Fui embajador de Uruguay ante la Organización de Estados Americanos (OEA). Dimos una batalla diplomática en 2014 para defender el derecho a la autodeterminación de Venezuela, propiciar caminos de diálogo y contribuir a la paz. Mi ministro de Relaciones Exteriores era Luis Almagro. La defensa de Venezuela y su derecho a resolver los conflictos vía diálogo fueron debatidos y acordados en la OEA en la reunión del Consejo Permanente del 6 y 7 de marzo de 2014. Fue una iniciativa promovida por Uruguay, Argentina y Brasil, y logramos aislar la acción desmelenada del representante de Panamá. La declaración fue votada por 29 a 3. Los hechos posteriores no fueron acordes a los compromisos que se asumieron en esa oportunidad y que propiciaban la instalación de una mesa de diálogo. También intervino una misión de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).

Almagro es un compañero, pero en esta oportunidad, en mi opinión, está equivocado. Ahora bien, nadie puede ensuciar su nombre y lanzar una maledicencia pseudoconspirativa. Se trata de su opinión con base en sus concepciones y convicciones. No se necesita ser agente de nadie ni hacerle mandados a nadie. Puede ser, como no, que tengamos diferentes opiniones. Eso no convierte a nadie en agente de nada. Por favor. Reitero: creo que Almagro está equivocado en el trato y el camino elegido para el complejo tema de Venezuela. Su rol debe ser de articulador, y no de juez y fiscal.

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y los integrantes del gobierno chavista son compañeros. Conocí al comandante Hugo Chávez cuando nos recibió a mí y a Tota Quinteros. Su prédica integracionista y latinoamericana es un hito en nuestro continente.

Pero hoy la mayoría del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y el presidente Maduro están profundamente equivocados. Siempre lo estuvieron respecto de la plataforma de derechos humanos, igual que otras fuerzas y gobiernos de izquierda. Nunca la entendieron en tanto programa democrático radical al servicio de los cambios populares. Siempre la identificaron como un ariete imperial y no tuvieron en cuenta el rol que jugaron la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Corte Interamericana de Derechos Humanos en términos históricos. Eso no borra el pasado oscuro de la OEA, admitiendo a todo tipo de criminales en sus asientos e invadiendo Santo Domingo para voltear un gobierno constitucional. No.

Lo peor de la mayoría de la dirección chavista es cómo está manejando la delicada situación política de su país. Es evidente que están tentados por una salida autoritaria y militarista, con represión, presos políticos e ignorando los instrumentos de consulta y referéndum que la Constitución, promovida por Chávez y votada en la Asamblea Constituyente, garantiza. Eso no es de izquierda ni revolucionario. Los que militamos hace mucho tiempo sabemos de las tentaciones burocráticas, militaristas y autoritarias que han sacrificado tantos procesos. En nombre de la revolución se ha masacrado a revolucionarios. Desde el levantamiento de Kronstadt, pasando por Camboya o la dictadura de Nicolai Ceaucescu o los Gulags. En nombre de las grandes causas de la humanidad se han cometido crímenes horrorosos.

Esto debe inscribirse en una profunda autocrítica que nos debemos las izquierdas latinoamericanas para revisar nuestros enfoques y las prácticas políticas y de gobierno que hemos tenido. Hay derrotas que, en primer lugar, es necesario asumir como tales, revisarlas, no arremeter como si la historia nos fuera a absolver de todas las macanas.

En aquella sesión del Consejo Permanente encontramos la fórmula para habilitar el diálogo y dejar sentadas las bases de una conducta que ayudara al gobierno venezolano. Tenía el balance y el equilibrio necesarios, la defensa de Venezuela y la invitación al diálogo. No pudo ser. La ceguera política, sólo comparable a la soberbia y al dogma, hizo que se perdiera una oportunidad única de arrebatar el discurso de la paz. Ahora están en el discurso bélico. Mal.

En esa oportunidad, hubo una misión de la Unasur, integrada entre otros por Almagro. Poco éxito tuvo. En cierta medida, sus integrantes fueron destratados. Se impidió el diálogo con algunos opositores -cosa absurda si las hay- y no se habilitó ningún mecanismo para el diálogo y para normalizar el debate político.

Almagro se equivoca porque genera un enfrentamiento con sesgos muy personalizados, tutea a Maduro, lo trata en forma soez. No tiene en cuenta todo el proceso anterior. Toda acción diplomática y política debe comenzar por buscar los caminos de la paz y el diálogo. Lo que parece haber logrado Almagro es unificar un discurso absurdo, dogmático, autoritario y con tentaciones militaristas de parte de la dirección mayoritaria del PSUV. Un pretexto para justificar lo injustificable.

La apuesta sólo puede ser a propiciar un diálogo nacional. Otra vez, porque ya se hizo en el Consejo Permanente de marzo de 2014. Pero hay que insistir: que gobierno y oposición se sienten en una mesa. Eso debe acompañarse con las garantías del ejercicio de los derechos por parte de todos.

El problema es que no hay vocación de negociación en Venezuela por parte de nadie. Todo parece caminar hacia un enfrentamiento violento. Por eso mismo, no se trata de azuzar y echar leña, sino todo lo contrario. Eso vale para todos.