Llegué temprano, sin muchas certezas y pisando despacito: esa cosa de estar en terreno ajeno y sin demasiados amigos. Había un par de guardias de seguridad, el cuidacoches y nadie más. De a poco se empezó a armar el cumpleaños: llegaron los fotógrafos de la fiesta, la cabina en la que la gente se saca fotos con carteles encima de la cabeza y gorros y antifaces. La primera certeza: ahí iba a haber un cumpleaños de 15.

Llegan dos policías en moto y preguntan por el encargado de seguridad, lo saludan y le dicen si vio gente movilizándose por ahí cerca; respondió que no. Los policías le cuentan a los guardias que en la casa había una movilización. Se reúnen unos minutos y los policías se quedan a metros de la puerta. Segunda certeza: el cumpleaños era el de la nieta de José Gavazzo.

Luego de casi una hora parado en la puerta, uno de los guardias me pregunta qué hago ahí y le contesto que soy fotógrafo de la diaria. Se va, y ya sin mucho que ocultar saco el equipo de la mochila, testeo luz -hay muy poca-, tiro dos flashazos para probar intensidad y dejo la cámara seteada. El cuadro lo tenía previsualizado: vendrían un montón de camionetas policiales, Gavazzo bajaría de una de ellas con cinco o seis policías de uniforme o de particular, él iría al centro del cuadro, cabizbajo -en algún momento miraría hacia abajo- y rodeado de escoltas.

Pero la foto no fue. Rubia, vestida de fiesta y muy nerviosa se me acercó una mujer (de ahora en más, “hija 1”) y me preguntó -como lo había hecho el guardia minutos antes- “¿quién sos?”; “soy fotógrafo de la diaria”, dije, otra vez. “¡Te vas ya de acá! No le vas a arruinar el cumpleaños a mi sobrina. Esto es propiedad privada. ¡No le podés sacar fotos a nadie!”. Tenía razón, estaba en la puerta del Club Naval y era propiedad privada. Caminé hasta la calle, que estaba a tres o cuatro metros, y me quedé ahí, esperando la llegada de su padre.

La calle es oscura; lo único que pasa por ahí son camionetas de esas de Carrasco que llegan, dejan tres o cuatro adolescentes y se van. Nadie camina por la calle, sólo pasan unos pocos que hacen footing. “¿Vos quién sos?”, le grita una mujer morocha vestida de fiesta que baja de un auto al cuidacoches que está al lado mío en la calle. Ella no estaba nerviosa; era otra cosa, era ira. “Yo soy el cuidacoches de acá”, le responde. “¿Vos quién sos?”, me grita ahora a mí; “soy fotógrafo de la diaria”, respondo una vez más. “Yo soy la doctora Gavazzo” (en adelante, “hija 2”), dijo, y con el dedo en alto y a los gritos inició su descargo: “Los voy a denunciar, no le pueden hacer fotos a una menor ni a ninguno de los menores que vengan, dejen de jodernos la vida”. Le expliqué que no le iba a hacer fotos a su hija ni a ninguno de los adolescentes que iban al cumpleaños; estaba esperando a su padre.

Ella se va, me apoyo en un auto frente a la puerta del Club Naval y aparece nuevamente la hija 2: “¿Qué necesidad tenés de estar acá? Ya nos han arruinado la vida. Él no va a venir, tenés en Martí la respuesta”. Y tenía razón. En la calle Martí es donde vive José Nino Gavazzo. En su casa le estaban haciendo un escrache. Vuelve a aparecer la hija 1 y se suma a la conversación: “¿Qué te parece esto que está pasando? ¿Te das cuenta que ni habías nacido cuando pasó todo esto?”.

Llegó una camioneta con la cumpleañera, estacionó en la puerta y antes de que bajara vino la hija 1, se sacó su chal negro y me lo puso en la cara para que no viera, “No voy a correr el riesgo de que le arruines el cumpleaños a mi sobrina. Mi padre no va a venir”. Y, efectivamente, Gavazzo no fue. La que logró llegar fue su esposa, que abandonó el edificio de la calle Martí vestida de deportivo sin que se la reconociera, subió a un taxi y llegó al Club Naval con una mochila donde tenía la ropa de fiesta que se puso en una habitación del salón.

En General French entre Gavea y Copacabana, a una cuadra de la avenida Rivera, se firmó el Pacto del Club Naval. Hoy el entorno es oscuro; imagino que siempre fue así. Para colmo de simbolismos, 32 años después, Gavazzo tuvo la posibilidad de bailar un vals en ese mismo lugar. “De la condena social no podrán escapar” es la consigna que se utiliza habitualmente en los escraches, y esta vez fue así. La foto no fue. Hay fotos que significan más cuando no están.

Sin fiesta

Cuando se supo que Gavazzo podía concurrir al cumpleaños, Plenaria Memoria y Justicia organizó una manifestación fuera de su casa. Llegaron el viernes a las 18.00 y se fueron a la 1.00; en ese lapso llegaron policías de civil que se retiraron sin Gavazzo. El sábado le llegó una citación judicial a Irma Leites, de Plenaria. Según la agrupación, la esposa de Gavazzo, María Inés Busquiazo, la denunció “por agresión e insultos”. “Ella dice que la empujaron, cuando nadie la tocó, y denuncia a Irma sólo porque es la única cara que reconoció de los autoconvocados en el lugar”. Busquiazo y la abogada Rossana Gavazzo declararon que el ex militar no pudo ir a la fiesta.