Hoy y mañana, en la Facultad de Ciencias Sociales, se llevará a cabo el seminario internacional “Adolescentes y jóvenes en foco”. En las mesas se discutirán temas como políticas educativas, convivencia ciudadana, trabajo y participación política. Los paneles son todos muy interesantes; la agenda completa puede verse en este link.

Para aproximarnos a la discusión, hablamos con Verónica Filardo, coordinadora del Grupo de Estudios Urbanos y Generacionales (GEUG) y probablemente la experta uruguaya más importante en temáticas de juventud.

La entrevistada arrancó con una frase que sirvió para ordenar el resto de la charla: “Hay una fragmentación brutal, casi que una fractura, entre los jóvenes uruguayos”.

-¿En qué planos se registra eso?

-Un ejemplo claro es lo que sucede entre las mujeres jóvenes. Según los últimos datos, 90% de las mujeres de los niveles socioeducativos más bajos tienen su primer hijo antes de los 20 años; ese porcentaje baja a menos de 30% entre las mujeres que alcanzan la educación terciaria.

Esto significa que mientras algunas son abuelas a los 29 o 30 años, otras, a la misma edad, recién empiezan a pensar en tener su primer hijo y lo terminan teniendo ya en la adultez.

Unas están orientadas a la construcción de una carrera profesional y a una vida laboral acorde, y otras se dedican a construir una familia. Esto genera enormes diferencias en activos y en oportunidades, porque estas últimas dejaron de estudiar tempranamente, no tienen capital educativo, tienen problemas para ingresar al mercado laboral y mayores necesidades de cuidados en el hogar. Esto tiene un correlato territorial: son muchachas que viven en barrios distintos, en mundos distintos. No se cruzan en lo geográfico y tampoco en lo simbólico. Viven en dos realidades que no logran interceptarse, a pesar de tener la misma edad. Al momento de hablar de jóvenes, la edad cronológica ya no ayuda tanto a entender de qué hablamos.

-¿Se puede decir que la profundización de esa brecha es un fenómeno relativamente nuevo?

-Creció mucho entre 1990 y 2008, y continúa incrementándose entre 2008 y 2013, que son los datos que manejamos de la Encuesta Nacional de Adolescentes y Jóvenes. Aumentó porque las universitarias cada vez tienen hijos más tarde y porque no se logró abatir lo suficiente el embarazo adolescente: la edad del primer hijo en los niveles socioeducativos más bajos sigue siendo muy temprana.

Otra consecuencia es que la brecha más importante ya no es entre hombres y mujeres, sino entre las mujeres, según su nivel socioeducativo. Esto indica que la perspectiva de género, que siempre es importante, no siempre es suficiente.

-Las experiencias de vida parecen ser muy diferentes en ambos extremos.

-Claramente la juventud no dura lo mismo para una chica que tuvo su primer hijo a los 15 años, y que a los 29 ya es abuela, que para aquella que va a tener su primer hijo a los 38 años. Son dos experiencias de vivir la juventud completamente distintas. En determinados contextos, los 18 años implican una barrera de entrada al mundo adulto, en el sentido de que si te mandás una macana podés terminar en el Comcar. Sin embargo, para aquellos que viven en situaciones sociales más aventajadas, los 18 años significan el comienzo de la juventud, es cuando se elige qué carrera estudiar y cuando podés sacar la libreta de conducir. Lo que para algunos es el inicio de la juventud, para otros significa lo contrario, el fin de esta. Esto también refleja una fractura muy fuerte.

-Esa dependencia de los contextos socioeconómicos contradice bastante esa visión de que todas las personas pueden forjar su propio destino, eso que la publicidad sintetiza como “meritocracia”.

-Los programas públicos dirigidos a jóvenes trabajan mucho desde la perspectiva del individuo; los operadores apuntan mucho a reinsentarte en el sistema educativo y en el mercado laboral. Esto implica que el logro o el éxito dependerá de tu capacidad individual de adaptarte al programa, lo que ellos llaman la “adherencia” al programa.

¿Qué implica trabajar exclusivamente con el sujeto? Implica instalar la idea de que si vos fracasás en la escuela depende de vos, que si tenés problemas para encontrar trabajo depende de vos y que, en definitiva, sos el único responsable de tu trayectoria. Esto impide ver que el contexto y el entorno también importan mucho, y que, en determinados casos, no corresponde exigirle todo a la voluntad del individuo. Hay cuestiones que tienen que ver con los hábitos, el desarrollo de habilidades y competencias que necesitan ser apoyados y sostenidos por el entorno.

Existen conductas consideradas amenazantes o peligrosas por la cultura hegemónica que son las culturas de determinados ambientes. El chiquilín que vive en ese entorno, de alguna manera, tiene que ser competente en esos códigos, porque allí vive, y a la vez tiene que ser competente frente a otros códigos, que establecen las instituciones. Al mismo chiquilín le pedimos que sea competente con los códigos del barrio, porque vive ahí, competente con los códigos del liceo, porque estudia ahí, y competente al momento de discernir cuándo y dónde usar cada código.

-¿Cómo se expresan estas situaciones en el espacio público?

-Montevideo tiene procesos de fragmentación gigantes, hay una polarización importante. Si por un lado tenemos la imagen de esa abuela de 29 años en un barrio periférico y la universitaria que con esa edad recién empieza a pensar en ser madre, es posible hacer un paralelismo de esa situación a nivel territorial. Tenemos barrios cada vez más distantes entre sí: siguen estando cerca en lo físico pero simbólicamente están cada vez más separados. Y hay una especie de no reconocimiento mutuo. Por otro lado, estos conflictos y estas separaciones que tienen que ver con lo simbólico y lo estético luego se reflejan en conflictos urbanos, enfrentamientos, estigmatizaciones, miedos y exclusiones de los espacios que usamos. O los que dejamos de usar, porque los usan otros. En un estudio que hicimos hace ya una década, y que deberíamos actualizar porque estos fenómenos son muy dinámicos, encontrábamos que la inseguridad era uno de los motivos más importantes al momento de no usar determinados espacios públicos. Esa sensación estaba asociada directamente a quiénes son esos “otros” que los entrevistados consideraban que se habían apropiado de esos espacios: en particular hablaban de varones, jóvenes y pobres. Esa era la cara del miedo.

-¿La fractura de la que hablás es también respecto de cómo era la juventud uruguaya hace 40 años? ¿Existió en algún momento esa juventud uruguaya más homogénea o integrada?

-Antes, ser joven implicaba seguir determinadas trayectorias: de la infancia hasta la adultez había que hacer determinado tránsito que, en general, se producía con cierta normalidad estadística. En la generación de nuestros abuelos había pocos desvíos de lo pautado, y las cosas se iban dando en las mismas edades. De ahí surgen frases que usamos coloquialmente: “Estás en edad de merecer” o “apurate que vas a vestir santos”, expresiones que daban cuenta de que existía una expectativa social para que hicieras determinadas cuestiones a cierta edad. Eso en Uruguay es algo que se rompió claramente. Se podría decir también que es un cambio civilizatorio, porque es algo que sucedió en todas las sociedades occidentales.

-¿Y qué conclusiones saca la academia de ese fenómeno?

-Desde el punto de vista teórico, se ha mirado desde dos perspectivas distintas; hay quienes sostienen que esto implica que se caigan los modelos de referencia y que se admita la diversidad en las trayectorias de los jóvenes. En definitiva: mayor libertad para los individuos, que ahora pueden definir qué cosas hacer y cuándo, sin seguir modelos establecidos y permitiendo que cada uno construya su propia biografía. Una especie de “elige tu propia aventura”. Otros, sin embargo, interpretan que cada vez encontramos una mayor polarización entre quienes pueden elegir biografías diversas y quienes no pueden hacerlo. La diversificación muestra una mayor precarización de ciertas trayectorias, y, por lo tanto, no correspondería hablar de libertad incrementada. La primera es una mirada positiva y la segunda es negativa; yo creo que ambas cosas pueden ser acertadas. Pero pienso que lo importante es entender que hoy no alcanza con medir una sola variable. No alcanza con ver cuántos son pobres, cuántos dejaron de estudiar, cuántas son mujeres o cuántas horas de cuidado dedican las mujeres; porque el problema no es con las mujeres, en todo caso el problema es lo que les pasa a las mujeres pobres. Las mujeres ricas y educadas no se diferencian tanto de los varones en la cantidad de horas de cuidado, ahí la distancia es mínima; el problema está en las mujeres con niveles educativos bajos. Esa es la fractura más importante.

-Y qué pasa con la participación de los jóvenes uruguayos en la política?

-También está muy atada a los niveles socioeducativos y socieconómicos; vemos que participan más aquellos con mayor nivel educativo y de mayores niveles económicos y culturales. Un fenómeno reciente interesante son los jóvenes que irrumpieron en la militancia política primero con el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto y la regualación del cannabis, y después con el movimiento No a la Baja, que condensó un espectro más amplio, en alianza con partidos políticos y con diversas organizaciones sociales. Eso generó una cuestión más compacta desde una franja etaria. Es interesante analizarlo como fenómeno y ver qué sostenibilidad tiene, porque se trató de alianzas coyunturales en función de una demanda concreta, que además fue exitosa.

-Da la sensación de que esa generación renovó cierto discurso político, pero su aparición tampoco implicó que haya bajado el promedio de edad en la Mesa Política del FA o en el Secretariado Ejecutivo del PIT-CNT.

-Tal vez no incidió a ese nivel, pero es una generación que tuvo una influencia política mayor que las generaciones anteriores. A la salida de la dictadura hubo una generación muy movilizada que después encontró enormes dificultades para penetrar en el sistema político; no llegaron a tener un representante en el Legislativo inmediatamente. La generación 83 no tuvo una representación acorde a su accionar político colectivo. Esta generación actual tuvo conquistas más visibles; esas tres leyes colocaron a Uruguay como un punto de mira importante a nivel internacional, se salió del cuadro. Y se están dando algunas señales desde la izquierda de que es necesario incorporar a dirigentes de estos movimientos. ¿Esas señales se traducen efectivamente en un incremento de la capacidad de decisión de los jóvenes? Hay señales desde el sistema político, pero ¿cómo opera eso? ¿Los jóvenes deciden más en comparación a jóvenes de otras generaciones? Ese tipo de preguntas las estamos planteando, hay que estudiar fuertemente. Son cosas nuevas y la realidad es muy dinámica, pero es un tema para seguir investigando. Y hay que analizarlo en un espacio temporal determinado: no es lo mismo la juventud política del siglo XXI, con las redes sociales y las nuevas tecnologías, que la juventud de 1983, que miraba televisión en blanco y negro después de las seis de la tarde. Es situada, relativa y sobre todo contingente, porque depende de dónde la mires: no es lo mismo participar políticamente para una joven con dos hijos que para otro muchacho de la misma edad que está terminando su carrera y no tiene hijos. De la misma manera que no es lo mismo tener 35 años para un jugador de fútbol profesional que para un candidato a presidente. En política, con esa edad, sos la figura joven y emergente. En Uruguay tuvimos cinco períodos de gobierno con presidentes mayores de 70 años.

-En ese sentido avanzó poco Uruguay.

-En eso también somos una excepción.