En estos días, tras el anuncio del gobierno respecto del adelanto de 200 pesos del aumento de las jubilaciones mínimas, ha habido una enorme reacción entre la gente, en las redes sociales, incluso entre los amigos. Entre las críticas hay distintos perfiles; los legítimamente indignados, los perezosos a los que no les interesa informarse sobre la realidad, pero que cuando se trata de cuestionar lo hacen con tanta virulencia como poco conocimiento y, por último, los hipócritas oportunistas (no todos de los partidos tradicionales). No pretendo diferenciar cuál es cuál; cada uno se ubicará. Pero lo que parece central es que este hecho, como cualquier otro en la vida social, sea analizado en el contexto en el que se produce, porque cada hecho es parte de una historia, y si nos quedamos en el hecho aislado, perdemos lo importante. Ningún hecho aislado cambia las condiciones de vida de los más humildes, y cuando el árbol no nos deja ver el bosque, estamos perdidos.
Algunos hechos:
Parece evidente que la cifra manejada es tan baja que su aporte a la calidad de vida de los beneficiarios será mínima. Eso es un hecho. Sin embargo, dudo que alguien que cobra 8.765 pesos sienta que es lo mismo que nada y, en todo caso, deberían decirlo ellos y no los escribientes o los vivos en las redes, que seguro que ganan mucho más, pero que a muchos de ellos, si se les pide una contribución de 200 pesos, por ejemplo, mediante el aumento del IRPF, se indignan al extremo. Así, cuando se trata de una mejora, 200 pesos es nada, pero cuando se trata de impuestos (por tanto, cobrar menos) parece que los mismos 200 pesos se multiplican.
Los 200 pesos no son ni el monto de las jubilaciones ni el aumento, sino un adelanto del aumento. El gobierno del Frente Amplio (FA) en 2007 decidió ir más allá de lo que obliga la Constitución y además de los aumentos que se dan cada enero, más los aumentos especiales que se fueron definiendo para las jubilaciones más bajas, decidió dar un adelanto del aumento a partir de julio, para dar otro empujoncito en las condiciones de vida de los jubilados de menores ingresos. El verdadero aumento será en enero, como todos los años, y si bien todavía no es posible decir de qué monto será, estará entre 10% y 12%, o sea entre 900 y 1.100 pesos para las jubilaciones más bajas, lo cual parece bastante más interesante, ¿no?
Este año, dadas las condiciones económicas del país, el gobierno había decidido no dar ese adelanto, pero las organizaciones de jubilados insistieron en la necesidad de mantener el gesto del adelanto y el gobierno accedió. La reacción posterior es, al menos, llamativa.
Las jubilaciones mínimas en Uruguay, aun siendo muy bajas, desde 2005 han tenido un aumento enorme. Es importante recordar, o saber, que en 2005 había jubilaciones de 300 pesos; ¡sí, 300 pesos! Recién en 2008 se logró establecer una jubilación mínima, que en su momento fue de 1 BPC, que eran ¡1.636 pesos! Desde entonces, además de la suba anual igual al aumento de salarios (que como todos sabemos también han sufrido aumentos históricos desde 2005), se han venido aplicando aumentos especiales a las jubilaciones más bajas; de forma que hemos llegado a los 8.965 pesos de ahora. De 300 a 8.965 pesos. No es tan poca cosa.
Lo anterior no sólo pretende recordar una realidad insoslayable cuando se juzga a los gobiernos del FA como lo hacen, sin profundizar lo suficiente, Apegé (ver http://ladiaria.com.uy/AGWf) o Soledad Platero (http://ladiaria.com.uy/AGXN), por ejemplo, sino que busca hacer pensar que ese enorme aumento se logró en base a pequeños aumentos, año tras año. Y que cada uno de esos pequeños aumentos, si algún distraído (o algún vivo) lo toma aislado y lo juzga fuera de contexto, podría parecer “una tomadura de pelo”, “una vergüenza”; sin embargo, es la acumulación, lenta pero sin pausa, de esos aumentos lo que ha logrado esa enorme mejora. Y capaz que algún astuto puede agarrar cualquiera de esos aumentos y dividirlo entre 30, para ver el aumento diario, o incluso luego, ¿por qué no?, dividirlo entre 24, para ver el aumento por hora. Siempre es posible elegir una unidad de tiempo en la que el aumento resulte ridículo. Es tan fácil destruir.
A estos aumentos se suman otros beneficios que los jubilados han venido recibiendo. El más importante: el Fonasa. Desde su creación en 2007, el Fonasa se ha seguido ampliando año tras año, y justo este mismo mes, han terminado de ingresar al Fonasa todos los jubilados. Claro, eso no salió en los informativos, los vivos no hicieron bromas en las redes, y los escribientes no le dedicaron una columna. Ese hecho, que socializa el derecho a la salud, implica el derecho a un tratamiento de cáncer, o una operación a corazón abierto, o una prótesis de cadera, entre tantas otras cosas. Es decir, es la diferencia entre la vida y la muerte, simplemente. ¿Cuánto vale eso?¿Entre cuánto habría que dividirlo para que parezca ridículo? Pero aunque “no tenga precio”, lo cierto es que sí tiene un enorme costo económico para el Estado, que se paga mes tras mes, año tras año, pero que casi nadie ve ni recuerda en estos momentos. Pero cada año el Estado transfiere al Fonasa más de 300 millones de dólares para asegurar el derecho a la salud. Claro, si no existiera el Fonasa capaz que se podía haber dado un aumentito mayor, para que la comparación con el precio del kilo de morrones diera mejor.
Pero además, también desde que el FA gobierna, cada año se otorga una canasta de fin de año a los jubilados con bajos ingresos (no llega a ser un aguinaldo, pero es una ayuda) que el año pasado fue de 1.500 pesos; otro empujoncito. A eso se suma un hecho no menor como es la tablet del Plan Ibirapitá, que también ha sido bastante ridiculizado, con argumentos que no dejan de denotar la idea de que los viejos son estúpidos y no pueden aprender a usarla. Esas tablets tienen un sistema operativo especialmente diseñado que resulta muy sencillo de usar y permite, muy fácilmente, cosas como leer los diarios, escuchar música, leer libros (entre múltiples títulos para elegir; ni más ni menos que una biblioteca en sus manos) y otros beneficios como recordatorios de tomar los medicamentos, etcétera. Todas cosas que tal vez al lector le parecen insignificantes, pero que para alguien que gana 8.765 pesos y que además, muy frecuentemente, vive solo, pueden ser importantes.
Un temita extra que debería considerarse es la cantidad de gente que cobra ese valor de jubilación. Son cerca de 120.000. Esto es importante, porque cada 1 peso de aumento le cuesta al Estado 120.000 por 12 meses. Y esa plata que resulte hay que sacarla de algún lado; o sea, alguien tiene que pagar más impuestos para financiarlo. Y esto viene al hecho, ya mencionado, de que los mismos que se burlan de este aumento se indignan si les aumentan los impuestos.
Relacionado con lo anterior, podría surgir la expresión: “¡Qué horror! 120.000 personas que cobran esa miseria”. Sí, es verdad. Pero recordemos que en los gobiernos del FA se han flexibilizado enormemente las condiciones para acceder a la jubilación, de forma que decenas de miles de personas que hoy cobran eso habían llegado a edades avanzadas y, por no haber aportado durante los años exigidos, no se podían jubilar y estaban totalmente desamparadas. Así, gran parte de las personas que cobran ese monto no aportaron al sistema los años necesarios, y aun así se les otorgó la jubilación. Seguramente, muchas de ellas, quizá la mayoría, trabajaron esos años y muchos más, y no aportaron porque estaban en una situación de explotación tal que esa no era un opción. Pero también hay unos cuantos que en realidad decidieron no aportar, o hacerlo por el mínimo, cuando en realidad ganaban bastante más, así les quedaba un sueldo líquido mayor. Los sistemas solidarios, como el nuestro, no funcionan cuando la gente no es solidaria. Y además, hay muchos que, amparados por la ley, se jubilaron como patrones. Propietarios de pequeñas empresas, comerciantes que figuraban con un sueldo ficto para tener derecho y que hoy cobran ese monto, pero que en realidad tienen propiedades o ingresos de capital. Su situación es diferente, pero a la hora de recibir aumentos, suman como cualquiera.
Estos datos se reflejan en el hecho de que la pobreza en personas mayores de 65 años es casi inexistente, cuando entre niños es de alrededor de 20%, lo cual debería interpelarnos sobre la centralidad que el tema de las jubilaciones tiene en la discusión pública frente a otros temas más urgentes. Eso señala además una fortalecida red de protección social que permite a gente con bajos ingresos tener otros apoyos que le permiten cubrir sus necesidades mínimas.
Uruguay es un país que se encuentra en una situación de transición demográfica avanzada. Esto quiere decir que el nuestro, como todos los países con buenos niveles de vida, se está envejeciendo muy rápidamente. Y eso implica que, por cada jubilado, cada vez hay menos gente en el mercado de trabajo, aportando a la seguridad social, y que, por tanto, cada vez hay menos recursos que llegan al BPS, pero más erogaciones. Por eso el gobierno tiene que pasarle al BPS para compensar la diferencia, cada año, cerca de ¡2.000 millones de dólares! Esto les pasa a los países que avanzan económica y culturalmente, lo que permite a las mujeres decidir cuántos hijos quieren tener y a los adultos tener buena atención de salud y buen nivel de vida, lo que lleva a que vivan cada vez más años. Es algo muy bueno, pero que cuesta mucha plata. Entonces, el sistema de seguridad social no es ninguna “estafa”; al contrario, toda la sociedad contribuye mucho para que el sistema se sostenga y los jubilados sigan cobrando. Esto resulta de que un muy alto porcentaje de jubilados (y cada vez más) cobrarán mucho más de lo que aportaron al sistema a lo largo de su vida. Más que a “estafa”, me suena a milagro. Pero claro, los milagros no existen y la diferencia caerá, cada vez más, en los, cada vez relativamente menos, trabajadores activos. No, no es una estafa a los jubilados. Es un poquito más complejo, y hay que hacer el esfuerzo de entenderlo, porque si no, se corre el riesgo de decir cosas equivocadas que ayudan a destruir los logros y no a profundizarlos. No, mirando la foto entera, a mí no se me cae la cara de vergüenza; pero claro, siempre es más atractivo escribir una nota combativa que dedicarle un rato a tratar de entender los avances y las dificultades.
Una última cosa. A fin de año publiqué una nota, breve, sobre la importancia del crecimiento económico para procesos de cambios profundos como el nuestro. Y lo hice porque ya se veía venir que la situación económica empeoraba rápidamente, y me parecía que en la izquierda no se valoraba el crecimiento en su justa dimensión. Entre las múltiples reacciones que hubo, muchas transmitían esa misma concepción errónea, que asimila crecimiento con profundización del capitalismo. Lamentablemente, la situación ha demostrado lo que muchos temíamos, y ahora que el crecimiento falta, nos damos cuenta de cuán importante era. Es que mientras la economía crecía, el Estado recaudaba más impuestos y eso permitía, a un gobierno con objetivos claros de redistribución, mejorar las jubilaciones y los recursos destinados a educación, políticas sociales, etcétera. Como siempre, valoramos las cosas cuando las perdemos… esperemos que sea por poco tiempo.
Toda esta lata viene a cuento de una profunda convicción que tengo y que, en estos días, me mortifica mucho. Creo que lo que no se sabe o no se recuerda sobre los logros obtenidos no se valora. Y lo que no se valora no se defiende, y lo que no se defiende se pierde. Y se han logrado muchas cosas, muchas más de lo que muchos compañeros son conscientes. Sólo voy a mencionar una, por su centralidad para el pensamiento de izquierda: la redistribución. Uruguay vivió en estos años la más profunda redistribución de ingresos de la que se tenga registro en la historia del país. Además, es la más profunda de entre todos los procesos de izquierda que ha vivido el continente en la última década y pico. Más profunda que la lograda por procesos con mucha más parafernalia y marketing izquierdista. Se mida como se mida; con el Gini, con la relación entre los ingresos más altos y los más bajos, con la relación entre lo que apropia el trabajo y lo que apropia el capital. Pero al no valorarlos, y seguramente no conocerlos, se dan expresiones que tienden a corroer el activo más valioso para un proyecto de cambios: la esperanza de la gente. Es que cuando la gente se convence de que todo es lo mismo, de que no vale la pena informarse, de que no vale la pena organizarse, entonces sí, está todo perdido. Ahí se da vía libre a la política del marketing, a la decisión en base a prebendas, o en base al jingle más pegadizo o al candidato más pintún. Y ahí, cuando la política es sólo espectáculo, muere la posibilidad del cambio. Y me temo que muchos, entre ellos algunos viejos compañeros, están, sin saberlo, trabajando fuertemente para eso. La crítica constante es un derecho sagrado y una necesidad para mejorar. Pero también implica responsabilidad sobre lo que se dice, no sea cosa que porque no nos gusta un árbol torcido, demos paso a la destrucción del bosque.