El centro Padre Cacho está sobre la avenida General San Martín, a pocas cuadras de donde se pudrió todo el viernes. Niños del barrio y de Casavalle en edad escolar asisten a talleres, reciben acompañamiento para hacer los deberes y juegan, pero los educadores cumplen también otras funciones, de contención, en una zona marcada por conflictos que no son nuevos. Pablo Vidal, tallerista desde 2011, dice que conocía al menor que murió en el tiroteo, y que no tenía 16 años sino 13. En su trato casi diario con los niños, percibe cómo algunas situaciones de violencia entre vecinos y policías ya se viven como naturales. “¿Viste esa calma previa?”, pregunta; “en el barrio está la sensación de que va a pasar algo más”.
-¿Se percibe más presencia policial?
-Sí. El problema va más allá del hecho súper violento que desató el conflicto, y ya venía de este año, cuando aparecieron policías que recorren Aparicio Saravia toda la tarde hasta la madrugada, a pie. La presencia de patrulleros está desde hace más tiempo, desde que está la [Seccional] 17 acá cerca [a partir del año pasado]. No quiero naturalizarlo, pero el enfrentamiento entre la Policía y cierta gente del barrio está latente. Nosotros lo vemos permanentemente por la reacción de los gurises cuando hay policía cerca. No les gusta, están quemados todo el tiempo, les gritan cosas. Nosotros tratamos de deconstruir un poco eso, pero es complicado. Trabajamos desde cómo se paran los gurises frente a los policías. Tratamos de que ellos tengan un mecanismo de prevención: si yo estoy de bardo frente a un policía, seguramente venga a llamarme la atención, quizá de una manera que no es la más adecuada.
-¿Cómo se vivió lo ocurrido el viernes?
-Los niños estaban acá; de hecho, un grupo había salido de paseo antes de que se quemara todo, literalmente, y después los llamaron por teléfono para que se volvieran, porque no daba que estuvieran afuera. Tuvimos la situación de un compañero que tuvo que meterse en el medio a buscar a la hermana. Cada uno reacciona como puede. Recién, en la reunión de coordinación, estábamos hablando de trabajar sobre cómo se sintieron esa tarde.
-¿Qué percepción tienen del clima entre los vecinos?
-Nosotros conversamos con la gente del barrio y hay muchos que están muy enojados con la situación que se terminó generando. Quedaron tres barrios completamente incomunicados, porque para entrar tenés que venir desde bastante lejos. Hay poca certeza de que puedas entrar tranquilo a trabajar con los niños, que ya tienen vulnerados muchos derechos, y ahora se les está vulnerando otro con la decisión de no atenderlos. Ahí entramos en otra discusión: qué derecho está primero, si es el derecho a la vida de gente que puede estar peligrando por una situación por el estilo.
-¿Se preguntaron cómo seguir después de hechos como este?
-Me lo pregunté yo, concretamente. Se habla mucho de pedir garantías para los trabajadores, pero no sé quién las puede dar. La presencia policial hoy no sirve, porque va a detonar de nuevo el conflicto.
-¿No te genera desesperanza pensar en cómo se arreglan estas cosas?
-No, porque si no, no vendría a laburar más. Soy optimista en cuanto a que el laburo nuestro acá surte efecto, aunque hay un montón de hechos que llevan a los gurises para otro lado. Están en un extremo de vulnerabilidad, y nosotros no podemos solucionar el mundo. Viven una violencia permanente en una población que está cada vez más fragmentada. Si vos leés cualquier foro sobre estas noticias, ves que la mayoría está pidiendo la cabeza de todo el mundo y que entre la Policía y queme todo el barrio, sin importar quién vive. Eso alimenta muchas distancias que hoy estamos lejos de salvar. No va por ahí la cosa.