En la vida la omnipotencia no es buena consejera. Y en la política, no sólo es mala consejera: es la peor consejera. En 2016 se están viviendo cambios políticos relevantes en el ámbito latinoamericano, que implican un fuerte impacto en la izquierda y el progresismo de la región.
La compleja situación venezolana, el golpe en Brasil, el triunfo de Mauricio Macri en Argentina, la pérdida del plebiscito reeleccionista en Bolivia y las dificultades que atraviesa Michelle Bachelet en Chile ponen sobre la mesa la necesidad de un profundo análisis del proceso de cambios políticos, sociales, económicos, productivos y culturales que se puso en marcha a comienzos de siglo en la región.
Uruguay no está pasando por una situación crítica como la de estos países, pero se encuentra inmerso en un proceso caracterizado por una suerte de apatía política de la población, en particular entre amplios sectores de adherentes y militantes del Frente Amplio (FA), que han tomado distancia de la participación política activa.
El proceso hacia la elección de la presidencia del FA puede ser un espacio relevante que facilite la realización de una reflexión profunda, abierta, diversa y transparente sobre la coyuntura regional y muy especialmente sobre el estado del alma de la izquierda política y social en el Uruguay de hoy.
Para más respuestas, ¿más y mejores preguntas?
Un aspecto clave de la matriz de pensamiento y acción de la izquierda a lo largo de su historia es su enorme capacidad de esbozar respuestas a los más variados temas del ámbito de la sociedad, la economía, la producción y la cultura.
En los últimos 40 años se han producido a nivel global, regional, nacional y local cambios gigantescos en la sociedad, la cultura, la ciencia y la tecnología, la economía y la producción. Estos cambios se producen cada vez más aceleradamente; en el siglo XXI lo único estable es el cambio.
En este contexto, la izquierda tiene como imperativo ético, político y metodológico la tarea sustantiva de formular y formularse preguntas agudas, críticas, inteligentes, que le permitan dar cuenta de qué está pasando en esta segunda década del siglo XXI. La izquierda uruguaya no escapa a esa realidad y debe ser protagonista del cambio civilizatorio por el que transita la humanidad.
Si hacemos siempre las mismas preguntas, si no ponemos en evidencia los déficits en la comprensión de los fenómenos, los errores que hemos cometido en el análisis de ciertas problemáticas y en las soluciones que hemos propuesto para estas, difícilmente demos cuenta adecuadamente del mundo y del tiempo en que vivimos. Si hoy hacemos las mismas preguntas que hacíamos en las décadas del 60, 70 u 80, difícilmente obtengamos respuestas que sean útiles para el siglo XXI. Por ello, antes de proponer respuestas apresuradas, este parecería ser un buen momento para formularnos más y mejores interrogantes, de cara a una sociedad del siglo XXI que sea más justa, igualitaria y radicalmente democrática.
Vivimos una época marcada por lo instantáneo, y las coordenadas de tiempo y espacio se han trastocado sustantivamente. Sin ánimo de ingresar en un debate académico profundo, aunque sí seguramente necesario, la sociedad global del siglo XXI, entre muchas características, puede ser catalogada como una sociedad de redes marcada por un sistema de flujos; es dinámica, cambiante, con una gran diversidad de actores y protagonistas. Para esa sociedad es necesario formular nuevas preguntas y encontrar sus respuestas.
¿Y si un día no estamos?
Hacer la pregunta del subtítulo no implica asumir de antemano los eventuales traspiés que se pueda tener, asegurar derrotas anticipadamente, ni tomar posiciones de corte fatalista. En absoluto; plantear esa pregunta es un acto de realismo, de sensatez y de responsabilidad política. Hay ejemplos: a nivel departamental, el FA perdió en Maldonado, en Salto, en Paysandú y en Artigas; lo mismo le pasó en varios municipios.
No estar es una posibilidad que obliga a dar cuenta de los escenarios posibles en caso de que eso suceda, y eso corre para las instancias municipales, departamentales o nacionales. Y si esto sucede, la vida seguirá andando y los sueños emancipatorios de la izquierda seguirán tan vigentes como en la Comuna de París, en la Revolución de Octubre, en la entrada triunfal en Managua o La Habana, o como cuando en 2005 el FA accedió al gobierno nacional.
En esos días y meses de 2005 sobraban los sueños, las ideas y la motivación; se contagiaban las ganas y las esperanzas. El FA no había tomado ni París, ni el Palacio de Invierno, ni Managua ni La Habana, pero había contagiado el corazón de miles de compatriotas. Y en la gestión del Estado a veces le fue bien, a veces regular y a veces mal. Como todo en la vida, no alcanza con hacerlo bien para que salga bien. Sería importante empezar a pensar que “no estar” puede ser también otra forma de estar, y sería importante empezar a pensarlo antes de que suceda.
Yo creo que es posible que un día eso suceda. ¿Qué pasará con “el día después”? El movimiento popular, la izquierda y los movimientos sociales seguirán construyendo poder desde la sociedad, desde la cultura, desde las formas de la economía social y desde la vida cotidiana. Para ello, las formas que tome la política, ejercida por los movimientos sociales, las redes o los partidos, tienen que ser concebidas de manera tal que permitan que las formas de acción que se lleven adelante faciliten que las cosas fluyan, que hagan posible que las cosas pasen.
Para lograrlo, es imprescindible romper con la lógica de cómo se conciben las formas de control social, los mecanismos de control en términos políticos, e implica un cambio en la lógica de concebir el poder y, por lo tanto, la organización política.
Las organizaciones sociales, los partidos y las organizaciones políticas del siglo XXI tendrán que ser flexibles, ágiles, abiertas a la innovación y al diálogo, porosas, de forma que la sociedad las penetre, las interrogue, las interpele.
El tiempo de redes es un tiempo en el que las personas se comunican, dialogan, intercambian; es un tiempo de encuentros electrónicos en territorios virtuales. Es un tiempo en el que es imprescindible que la política funcione de manera tal que facilite el fluir de los acontecimientos, en que lo medular no son las murallas sino las ventanas abiertas y los puentes que podamos tender para unir lo diverso. Esto vale para la izquierda política y también para la izquierda social.
En la París de los Comuneros, en la Revolución de Octubre, en la Managua del 79 o La Habana del 59, la política se resolvió en las calles. “Las redes”, protagonistas estelares de la sociedad actual, son una potente herramienta de acción política para politizar la sociedad. El desafío que la izquierda tiene por delante es politizar las redes y, de suyo, politizar las calles. Este es el desafío que tiene por delante toda la izquierda y particularmente el FA, si es que pretende estar a la altura de la época.