A lo largo de la historia y en las múltiples sociedades, la maternidad ha sido considerada la condición femenina por excelencia; es asumida como la esencia misma de ser mujer por el simple hecho de que son las mujeres quienes están equipadas biológicamente para engendrar y desarrollar a otro ser humano. Esto ha provocado que la relación mujer-maternidad se perciba como una equivalencia unidimensional, en la que la mujer “sólo sirve” para ser madre. En este punto ya nos encontramos con una desigualdad de género, en la que se debe distinguir que dar a luz es una capacidad biológica, mientras que la necesidad de convertirlo en algo primordial para la mujer es una construcción estrictamente cultural.

Según la Organización Mundial de la Salud, transitan la maternidad adolescente aquellas comprendidas en la franja etaria de entre diez y 19 años de edad. Por convención, y a efectos de cálculo, cuando se visualiza estadísticamente la fecundidad adolescente, la franja etaria va desde los 15 hasta los 19; esto es así porque el límite de la adolescencia está fijado en los 19 años, y se considera que los 15 es la edad media del inicio de las relaciones sexuales entre los jóvenes, por lo tanto los nacimientos de madres comprendidas entre diez y 14 años se suman a los de 15. Estos cohortes provocan que se disponga de menos información sobre el segmento etario de diez a 14 años de edad -que involucra ya no a adolescentes sino a niñas madres-, en el que precisamente las necesidades y la vulnerabilidad pueden ser más importantes. En estos casos la niñez se ve interrumpida por la maternidad, que la mayoría de las veces es producto del abuso sexual y del maltrato al que han sido expuestas las niñas. Además, viven en un contexto de fragilidad en el que el embarazo es resultado de múltiples factores interactuantes, como la violencia, la coacción social, la pobreza, la exclusión y la falta de oportunidades educativas.

Otro factor importante es la invisibilidad de estas niñas madres, que genera la ausencia de políticas públicas adecuadas para atender su problemática.

Son múltiples los factores relacionados con el embarazo adolescente, e incluyen la madurez biológica y psicológica de la adolescente, puesto que el hecho de que esté físicamente apta para ser madre no implica necesariamente que lo esté psíquicamente. Influyen además el temprano inicio en la actividad sexual, el bajo nivel educativo -consecuencia del abandono del sistema educativo antes del embarazo o inmediatamente después de sucedido-, la ausencia de un proyecto de vida diferente del de la maternidad, el bajo nivel socioeconómico del hogar, antecedentes familiares de embarazo adolescente, historia de abusos y violencia familiar, así como el consumo de drogas. Por lo tanto, en Uruguay, como en el resto de América Latina o el mundo, las principales causas del embarazo adolescente deben buscarse en las desigualdades socioeconómicas, culturales y de género.

También se presentan múltiples consecuencias. Entre los principales factores de alarma están los referentes a la salud, tanto de la madre como del niño: más riesgos de mortalidad materna e infantil, alto índice de complicaciones obstétricas y mayor probabilidad de mortandad en las primeras semanas de vida del recién nacido. Las complicaciones durante el desarrollo del embarazo y el parto están entre las principales causas de muerte entre las adolescentes menores de 19 años. También aumentan considerablemente los riesgos de que el recién nacido nazca, por ejemplo, con bajo peso, lo que tendrá efectos de corto y largo plazo. Cuando una niña/adolescente queda embarazada, su maternidad, su hijo, su salud, su educación, el potencial de obtener ingresos a futuro -y todo su futuro, en sí mismo- quedan expuestos al peligro, comprometidos; se puede ver atrapada en una vida de pobreza, exclusión social e impotencia, pero, además, es mayor la probabilidad de que reincida en el embarazo adolescente.

Los obstáculos para su formación a nivel educativo repercutirán en su futuro desempeño en un mercado de trabajo cada día más exigente. Una mujer, adolescente o joven, con poca o escasa instrucción ingresa al mercado para reproducir las tareas de cuidado, como niñera, doméstica, etcétera. Esto la condena a percibir bajos ingresos, pero además su potencial se ve menguado, provocando frustración tanto para sí misma como para su hijo, su familia y la sociedad, y reproduciendo situaciones de pobreza que se transmiten de generación en generación.

Asociadas a la adolescencia también están las desventajas para enfrentar el proceso de formación de los hijos, pues estas madres se encuentran en una etapa de la vida en la que ellas mismas están forjando su propia identidad, a la que, además, la propia sociedad asigna papeles distintos a los relacionados con la maternidad. Las madres adolescentes son las más expuestas a enfrentar la maternidad solas, como madres solteras, enfrentándose a la ausencia y a la irresponsabilidad de los padres. También es en esta etapa de la vida que tienden a darse arreglos nupciales de carácter menos formal, debido a la edad, a las limitaciones financieras y a la dependencia de sus hogares de origen, lo que conlleva a la formación de hogares extendidos.

Por último, la maternidad adolescente se vincula a la maternidad no deseada, que limita el ejercicio de los derechos y aumenta la inequidad de género. Son las mujeres quienes viven y padecen con mayor fuerza las consecuencias de un embarazo no deseado, ya sea porque a los hombres/padres “no se les nota” y se les hace fácil eludir esta responsabilidad o porque la responsabilidad de la prevención se imputa unilateralmente, en forma injusta, a las mujeres, cuando en realidad los hombres deberían ser igualmente responsables de evitar un embarazo no deseado.

El embarazo en la adolescencia compromete profundamente la autonomía y el desarrollo pleno de las mujeres para poder llevar adelante sus proyectos de vida. El tema es de suma importancia si tenemos presente que la discriminación, el aislamiento social, así como la pobreza vivida desde temprana edad contribuyen a perpetuar el subdesarrollo social de un país. Esto evidencia que es necesario avanzar en la implementación de políticas públicas de educación sexual y en servicios de salud reproductiva de carácter integral, que también atiendan las necesidades de aquellas adolescentes que transitan por la maternidad temprana. Que esta transición temprana a la maternidad se efectúe por decisión tomada, pero además que no involucre hipotecar parte de su futuro, que se genere igualdad de oportunidades entre los diferentes sectores sociales, pero además entre los varones y las mujeres adolescentes. En este sentido, se hace imperiosa la necesidad de avanzar en políticas públicas que viabilicen la disminución de las desigualdades de género. Es deber del Estado y de la sociedad en su conjunto promover la igualdad de género en todos los ámbitos de la vida.

Esta columna fue escrita para Cotidiano Mujer en el marco de “Ni más, ni menos”, espacio de análisis político con enfoque de género en el que estudiantes avanzados de la Licenciatura en Ciencia Política (Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República) hacen su pasantía de egreso.