Que las vacunas, y los medicamentos en general, son tremendo negocio, nadie lo duda. Que eso invalide su potencial terapéutico ya es otro cantar. Circula por internet (justo ahora, con la situación de alerta que se vive con respecto a la gripe) una nota publicada en invierno de 2014 en un sitio llamado Argentina sin vacunas, titulada “Vacuna contra la gripe contiene 25.000 veces más mercurio que lo permitido en el agua potable”.
Parece una cifra inapelable, una especie de descripción del principio activo de una terrible arma de destrucción masiva (el efecto se refuerza con el adjetivo “neurotóxico”, que, puesto justo después de “mercurio”, da a entender que se trata de un mercurio especial, de la peor especie, cuando el mercurio es uno solo, y ciertamente no es un buen alimento para darles a las neuronas). No he intentado verificar si el dato (lo de las 25.000 veces más) es cierto o no. El hecho es que, aun siendo cierto, no significa nada. Unas simples operaciones aritméticas nos dicen que si nos damos una dosis anual (0,5 miligramos en el caso de un adulto) de la vacuna, estamos haciendo entrar a nuestro organismo algo más de 2% de lo que viene con el agua potable que tomamos en el mismo lapso, suponiendo que el agua no contenga ni más ni menos mercurio que el que, en la misma nota, se considera “permitido”. No utilizaré aquí el hecho de que el mercurio de la vacuna forma parte de una molécula que se elimina rápidamente del organismo, porque ese es un dato pasible de ser rechazado con el simple argumento de que “eso es mentira”. En resumen, la vacuna no cambia mayormente las cosas. No vacunándonos estaríamos consumiendo prácticamente la misma cantidad de mercurio (que tiene efecto por acumulación, a largo plazo), y, como extra, nos expondríamos a una o varias gripes evitables.
¿Estoy proponiendo que se crea siempre en lo que dice la Organización Mundial de la Salud, o los médicos, o los científicos, o -incluso- los laboratorios? No, por favor. No hay institución, ni cargo, ni ocupación que estén libres de tentaciones, y menos cuando hay tanta guita rondando. Conté lo que conté sólo para sacar algunas conclusiones, bastante dispares:
1) No importa que estemos al borde de una emergencia sanitaria, con gente joven fallecida y embarazadas en el CTI (o sea, circunstancias no sólo graves, sino especialmente sensibilizantes). Que, incluso en una situación así, se siga militando contra las vacunas sugiere que ese fanatismo, además de pintoresco, puede llegar a ser peligroso. Podría darse, claro (no hay datos aún sobre eso), que los afectados estén mayoritariamente vacunados, pero estadísticamente sería un poco raro. Eso, en todo caso, sugeriría que la vacuna tuvo algún problema en su elaboración.
2) El caso analizado es, como vimos, fácilmente desmontable, sin tener que recurrir a revistas científicas o a la opinión de expertos. Bastó con saber sumar, multiplicar y dividir para mostrar que la cifra mostrada, sin ser necesariamente falsa, era engañosa. Sin embargo, aun en casos así, la expansión de la noticia prosigue, muchísimo más rápido que la de sus refutaciones. Imaginen lo que pasa con historias mejor armadas.
3) Como ya dije, nada de esto implica que confíe ciegamente en la industria del medicamento. Justamente por eso, hagamos el ejercicio de crear una teoría conspirativa inversa. Para darle dramatismo, va en cursivas:
¿Cuál es el problema de la vacunación, desde el punto de vista capitalista? Que si funciona demasiado bien, acaba volviéndose contra sus creadores. La vacuna de la viruela, por ejemplo, fue un mal negocio. Tanta inversión, tanta investigación, tiradas a la basura; matamos a la gallina de los huevos de oro. Si hubiera habido un buen reservorio biológico para mantener el virus y el peligro de contagio, aún habría viruela, y seguiríamos usando la misma vacuna, sin inversión extra. ¿Cómo se soluciona este problema? Justamente, creando ese reservorio. Pero muchos virus son específicos del ser humano, y sería inmoral mantener una parte de la población sin vacunar, a menos que... sí, a menos que lo hicieran por voluntad propia. Que lo hicieran con total convencimiento, al punto de llegar a ofrecer sus vidas y las de sus hijos por el interés superior de la industria farmacéutica. Ya está: hay que incentivar un poco el odio a la medicina occidental, favoreciendo, simultáneamente, el desarrollo de alternativas exóticas o nuevas (que no tienen por qué ser falsas, ni ciertas), como el reiki, el yoga, el veganismo, la acupuntura, el i ching, el tarot, la homeopatía o los diversos chamanismos y brujerías locales; en lo posible, todos mezclados. Un fuerte movimiento antivacunas, convenientemente administrado, asegura un número crítico de voluntarios, dispuestos a enfermarse heroicamente, para engrosar los caracteres de la prensa sensacionalista y los bolsillos de los industriales. Ellos son el reservorio.
Bueno, no se crean nada de esto tampoco, ¿eh? No salgan a apedrear faquires ni bioquímicos. Era para sugerir que, tal vez, a veces, hay que desconfiar de la desconfianza.