“Intervención con varones que ejercen malos tratos contra mujeres que son o fueron sus parejas” se tituló la conferencia que Macchiavello dictó ayer en el Ministerio de Salud Pública (MSP). La charla fue organizada por el Consejo Nacional Consultivo de Lucha Contra la Violencia Doméstica. Desde ayer de tarde y hasta hoy, Macchiavello desarrollará un seminario taller para técnicos que integran los equipos de referencia en violencia doméstica y para profesionales de la salud mental, con la finalidad de comenzar a brindar atención a hombres que ejercen violencia, informó Irene Petit, responsable del área de Violencia Basada en Género y Generaciones del MSP.

Además de ser psicólogo clínico, Macchiavello estudió psicodrama y está formado en psicoanálisis ferencziano, es decir que sigue la teoría del psicoanalista Sandor Ferenczi, “que decía que los traumas y el complejo de Edipo tenían un origen en la realidad, no como Freud, que decía que mucho del complejo de Edipo eran los deseos sexuales de los propios niños”, explicó. Macchiavello destacó que “Ferenczi, ya en 1920, decía que estos niños y niñas eran abusados o eran maltratados, que era una realidad”. Fue la primera persona, en psicología, que le dio esa “calidad de real a lo traumático”.

¿Cómo trabajan en el programa Hombres por una vida sin violencia? ¿Hacen atención directa?

-Sí, es una atención especializada para hombres que tiene un enfoque reeducativo. La violencia es un comportamiento aprendido y, por tanto, se puede desaprender. Funciona en Sernam porque entendemos que la violencia doméstica y la violencia contra las mujeres es una expresión de la violencia de género. Se trabaja con los hombres para que puedan desidentificarse de un modelo de masculinidad tradicional que está muy ligado al uso de la violencia no sólo contra las mujeres, sino como algo más grande, más actitudinal. Tiene que ver con una autoviolencia que los hombres ejercemos sobre nosotros: tiene que ver con descuidos en nuestra propia salud, conductas de riesgo y, en el ámbito emocional, con represión y anulación de emociones -tristeza, miedo, ternura-, donde ser hombre es oponerse a todo lo que es ser mujer, homosexual, niño o niña. Este modelo nos habla de una actitud competitiva, de rivalidad y de violencia, de relaciones de subordinación con otros hombres. La violencia contra las mujeres se articula con estas otras violencias, se da en todos los espacios y en todos los contextos, privados y públicos; no sólo la violencia doméstica, sino muchas manifestaciones de violencia pública en que son las mujeres, por lejos, las más afectadas: trata de personas, maltrato infantil, abuso sexual infantil, acoso sexual laboral, acoso callejero y distintas formas de inequidad y discriminación que viven las mujeres: son minoría en los directorios de empresas, en el Parlamento, en los municipios, como propietarias de la tierra; está la brecha salarial y para el acceso a algunos trabajos que implican mayor remuneración. Toda esta inequidad, que está en el contexto social, que es de una violencia estructural, la violencia simbólica que vemos día a día en la televisión, donde se cosifica el cuerpo de las mujeres, todo este entramado simbólico y metafórico es el trasfondo cultural que hace que un hombre en particular en un lugar determinado sea celoso, controlador con su pareja, la prive de derechos y libertades como trabajar, estudiar, participar de la vida social. No es que a ese hombre se le ocurrió, sino que se repite en distintos países e históricamente por el patriarcado, que surgió hace más de 5.000 años; un proceso histórico en el que la mujer pasó a ser un objeto de propiedad.

¿Cómo trabajan en el programa?

-Hay varios niveles; el nivel de promoción y prevención que queremos trabajar con todos los hombres de distintas culturas, edades, de zonas urbanas, rurales, de distintas orientaciones sexuales; hombres que ejercen y no ejercen violencia física, hombres que ejercen violencia psicológica. El alcance es limitado porque es una población muy grande, un país muy largo, hay mucha zona rural, intervenimos en un porcentaje bien pequeño de la población general y de la población que presenta el problema.

¿Los hombres llegan derivados por otros organismos?

-Pueden llegar de todos lados: derivados de la Justicia, de la salud, de escuelas, espontáneamente (a medida que los centros se hacen más conocidos en la zona, siempre con mucha vergüenza y a escondidas). Tenemos hombres que han llegado muy decididos, cosa que no se veía hace ocho, diez años, que dicen “yo la agredí, no quiero ser un femicida”. Tenemos dos casos de dos hombres que fueron a denunciarse a sí mismos para ponerle un atajo a su propia conducta y sentir un control externo.

¿Hay hombres que concurren al centro contra su voluntad?

-Hay varias situaciones. El que va por la Justicia, va mandatado, coercionado; puede ir como medida cautelar, como medida alternativa o como condena, hay varias situaciones legales. El hombre puede llegar desde este espacio judicial con reconocimiento de haber ejercido violencia o sin reconocimiento, o con un reconocimiento de algunos hechos y de otros no. Para que el hombre ingrese al programa reeducativo tiene que haber un reconocimiento. Cuando el hombre no reconoce haber ejercido violencia física grave, que puede implicar la muerte o una lesión grave, nosotros no lo ingresamos y consideramos que es mejor que ese hombre quede simplemente en la Justicia y se tomen otras medidas judiciales. Y cuando no reconoce nada, también, tiene que volver a la Justicia. No le sirve la reeducación.

¿Porque no le entra?

-Porque no le entra, porque va a ir a calentar la silla, como decimos, a estar ahí, pero no va a hacer ningún proceso. Tiene que haber una mínima condición: que no sea un peligro y que ir a este lugar no sea como una impunidad o un amortiguamiento de las consecuencias. El hombre tiene que reconocer; puede justificarse, puede echarle la culpa a la mujer, pero tiene que reconocer los hechos y presenta un mínimo grado de problematización o de sentirse angustiado, culpable o algo.

¿El trabajo es individual?

-La evaluación es individual y la mayor parte del trabajo es grupal, pero se diseña a medida de cuánto va a estar un hombre en cada espacio, porque el que lleva 15 años maltratando físicamente tiene que revisar muchas más cosas que este que ejerció un episodio de violencia física. Es probable que este último pueda pasar más rápido por una etapa y después a otra. Se va haciendo un traje a medida, si bien el formato es grupal.

¿Qué resultados han logrado?

-Todavía no está la evaluación de resultados porque tiene que hacerse un diseño metodológico importante. Pero podemos decir que en más de 4.000 hombres que se han atendido no ha habido ningún suicidio, y tampoco ningún femicidio. Muchos de los hombres que no han ingresado han sido tan bien evaluados que su evaluación ha apoyado fundamentaciones jurídicas para la protección de la mujer, medidas de protección, medidas cautelares, que le permite también a una mujer -cuando un equipo le devuelve que este hombre no quiere cambiar- tener elementos mucho más realistas para poder tomar decisiones más fundamentadas de qué es lo que va a hacer, y velar por su autoprotección. Es muy importante que la medición de los cambios no se haga sólo con el hombre; hay hombres que tienen dos parejas, tenemos que preguntarles a la mujer y a la ex mujer; es un requisito del programa comunicarnos con ambas mujeres para conocer la historia pasada y la nueva, y a veces la nueva es todo miel y rosas al principio, y eso puede ser muy distrayente de una historia larga de abuso. Estudios de casos de femicidios ocurridos muestran que ha faltado coordinación con toda la red, porque los datos de violencia sí habían sido revelados, por una hija, por ejemplo, en un centro de atención a niños y niñas, y la niña decía que el papá les lanzaba agua hirviendo. De haber habido una mejor coordinación, con fluidez de la información, se habrían valorado bien los riesgos.