Suele apuntarse un retraimiento de los jóvenes en cuanto a la participación política. Efectivamente, varias investigaciones indican que estos están más distanciados de los partidos políticos que otros grupos etarios. Pero el activismo juvenil es variado e importante: lo demuestran, además de las juventudes partidarias -como la del PIT-CNT o la de la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua-, los movimientos sociales juveniles, como el estudiantil, con la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay y las coordinadoras de secundaria, y también la fuerte presencia de jóvenes en el movimiento por los derechos humanos, el ambiental, el feminista, el anarquista y el LGBT.
Permanentemente, además, aparecen nuevas demandas de jóvenes organizados que buscan cambios sociales para una mayor justicia, como las que surgieron recientemente contra los manicomios, el acoso callejero y la liberación animal. Otras demandas se multiplican. Por ejemplo, hace décadas que los medios de comunicación son un espacio de antagonismo en el que operan las radios comunitarias, mayoritariamente llevadas adelante por jóvenes, y en la actualidad fructifica el activismo relacionado con el copyleft, el software libre, los medios apoyados en tecnologías y otros.
Es necesario prestar atención al terreno cultural como un espacio fuertemente político. Muchas casas y centros culturales, desde La Solidaria a La Cuadra, aglutinan movimiento juvenil. También se hace política en torno al grafiti y al arte callejero en general, al hip-hop, a las murgas jóvenes, a las movidas de punks, góticos y metaleros, a los sellos discográficos independientes o al veganismo. Son formas de resistencia; a veces también funcionan como tales la cumbia y el reguetón. En ocasiones, las organizaciones de voluntarios, como Techo y otras, con o sin componentes religiosos, trascienden su trabajo concreto y toman posición en temas políticos. Configuran movimiento juvenil en el sentido más laxo, casi literal, del término.
Este poblado escenario puede ordenarse de muchas maneras. Hay movimientos con mayor o menor organización, con más o menos discurso general, con más o menos distancia respecto de la izquierda política, construidos en esta generación o antes, orientados hacia el Estado o el compromiso individual. En relación con esos u otros ejes, pueden definirse tipos de activismo juvenil, y se dibuja un amplio y complejo espacio de movimientos, con cercanías y distancias entre ellos.
Las organizaciones vinculadas con la agenda de derechos (matrimonio igualitario, aborto, marihuana) impulsaron una fuerte ola de activismo, que se volvió propiamente un nuevo movimiento social. Lograron cambios trascendentes, mostraron nuevas tácticas, capacidad de movilización y en particular articulaciones exitosas, una conexión generacional y entre generaciones. En el entramado que llevó adelante la agenda de derechos confluyeron muchos espacios de activismo juvenil, y prácticamente todos los que, entre los mencionados, orientan sus demandas hacia el Estado.
En la campaña contra la baja de la edad de imputabilidad confluyeron, junto con estos últimos, los orientaban más bien al compromiso individual: desde organizaciones de voluntarios hasta los scouts, grupos religiosos o jóvenes del Partido Nacional. Esa articulación de todo el entramado de movimientos sociales juveniles tuvo, además, la peculiaridad de que se presentó expresamente como una “voz joven”, algo muy poco frecuente en las últimas décadas, en las que hubo sobre todo movilizaciones definidas por su temática, y no porque fueran jóvenes quienes las realizaban.
Las movidas por la agenda de derechos y por el No a la Baja desconcertaron a profesionales de la política y a académicos, que no previeron la regulación de la marihuana, el éxito en el último plebiscito ni el carácter revulsivo del matrimonio igualitario. Claro, cuatro presidentes consecutivos con más de 60 años y el promedio de edad del actual gabinete muestran que desde ahí arriba hay serias dificultades para conocer y comprender lo nuevo. Ni digamos para apoyarlo y animarlo. En la también envejecida academia nacional no hay investigaciones, se desprecian esos movimientos, por “poco políticos”, se les exige a los jóvenes movilizados respuestas, utopías o planes que ni expertos ni partidos han podido dar.
Todos estos activismos tienen en común que suceden mayormente entre jóvenes incluidos, integrados. Y, como es sabido -aunque no cabalmente asumido-, una fractura social separa en Uruguay a jóvenes y adultos (con diferencias significativas en las tasas de pobreza o de informalidad laboral), y otra fractura separa a los jóvenes de hogares pobres y ricos (por ejemplo, con tasas muy distintas de egreso educativo). La campaña contra la baja tendió un puente entre esos jóvenes, y otro entre todos ellos y el mundo adulto.
A partir de esas fracturas se han producido acontecimientos y movimientos sociales recientes, como los del barrio Marconi. Son estallidos nítidamente juveniles, que recuerdan a los de París o Londres de años pasados: desde fuera, excluidos, con un idioma que académicos e integrados no comprenden. Son protestas en las que el componente ideológico parece secundario, pero sin duda hablan de resistencia y cambio social.
No sólo hay contextos sociales relativamente nuevos; el entorno político también está cambiando. El concepto de “estructura de oportunidad”, bastante intuitivo, es tradicional en el estudio de los movimientos sociales: alude a los cambios en el sistema político, y en particular en el Estado, que enmarcan las protestas, las demandas y sus chances de éxito. La estructura de oportunidad se está modificando en Uruguay, en términos económicos (con un empeoramiento evidente de indicadores), políticos (con un aumento de la distancia entre el gobierno y sus bases sociales) e internacionales (con gobiernos de otro signo en la región). Así está dispuesto el escenario: con un variado movimiento social juvenil que ha alcanzado importantes logros, cuyo amplio espectro de activismos puede clasificarse de varias formas; con dos hitos recientes que implicaron exitosas y novedosas articulaciones; con distancias respecto de políticos y académicos que no han sabido interpretarlos; en un marco de fracturas sociales agudas y de cambio en ciernes de la estructura de oportunidad política. ¿Qué decir? ¿Qué vendrá?
Tras la salida de la dictadura, aproximadamente cada ocho años se produce un ciclo de protestas juveniles, con características distintas cada vez. En 1988, la coordinadora antirrazias; en 1996, las ocupaciones estudiantiles; en 2004, las redes frenteamplistas, y en 2012, la agenda de derechos. Es posible, entonces, que advenga una pausa, un período de latencia. No quiere decir esto que nada pase, ni que los actores desaparezcan (de hecho, hay representantes de cada “generación movimentista” en espacios muy visibles): simplemente la ola de auge y convergencia pasa.
Sin embargo, dos o tres motivos hacen posible otro devenir, un nuevo resurgimiento. En primer lugar, un factor interno: el entramado que coaguló en la campaña contra la baja de la edad de imputabilidad aún existe. Los canales de comunicación entre organizaciones y activistas están intactos. Sus estrategias están maduras y son efectivas. Sus tácticas y su comunicación han demostrado capacidad de trascender; las diferencias entre ellos han sabido superarse. En segundo lugar, un factor de contexto: fue una señal externa la que motivó esa articulación casi total del activismo social juvenil, una reacción frente a una iniciativa estigmatizante y populista que mostraba lo peor de la política, la disposición a tomar medidas crueles e ineficientes sólo por oportunismo. Y ahora nuevamente asoma en el sistema político un punitivismo demagógico. Quizás, ojalá, la reiteración del envite lleve a un nuevo despertar.
El tercer motivo es que son necesarios. Sólo ellos podrán tender un puente para (con limitaciones) comunicar o traducir, entre el imperante idioma de lo viejo e instituido y el chivo expiatorio preferido, con los “jóvenes marginales”, a quienes se les exigen comportamientos para los cuales no se les dieron oportunidades. Sólo ellos podrán interpretar las nuevas emergencias políticas en la izquierda, desde Podemos a Syriza. Sólo ellos podrán dar soluciones innovadoras a viejos problemas, como la educación y la inseguridad. Lo nuevo va a venir, ha venido, está aquí para quedarse. Y sólo los jóvenes movilizados podrán expresarlo.