Hace meses, un grupo de personas suscribimos una carta de apoyo a *Pacha *Sánchez titulada “¿Por qué nos importa la presidencia del Frente Amplio (FA)?”.1 La explicación parecía necesaria por ser nosotros un colectivo variopinto, en muchos casos sin relación actual ni futura con partidos, orgánicas ni cargos de gobierno. Ignorantes aún del resultado electoral y sus consecuencias, es tentador visitar el principal motivo de aquel apoyo, ahora con intención prospectiva.

Un dato robusto es la vitalidad de la sociedad frenteamplista. Los casi 100.000 votos emitidos son menos que muchas comparaciones posibles, válidas o no según para qué. Es bastante más que lo esperado si el FA sólo movilizara la resultante de su torpe conducción política y el enojo/desconcierto de su comunidad. La complejidad de la coyuntura actual del FA no se explica con balbuceos complacientes de aparato ni fuego graneado de indignados recién estrenados. En la última década el FA demostró ser uno de los partidos políticos más exitosos del continente. ¿Cómo negarlo? Como cooperativa de votos no tiene rival en Uruguay; gestionó transformaciones significativas en una sociedad frágil; administró un intrincado sistema de tensiones internas y sociales; sostuvo una agenda de justicia social efectiva sin afectar a grandes privilegiados; gobernó para ampliar la esfera de los derechos. Y un largo etcétera que da cuenta del cumplimiento con creces de la “retropía” del pequeño país modelo.

La pregunta molesta es ¿ahora qué? Y la única respuesta posible parece ser, ahora, indagar qué es la política de izquierda en un tiempo de transición con pocas señales en el camino y en donde al Frente Amplio lo cuestionan pasado y futuro.

Desde el pasado lo interpela existir en el marco de un sistema de ideas y acuerdos, reglamentos, pactos y lealtades que se forjaron, probaron y corrigieron en un tiempo histórico que ya pasó. Puedo avanzar un paso más en este razonamiento: el FA realmente existente fue posible en un país que, grosso modo, ya no es, o se disuelve inexorablemente. El pilar más resistente de aquel país es su sistema de partidos políticos; sistema del cual el FA dejó de ser un factor crítico transformador para convertirse en usufructuario a tiempo completo. Desde el futuro, al FA lo interpela la tensión creciente entre su vocación de timonel (es decir, gobernante) y la necesidad de entender, promover y apoyar los motines sociales y culturales de estas sociedades nuestras donde “la riqueza y la pobreza se multiplican al mismo tiempo, el conocimiento y la alienación crecen parejos, la creciente libertad de millones coexiste con más esclavos que nunca; aumentan los derechos mientras disminuye el tiempo para ejercerlos, pensamos la política y los partidos en los confines de estados/países con capacidades próximas al cero. Bregamos por un estándar de bienestar que ahoga y esteriliza el planeta”.2

Para fastidio del aldeano orgánico integral, inquilino perpetuo del pensamiento político uruguayo, esta crisis no es del FA sino que refiere la epistemología progresista de la época. En recientes intervenciones, Michael Moore fundamenta que Donald Trump ganará las próximas elecciones como consecuencia de la rabia de muchos y del descrédito de los partidos. Tendrá o no razón (ojalá no), pero su razonamiento merece seguirse. Según él, la derrota de los progresistas se explica(rá) porque piensan la política dentro de una burbuja en donde sólo suena el eco de sus muchas y verdaderas buenas obras; porque ignoran o desprecian la insatisfacción y la rabia de los menos beneficiados (o directamente descartados) del sistema; porque se niegan a reconocer la furia que provocan en la sensibilidad egoísta y conservadora los avances provocados por ellos (los progresistas) en el campo de los derechos. De modo similar podrían interpretarse, al menos en parte, las dinámicas recientes de nuestra vecindad. Un rasgo de la experiencia progresista en la mayoría de los países del sur (excepto, tal vez, Bolivia) fue volcar todas las energías teóricas, políticas, culturales y humanas en el escenario partidario/gubernamental, abandonando el resto de la cancha. Izquierdismo de Estado puro y duro.

Por eso el desafío estratégico de esta corriente política todavía vital, llamada FA, no se agota en el expediente de retener o disputar gobierno, un asunto que tiene vida propia porque el poder tiende a reproducirse con el automatismo de la respiración. Lo que reclama intención y decisión es asumirse como punto de partida de un nuevo tiempo de disputa cultural, en el que también será necesario someter a críticas los logros propios y sus limitaciones. Sólo así sería posible soñar con ensayar interpretaciones nuevas sobre la época para luchar por imponer nuevos sentidos en la sociedad. Retorno desde aquí a la cuestión de la presidencia del FA.

Es perfectamente posible descalificar esa investidura bajo el supuesto de que poco puede hacer dentro de una estructura probada en sus vicios y sistemas de bloqueo. También es posible pensarlo de otros modos. Por ejemplo, recordar que la elección directa es un acto instituido desde afuera, en el marco de una movilización cuya iniciativa partió de las díscolas “redes frenteamplistas”. Ello le otorga a la presidencia un tipo de legitimidad diferente, que la gestión de Mónica Xavier demostró fecunda. El valor actual de elegir una presidencia nacida por fuera del sistema de pactos y bloqueos es investir a alguien para atravesarlo (al sistema) y desencadenar energías en un proceso en que la cuestión generacional será determinante. No sería fácil impulsar un nuevo proyecto político cultural de izquierda sin entenderse como pares con quienes lo pueden experimentar como su propio proyecto de vida. Hará falta buen pulso y gusto por el riesgo. Con frecuencia se escucha a integrantes de las viejas generaciones (la mía entre otras) acusar a las nuevas de “descubrir el mundo” y creer que “todo comienza cuando ellos llegan”. Pues sí. Mejor apostar a aquellos para quienes todo siempre recién empieza.

1.http://pachaalfrente.uy/web/companeros-que-apoyaron-a-pacha-a-la-presidencia-del-frente-amplio/ 2.Ídem anterior.