¿Qué es el Comité de las Artes y qué propone?

-Es una forma de organización política de la gente de la cultura y las artes que tuvo una reactivación antes de las últimas elecciones. Es uno de los 13 comités funcionales [por sector de actividad] del FA, y también la continuación de algunas cosas que han venido pasando desde los años 70, en los orígenes del FA, cuando hubo un comité de base de cada una de las disciplinas del arte, en un marco de adhesión y participación que hoy no se mantiene. En el comité prima el criterio de asumir que el FA es una herramienta del pueblo uruguayo para obtener algunas transformaciones, que en algunos casos ha tenido muy buenos resultados y en otros no. Y que es necesaria la participación, justamente para preservar un indispensable sentido autocrítico. En el marco de la actualización ideológica del FA, queremos que se revise fuertemente el papel de la cultura y las artes en el proyecto de izquierda de Uruguay, porque entendemos que en muchos aspectos el FA tiene grandes deudas: no ha logrado colocarlas en el lugar que pensamos que les corresponden en la construcción de una sociedad de izquierda. El arte parece ser algo a lo que se recurre como mecanismo publicitario, pero no una cuestión programática, y vemos eso como una carencia grave. Al mismo tiempo, somos críticos de la no participación o el enojo como reacciones. La política es muy desmotivadora y la gente se enoja, se retrae, pero entiendo que la retracción sólo es válida con los planos del edificio nuevo que uno quiere poner en el lugar del que demuele. Si no, es algo complicado y peligroso; no participar también es tomar una posición política. Es preferible una participación activa, ayudando en la construcción de la fuerza política en la medida de nuestras posibilidades. Sabemos que las comunicaciones en el mundo de hoy no son las de los 70, y que favorecen muchas cosas, pero creemos que hay que buscar una forma de rescatar la participación, para trabajar hacia adentro y hacia afuera. Con una visión crítica, sí, pero asumiendo que la unidad de la izquierda es un logro histórico, y que en Uruguay tiene características propias, de mucho mayor madurez que en otros lugares de la región.

¿Qué es para ustedes lo específico del rol político del arte dentro del campo más amplio de la cultura?

-Es compartido con la mayoría de los compañeros del comité que acá hay dos temas esenciales. Por un lado, a nuestra sociedad le cuesta reconocer al arte como forma de apropiación de conocimiento, como un proceso educativo, y esto debería ser importante para una fuerza política de izquierda. Otra cuestión fundamental es que el arte sólo existe para otro, cuando se comparte. Por lo tanto, desde el punto de vista de la construcción de una ética, es esencial para estructurar el movimiento político. Debe haber una concepción política que considere lo tangible y lo intangible, y esa es una batalla que tenemos que dar. Tenemos un montón de posturas reivindicativas, queremos esto y aquello, pero lo que queremos fundamentalmente es que nos digan por qué y para qué; que haya un plan. Si no tenés claros los objetivos, tampoco tenés claro el camino.

¿Cómo piensan el tema de los derechos de autor y el proyecto de la ley en la materia que discute el Parlamento?

-Ese proyecto fue inconsulto, o algo peor... En reuniones que hemos tenido con la FEUU [Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay, que está entre los impulsores de la iniciativa] nos han dicho, sobre algunos artículos: “Esto nosotros nunca lo pedimos, no sabemos qué hace esto acá. Lo que pedimos es poder fotocopiar lo que necesitamos para estudiar”. Entonces vos decís: acá pasan cosas... Hay una asociación sin fines de lucro llamada Creative Commons, que en Uruguay no tiene dirección ni teléfono pero tiene abogada. Hace tiempo está trabajando con lo que ellos llaman “licencias libres”, para que las obras puedan usarse, fundamentalmente a través de los medios electrónicos, sin pagar derechos, y ha logrado adhesión entre muchos jóvenes, que incluso piensan que la ley vigente les impide colgar sus propias cosas, pero eso no es cierto. Yo puedo poner en internet mis cosas libremente, la que no puede sos vos. Y creo que eso está bien. En un país donde se defienden la propiedad privada y la herencia, la única propiedad que pueden hacer valer los creadores para intercambiar por su trabajo es el derecho de autor. Debería haber una actitud por lo menos de respeto hacia esa única propiedad, que además existe con fecha de caducidad: les puedo dejar a mis nietos mis guitarras, pero no mis canciones. Entonces, la cuestión depende de qué es lo que se plantea para regir la propiedad en su conjunto. Lo primero que dicen todos los que hablan contra ese proyecto es que apoyan que los estudiantes tengan acceso a los medios necesarios para completar sus estudios. Trabajemos para que eso sea posible, buscando cómo defender los derechos de los autores de esos materiales, y los demás derechos de autor dejémoslos en el ámbito de la propiedad privada, en equidad con otras formas de propiedad que persisten -lamentablemente, para mi gusto- en la sociedad actual. Hay gente que hace esta evaluación: si consumen música cien personas y produce música una persona, votamos lo que favorece a cien. Pero eso no es necesariamente lo que más favorece a la sociedad; es, en todo caso, lo que favorece mi poder local. No está muy bueno, y si tenemos que definirlo, se llama populismo: no es lo que pretendemos.

¿Cuáles piensan que son los temas críticos en materia de políticas culturales?

-Por qué y en base a qué un gobierno de izquierda debe plantearse un proyecto cultural, cuáles son los conceptos que rigen ese proyecto. Creo que en el área de la cultura, como en otras, el gobierno del FA ha corrido el riesgo de convertirse en un atajapenales. Cuando viene la pelota, ataja. Ahora, ¿cómo jugamos en el mediocampo? ¿Cómo jugamos en el ataque? Eso no está previsto, y es lo que nos interesa saber. Tenemos la utopía de que los hechos artísticos no necesiten apoyo del Estado para sustentarse, que los sustenten sus destinatarios. Pero por ahora, y especialmente en algunas áreas, es imposible pensar en un desarrollo sin respaldo estatal. Las direcciones de Cultura nos hacen un detallado informe sobre todo lo que hicieron, pero si no encadenás las cosas no es un plan, sino una suma de hechos aislados. Además, muchas veces las políticas culturales han tendido al activismo, a decir: “Vamos a hacer un taller de teatro”. Está bien, pero me parece que no se puede plantear “hacé” si no se brindan todas las herramientas necesarias, porque defiendo la libre expresión, pero me parece un error grave confundirla con el arte, que implica otro laburo, otro compromiso. El gobierno se ha ocupado mucho de lo que depende directamente del Estado, de los cuerpos estables, del SODRE, de la Orquesta Filarmónica. Y hay mucha actividad barrial, zonal. Pero del medio artístico profesional se ha ocupado bastante menos. El teatro independiente es el que ha salido más favorecido, porque además es el sector del arte que tiene mayor organización. Es un interlocutor. Veo una relación bastante importante entre la forma en que se practica una disciplina y la estructura de organización social que se da en ella. El teatro es un trabajo colectivo; se ensaya, se va al bar a tomar un café después, y obviamente hay un intercambio permanente. Pasar de eso a una organización gremial es más fácil, porque hay un contacto muy fuerte y una historia. La Federación Uruguaya de Teatros Independientes y la Sociedad Uruguaya de Actores [SUA] existen desde que yo me acuerdo. Cuando era un niño, mi padre [Ruben Yáñez] me llevaba a actuar, y hasta yo tenía un carné de SUA. Las otras disciplinas han tenido organizaciones que van y vienen, aparecen y desaparecen, y por otra parte se ejercen de forma cada vez más individual, como en el caso de los artistas plásticos o los escritores. Entonces es más difícil que surja una organización en esos sectores.