-Se dice que el contexto espiritual influye mucho en los efectos de la ayahuasca.
-El contexto sirve, sobre todo, como contenedor de la experiencia, que puede ser muy potente. La ayahuasca toca sobre todo áreas prefrontales del cerebro, que son las encargadas de organizar la realidad, y también áreas de memoria, por lo que se traen a la conciencia pensamientos o sentimientos que forman parte de lo que en psicología se pueden llamar los recuerdos reprimidos. Bajo los efectos de la ayahuasca, la realidad que se presenta es tan real como la realidad ordinaria, y eso para algunas personas puede ser sumamente beneficioso para trabajar en su crecimiento personal o espiritual, pero a otras les puede generar confusión mental o ansiedad.
-¿Qué problemas pueden aparecer? Se habla de que puede favorecer la aparición de psicosis.
-Una experiencia con ayahuasca te transporta a una realidad que no es la ordinaria pero se percibe como si lo fuera. Ese conflicto entre una realidad y la otra puede ser incompatible para algunas personas, [manifestándose] como crisis de ansiedad en personas sin ningún tipo de antecedentes o brotes psicóticos. Es una experiencia para tomarse con respeto. Muchas veces las personas que van a tomar no han tenido contacto con ninguna sustancia y no pertenecen a la subcultura de las drogas, sino más bien a la del desarrollo personal y espiritual. Y los que conducen este tipo de rituales muchas veces no advierten a los que la toman que puede haber problemas, porque afectaría el negocio.
-Usted ha hecho estudios sobre el MDMA, en particular como parte de terapias para tratar el estrés postraumático. ¿Cómo funciona?
-El MDMA se utilizó en los años 70 y 80 como coadyuvante en la psicoterapia, para facilitar el acceso a espacios emocionales que son difíciles de trabajar en terapia, sobre todo en personas que han sido víctimas de agresiones sexuales o episodios de violencia. Cuando la violencia está motivada por la mano humana, se puede desarrollar un cuadro que se llama estrés postraumático, que básicamente es una ruptura de la confianza que se da de manera natural; las personas evitan socializarse o ir a sitios que les pueden recordar el suceso traumático, tienen un estado de hiperalerta y de estrés y de ansiedad permanente. Es un miedo a experimentar miedo. El MDMA es un ansiolítico que, además, no nubla el estado de conciencia. Es un auténtico antídoto contra el miedo. Con un grupo de trabajo fuimos los primeros en investigar esto, y hoy están terminados todos los estudios que en farmacología llamamos de fase dos, es decir, pequeños estudios piloto de 100 o 200 pacientes, para después pasar a la fase tres, de pruebas a miles de personas, con el objetivo de que algún día el MDMA sea un fármaco de utilidad médica.
-¿Se utilizan las mismas variantes de MDMA que se consiguen en las fiestas?
-En general, el que se consume en las fiestas es muy puro, en España y aquí también. Lo que suele ocurrir es que hay otras sustancias que no tienen nada que ver pero circulan como MDMA, como ha ocurrido en Argentina con estas pastillas Superman, que hace tiempo circulan por Europa y que tienen PMMA [parametoximetanfetamina].
-¿Qué diferencias hay?
-Es una sustancia muy tóxica, aunque menos peligrosa que una que circuló en una época, el PMA [parametoxianfetamina], que duplicando la dosis produce una hipertermia muy fuerte, que con una subida de temperatura puede dañar órganos vitales. Es una barbaridad que no se hagan análisis de pastillas en las fiestas, porque se podría salvar muchas vidas, como se hace en toda Europa. El MDMA es una sustancia fácil de sintetizar, por eso no es frecuente que se adultere. En Europa, durante los Juegos Olímpicos de Pekín, se cortaron los precursores para hacer MDMA, que venían de China, para mantener contentas a las autoridades. Hubo una escasez durante dos años, y empezaron a proliferar esas otras sustancias, y también otras que se llaman piperazinas, bastante más tóxicas, que produjeron la época de más accidentes por MDMA en España.
-Es un caso similar a cuando Estados Unidos cortó los precursores químicos para refinar la cocaína en nuestra región, lo que incidió en que proliferara la producción de pasta base. Son consecuencias no previstas de las políticas de la guerra contra las drogas.
-Algún día tendrán que juzgar a los responsables, que causaron tanto sufrimiento y tantas muertes. Hace 20 años, cuando comenzó a popularizarse el consumo de éxtasis en Europa, en las fiestas subieron el precio del agua y cerraban los grifos, lo cual es una barbaridad. ¿Tenemos que esperar a que haya una muerte para que se prohíba cerrar los grifos? Sucede que cuando las personas toman MDMA, beben menos alcohol: entonces, gastándote menos de lo que vale una copa, tienes una experiencia mucho más larga -puedes estar hasta cuatro o seis horas bajo el efecto- y el negocio del alcohol se va al garete.
-Hay una gráfica que ordena las drogas en dos ejes, dependencia y daño físico; el éxtasis está bastante “bien” ubicado.
-Sí, el MDMA no produce abuso, al contrario de otras sustancias, como el alcohol, la cocaína o la heroína. Es una droga de fin de semana, de uso esporádico, y las personas que la consumen pueden hacer una vida normal entre una fiesta y otra. El abuso de MDMA tiende a ser autolimitado, porque con el uso continuado se dejan de experimentar los efectos positivos, la “magia” del éxtasis, y abandonan. El consumo tiene una vida muy limitada, sobre todo entre las personas jóvenes; lo normal es que en dos años las personas no vuelvan a tocarlo.
-También ha trabajado con la ibogaína. ¿Qué es y cuáles son sus usos?
-Es la raíz de una planta que crece en África ecuatorial y ha sido utilizada por pueblos como los pigmeos o los bosquimanos. La toman también los gorilas -esto es un hecho fehaciente-, y es posible que se haya descubierto así. En los años 60 en Nueva York hubo un grupo de experimentadores con drogas, Howard Lotsof y sus amigos, muchos de ellos heroinómanos, que descubrieron que la ibogaína les suprimía los síndromes de abstinencia. Esto ya se sabía, porque en 1924 una farmacéutica creó una patente para usar la ibogaína para reducir la tolerancia en enfermos de dolor crónico, de forma de que no hubiera que subir cada vez más la dosis para que los opiáceos hicieran el mismo efecto. Esto nunca se llegó a utilizar masivamente. La medicina oficial nunca ha aceptado la ibogaína como medicamento. Primero, porque no la descubrió un médico sino un yonqui [drogadicto]. Se llegó a interesar la FDA [Administración de Alimentos y Medicamentos] estadounidense en los años 90 y al final decidieron no dar fondos para las investigaciones, pero hay toda una red de yonquis que después de haber curado su adicción con ibogaína trabajan con otros adictos. Vengo de la conferencia mundial de ibogaína, que se celebró en México, y ahí hay decenas de clínicas. También reduce el craving, el deseo de consumo de cocaína.
-¿Cuál ha sido su trabajo con el cannabis medicinal?
-El uso más habitual es para el dolor neuropático y otros tipos de dolor crónico. Para la epilepsia infantil, más que el cannabis, es uno de los compuestos, el canabidol (CBD), que se está poniendo muy de moda como “el componente médico del cannabis”.
-¿No lo es? Está la idea de que el CBD es el componente medicinal y el THC es el recreativo.
-No lo es. Es uno que para algunas patologías puede ayudar, pero el componente terapéutico principal del cannabis sigue siendo el THC. Esa es una doctrina construida. Estamos experimentando la resaca de haber fumado marihuanas muy potentes, con 20% o 30% de THC, que son las marihuanas que se cultivaban en los años 90 en Holanda. Cuando se empezaron a descubrir estos beneficios del CBD, las empresas de semillas intentaron conseguir nuevos nichos, como los pacientes medicinales. Es una cuestión de mercado. El THC, de manera aislada, se tolera bastante mal. La vía oral es muy errática y tiene mucha diferencia interindividual, por lo que es muy difícil ajustar la dosis. El CBD modula el efecto psicológico del THC, haciendo la experiencia más tolerable; es su principal beneficio. También sirve para estimular el apetito en personas que sufren de síndrome de caquexia y anorexia en fases avanzadas de cáncer y sida, donde hay una mayor intensidad metabólica, que produce un desgaste de la masa muscular y la grasa. La quimioterapia genera náuseas y se reducen las ganas de comer, porque se alteran los olores y los sabores. El CBD también se está comportando como un buen antipsicótico, mientras que el THC facilitaría la aparición de psicosis. Para la esclerosis múltiple se indica el Sativex, un producto de farmacia que está autorizado en Europa y Estados Unidos. La historia es que dentro de nuestro organismo tenemos receptores canabinoides: en el corazón, en el hígado, en la piel, en los músculos. No sólo en el cerebro. Es un sistema de regulación de la homeostasis muy primitivo, por lo que muchas enfermedades tienen que ver con sus alteraciones.
-¿Es barata la medicina canábica?
-Debería serlo, si hubiera cultivos legales supervisados por el gobierno. No hay que pagar patentes a ningún laboratorio ni empresa. Otra cosa es si queremos que la medicina canábica signifique el desarrollo de productos farmacéuticos. En ese caso será una medicina tan cara como las demás, porque habrá que desarrollar un producto industrial con sus patentes, sus ensayos y una comercialización que exige que se recupere la inversión.
-¿Pero se puede aplicar el cannabis medicinal sin esos pasos?
-La medicina canábica ya se está aplicando. La medicina tiene que adaptarse a la realidad.¿Qué prefieren los médicos? ¿Que los pacientes lo hagan por su cuenta o bajo supervisión médica? Si lo que quieren es que lo hagan por su cuenta, porque creen que el cannabis sólo se puede usar en forma de fármacos, entonces los médicos están jugando el papel de los gobiernos cuando prohíben usar drogas.
-¿Por qué en el debate sobre drogas, en contra o a favor, se habla mucho de salud, de lucha contra el narcotráfico o de libertades individuales, pero muy poco de pasarla bien? Porque al final nos drogamos porque está bueno.
-El uso recreativo es el que molesta y el que más cuesta aceptar. La comunidad médica defiende mucho las dosis bajas de THC, porque para muchas enfermedades los niveles bajos ya son suficientes, pero es que la enfermedad también se cura a nivel psicológico, incluso a nivel espiritual, y muchas personas utilizan dosis altas porque la calidad de vida no sólo tiene que ver con que un fármaco te quite el dolor, sino también con que a nivel de conciencia te puedas distanciar de estar todo el tiempo pensando en el dolor. Pasa que a la medicina no le gusta la euforia, que se considera un efecto secundario en el desarrollo de un fármaco, lo cual es delirante. La euforia es lo que le hace a las personas sentirse bien. Los médicos tienen que entender que es un aliado, no un enemigo.