Reconocer que en un Estado democrático todo sujeto tiene pleno derecho a defender sus ideas, sin importar el grado de sensatez de estas, es una perogrullada. Mucho menos obvio es reconocer la necesidad de interponer algún tipo de límite a su difusión, cuando tras la aparente inocencia de algunas fantasías pueriles o de ideas más o menos esotéricas, se desarrollan prácticas fraudulentas que buscan el provecho económico, explotando la ignorancia de los más débiles. Ahora bien, que un Estado destine recursos al fomento de ese tipo de actividades es ya una cuestión preocupante, y que lo haga el Estado uruguayo, ubicado históricamente a la vanguardia en lo que hace a laicidad, protección social y reconocimiento de derechos, con un nítido perfil humanista y secular, es tan inconcebible como bochornoso.

El fin de semana tuvo lugar en un hotel de la capital un encuentro denominado “Montevideo Místico III”, que contó con el auspicio del Ministerio de Turismo, que lo consideró de interés ministerial.

Parece mentira que sea necesario tener que recordar que el Estado como tal tiene como misión promover la educación y la cultura, no el oscurantismo y la charlatanería extravagante; que tiene un rol central en el fomento de la ciencia y la difusión del conocimiento, no de patrañas propias de prestidigitadores medievales. No se puede promover el Plan Ceibal y al mismo tiempo apoyar a quienes se dedican a la lectura de manos, la alquimia o la numerología en pleno siglo XXI; no es coherente reivindicar experiencias de investigación exitosas del Instituto Pasteur o del Clemente Estable y simultáneamente darles cuerda a los macaneadores de siempre de las cartas astrales, el reiki y la homeopatía. Definitivamente, no resulta creíble afirmar que se hace una apuesta sincera por un Uruguay inteligente y, al mismo tiempo, estar alentando a un puñado de farsantes adornados con turbantes, que curran entre bambalinas con la lectura del aura, el *biomagnetismo y la sanación cuántica.

Uno quisiera pensar que las autoridades de un ministerio que ha tenido un desempeño correcto en los últimos años pudieron haber actuado con el piloto automático y, entre la montonera de papeles a firmar, perdieron de vista el carácter poco digno de lo que estaban patrocinando. Que se trató, en definitiva, de un descuido, y no de una decisión meditada y fundada, desde una perspectiva radical y ultraliberal de relativismo cultural. Pero aun así, parece saludable alertar sobre la necesidad de retomar los controles y abrocharse el cinto de la racionalidad, no sea cosa que en la próxima curva nos encontremos promoviendo alegremente los congresos de los creacionistas, patrocinando a los defensores de la Tierra plana, o considerando de interés ministerial las charlas de los abducidos por alienígenes y de los lunáticos antivacunas.