lo que se puede llamar progresismo. No se trata sólo de las consecuencias de la crisis del capitalismo central desde 2008: hubo también, sin duda, entre otros factores, limitaciones del proyecto “progresista”, errores de las formaciones políticas que lo impulsaron, insuficiencias de los movimientos sociales y aprendizajes de la derecha.

Al mismo tiempo, y probablemente debido a las circunstancias antedichas, venimos percibiendo en nuestros lectores una creciente avidez por el debate de ideas. Por ejemplo, una columna del economista Fernando Isabella que publicamos en la última anuaria disparó un fructífero intercambio sobre el crecimiento económico y la redistribución, que involucró a economistas, politólogos y dirigentes políticos. Tenemos pistas anteriores y posteriores que validan la importancia de promover estas discusiones, en temas tan diversos como las políticas universitarias de extensión, el rol del Estado, los reclamos feministas y el proyecto que modifica la Ley de Derechos de Autor, por mencionar algunos.

En el cruce de esas coordenadas surgió la propuesta de lanzar un suplemento mensual dedicado a la reflexión política sobre estos tiempos, los que probablemente vendrán y también los que queremos que vengan (porque aceptamos la incertidumbre, pero no renunciamos a elegir un rumbo). Sin revisar y refundar proyectos a largo plazo, es difícil evaluar avances y retrocesos: hace falta saldar cuentas con las experiencias de los siglos XIX y XX, pero también estudiar los procesos presentes, pensar el siglo XXI.

Nos parecen tareas tan difíciles como indispensables. Para encararlas, convocamos a un conjunto de personas con las que hemos comprobado, a lo largo de los años, que compartimos cierta manera de mirar el mundo, con matices que se enriquecen mutuamente.

Cuando llegó el momento -siempre complejo- de ponerle nombre a esta iniciativa, las primeras propuestas giraron en torno a nociones de crítica y resistencia. Luego nos fuimos dando cuenta de que, siendo tan necesario como siempre desarrollar el pensamiento crítico -que vive una situación de crisis desde hace varias décadas-, y habiendo mucho a lo que resistirse, no nos conformaba identificar estas páginas solamente con la expresión de quejas, rechazos o condenas. Por el contrario, quisimos enfatizar la voluntad de aprender de la experiencia para abrir perspectivas y poner en movimiento proyectos.

Esto no es una charla de velorio, al comienzo de un período de duelo. No es apenas el balance dolido de un final de ciclo, ni un mero intento de asignar culpas a otros para sentirnos ajenos a los reveses. Nos sentimos parte de los problemas y queremos ser parte de sus soluciones. Por eso elegimos el nombre de un generador, pero no pensamos en una represa hidroeléctrica, y mucho menos en una planta nuclear, sino en un modesto dínamo, acorde con nuestra voluntad de viajar livianos y ser autosustentables. Quizás ayude a encontrar nuestro camino, ahora que oscurece y pedaleamos cuesta arriba.