Si le pegan un tiro a un amigo y necesita nuestra transfusión de sangre para sobrevivir, la opción que tenemos es dejarlo morir porque nuestra sangre no es heterosexual. Desde enero de 2001, tras la publicación del Reglamento Técnico Mercosur de Medicina Transfusional, Uruguay avaló que una de las prohibiciones para la donación de sangre es la de ser un hombre que haya mantenido relaciones sexuales con alguien de su mismo sexo. A esto se le agrega que Uruguay gasta anualmente unos diez millones de dólares por falta de donantes. No hay nadie para donar. Y a la vez estamos todos nosotros, que no somos nadie.
Parece que seguimos en el clóset de los 80, con una epidemia de VIH/sida que nos persigue y que fortalece nuestro estigma. Alcanza con ver algunos formularios de donación de sangre utilizados hoy en día, en los que nos preguntan si a partir de 1977 tuvimos sexo al menos una vez con otro hombre. Exigen a las personas LGBT -lesbianas, gays, bisexuales y trans-, especialmente a los varones gays, que mantengamos un año de abstinencia sexual. No nos preguntan si tenemos sexo seguro. Es más, nuestras parejas sexuales, sean del género que sean, tampoco pueden donar porque nosotros hayamos tenido sexo con nuestros pares. Para el sistema médico somos poblaciones de riesgo, independientemente de nuestras prácticas (que no tienen por qué ser de riesgo), a las que se aplican criterios diferenciales con el fin de “proteger” al resto de la población. Nuevamente, nos marcan que no somos iguales, por ser los desviados de la norma en la que la heterosexualidad es obligatoria.
Sabremos (no) cumplir
Desde noviembre de 2014, bajo la resolución 07-2014 del Grupo Mercado Común del Mercosur, Uruguay debería haber revisado sus criterios para donar sangre. La derogación se basa en un cambio de la concepción científica sobre las poblaciones estigmatizadas bajo la etiqueta de “grupos de riesgo”, que demostró su invalidez como criterio de filtro. En su lugar, la academia propone considerar a las “prácticas de riesgo” como factores inhabilitantes. Poco importa la orientación sexual, la identidad de género, el tener o no tatuajes, o el ser o no usuario o usuaria de drogas a la hora de donar sangre. Lo que hace la diferencia son las condiciones en que esas actividades se llevan a cabo, si se ejercen de forma segura o si se cae en las denominadas “prácticas de riesgo”.
Persiste la resistencia en cambiar el foco ante las cosas que competen e incluyen a todas las personas por igual. Donde no importa con quién te acostás o a quién querés amar. Donde importa si usaste métodos de barrera que impiden la transmisión de infecciones de transmisión sexual, que en definitiva es a lo que le tienen tanto miedo. Nuevamente nos enfrentamos a una medida que busca aplacar las demandas de los movimientos sociales desde la lógica de la concesión, definitivamente no en clave de reconocimiento y menos aun en términos igualitarios.
La modificación, de carácter vinculante, debió ser incorporada al ordenamiento jurídico interno antes del 30 de noviembre de 2014. Sin embargo, como denunció la senadora Daniela Payseé luego de varios esfuerzos por lograr su cumplimiento, el gobierno nacional aún no se ha hecho eco de esta resolución, violando la normativa actualmente vigente en el Mercosur y los plazos establecidos por este. Llama la atención, además, que se mantenga dicho incumplimiento cuando se han planteado varias comunicaciones en las que se recordó la modificación a las autoridades del Ministerio de Salud Pública.
A Orlando sin escalas
La marginalización de la población LGBT tiene múltiples caras. Vivimos cotidianamente episodios de discriminación; somos violentados y violentadas por nuestro entorno, desde los espacios educativos hasta los laborales y sanitarios. Incluso en nuestras propias casas nos vemos obligados a escondernos, si no somos antes expulsados. Esto conlleva a que nuestras redes de contención inmediatas suelan ser nuestros pares: quién mejor para entender lo que a uno le pasa que el (o la) que es igual a uno. Primer síntoma: hace unos pocos días en Estados Unidos asesinaron a 50 personas por su orientación e identidad de género y aproximadamente la misma cantidad resultó herida. Segundo síntoma: “Si le pegan un tiro a un amigo y necesita nuestra transfusión de sangre para sobrevivir, la opción que tenemos es dejarlo morir porque nuestra sangre no es heterosexual”. Tercer síntoma: a partir de la masiva hospitalización tras el episodio, algunos centros especializados de salud consideran un estado de excepción que nos permite temporalmente la donación. Una excepción que es el tercer indicador del mismo problema, la instauración de una política especial para poblaciones supuestamente especiales, diferentes, anómalas. Contradictorio, ¿no? Así funciona la discriminación.
Nahia Mauri y Diego Puntigliano, integrantes del Colectivo Ovejas Negras