Nací y crecí en una casa de ex comunistas. Mis viejos se fueron del Partido Comunista del Uruguay (PCU) durante su proceso de ruptura (1989-1992). Mi padre estuvo dos años sin hablar de política. No sin militar: sin hablar. Y era un militante por sobre todas las cosas. Es que con la ruptura del PCU se rompió su mundo de la vida, su marco para la praxis, se rompieron su utopía, su estrategia, su táctica. Se rompió aquello que le daba un marco para la acción, que le daba herramientas para interpretar la realidad. Se le rompió el amor.
Hasta hoy, comunistas y ex comunistas, historiadores, politólogos, sociólogos, militantes frenteamplistas, todos se preguntan cuándo se empezó a romper y por qué. Naturalmente, las unanimidades están lejos de concretarse. Si el Frente Amplio (FA) se rompe, ¿trataremos de mirar con retrospectiva para identificar el momento en que se empezó a romper? Así como las revoluciones, también las rupturas crecen desde el pie. Las izquierdas, a nivel mundial, vaya si tienen experiencia en esto de las rupturas. En el caso de la uruguaya, no tiene una experiencia similar. Porque la construcción del FA es inédita, no sólo en Uruguay. En varios sentidos, es una experiencia inédita en el mundo.
Lo que está en juego no son las elecciones de 2019 (si una izquierda democrática como el FA viera en una posible derrota electoral su final, sería demasiado tonta). Tampoco están en juego el curso del gobierno -o, por lo menos, no es lo más caro que está en juego-, ni las medidas que se puedan tomar, la mejora de los indicadores sociales, y un largo etcétera. No. Lo que está en juego es el compromiso ético que la izquierda uruguaya firmó hace 45 años con la gente. Ese compromiso se llama Frente Amplio. Lo que está en juego, entonces, es el FA. La hora, como todas pero en algunas más que en otras, exige por sobre todas las cosas responsabilidad. Responsabilidad con algo que nos trasciende. Nadie es dueño de ese compromiso ético, pero todos y todas lo somos. Nadie, absolutamente nadie -y que se convenzan sobre todo los que tienen más responsabilidades- es dueño de nuestro FA.
Hay quienes dicen que no se puede barrer más debajo de la alfombra. Que, al contrario, hay que sacar las cosas que están debajo de la alfombra. Yendo al extremo con la metáfora, en el FA nunca debió haber existido tal alfombra. Si la hay, hay que tirarla en una volqueta. Pero la responsabilidad exige que también nos deshagamos de los tiempos televisivos, del exhibicionismo, de creer que lo que nos pasa se corrige con gritar, minuto a minuto, lo primero que se nos ocurra. Es irresponsable quien haya puesto una alfombra en el FA y también es irresponsable quien cree que el caos, que la desesperanza, que la desconfianza, que la denuncia apresurada y sin (o con pocos) fundamentos nos llevará a corregir lo que nos pasa.
Hay generaciones de fundadores, de resistentes a la dictadura, de la salida de la democracia, del voto verde, que tienen la responsabilidad histórica de no dejarnos a los que venimos atrás sin nada. ¿Es que a alguien le parece buena idea que los menores de 40 estemos las próximas décadas reconstruyendo la unidad de la izquierda?
Nuestra generación tiene la responsabilidad de golpear las puertas hasta que se abran. No podemos proponernos jubilar a nadie, pero sí debemos exigir que el poder se comparta. Tenemos derecho, incluso, a cometer nuestros propios errores. Hay queridos compañeros y compañeras que desde hace décadas están en la primera línea (con cargos o sin ellos, con exposición mediática o lo que fuera) y que debieran correrse unas líneas más atrás. El desgaste es extremadamente democrático: les llega a todos.
Esta columna es un intento de alerta. Mi voto lo tengo resuelto y es público, pero no es lo que importa en este momento. De lo que se trata es de usar las elecciones del domingo, yendo a votar lo que se quiera, para tratar de que el pueblo uruguayo no pierda una de sus mayores fortalezas: ese compromiso ético al que unos queridos veteranos y veteranas le pusieron Frente Amplio. Sólo nos queda una certeza: inexorablemente, volverá la alegría. La tarea es militar para que vuelva lo antes posible, por el bien de la gente.