Es muy feo buchonear, así que aclaremos algo de entrada: esta nota no pretende incitar al procesamiento de Gonzalo Hordeñana, contador público y licenciado en Administración de Empresas, cuya destacada trayectoria profesional lo llevó a ser regional chairman para América Latina de la firma Baker Tilly International. El artículo 148 del Código Penal dice que “El que hiciere, públicamente, la apología de hechos calificados como delitos, será castigado con tres a veinticuatro meses de prisión”, pero esa tipificación tiene una complicada frontera con la libertad de expresión, ya que su empleo en los procesos judiciales puede ser un blindaje de lo establecido (por ejemplo, contra quienes promueven la modificación de normas vigentes, como los activistas por la legalización del consumo de una droga) o una innecesaria criminalización de la estupidez (como en el reciente escándalo por dichos de Gustavo Cordera). Lo único que me interesa señalar es que no solemos pensar que incurra en apología del delito un ejecutivo de traje y corbata, sin el menor aspecto de militante ni de hippie, aunque cometa, como Cordera, una especie de sincericidio.
Hordeñana brinda, entre otros servicios, el de “asesoramiento fiscal”: aconseja a sus clientes sobre el modo de pagar la menor cantidad posible de impuestos. Por lo tanto, no llama mucho la atención que su nombre esté en la base de datos de los Panama papers, junto a la advertencia de que el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación no quiere “sugerir o implicar” que “haya violado la ley o actuado de alguna otra forma inapropiada”.
La sección Economía y Empresas del diario El Observador publicó el martes 16 una entrevista con Hordeñana, y vale la pena prestarle atención porque -pese al escaso aprecio por la transparencia que manifiesta el contador y licenciado- no podría transparentar mejor la mentalidad de alguien que adorna su dolor por el lucro cesante con algunas pinceladas de ideología.
Alega Hordeñana que a Uruguay se le llamó “la Suiza de América” porque funcionaba “como una suerte de plaza financiera offshore -llamale paraíso fiscal- para toda la región”, cuando era “enteramente libre la entrada y salida de capitales”, y lo que destaca de aquella situación, con total candor, es que fue “una fuente de importante actividad de no menos de 100 firmas de estudios contables, jurídicos, bancos, cambios [y] agentes de bolsa” en nuestro país. Pero después de aquellos tiempos venturosos, comenta, “el mundo cambió dramáticamente, y desde mi punto de vista para peor. Salimos de una era de libertad a una era de control. La OCDE [Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos], con esta fuerza que tiene, tiende a controlarlo todo y a imponernos cánones. Inclusive se impone una nueva moral, que es la moral de la transparencia por oposición al concepto de la opacidad. La transparencia es algo bueno, la opacidad es algo malo. En lo personal no estoy seguro que eso sea así”.
En su opinión, estamos saliendo “del paradigma de una sociedad con base en una democracia liberal con mucha libertad, y yendo a un Estado que todo lo controla, [...] que quiere saberlo todo. Cuánta plata tenés, en qué la gastás. [...] A nadie le gusta que le anden preguntando con qué plata se compró ese auto. Eso nunca ocurrió antes en Uruguay hasta ahora”. “¿Qué es lo que pasó en el mundo para que el término paraíso fiscal* se convirtiera en algo malo? -pregunta Hordeñana-. ¿Cómo un paraíso puede ser malo? No olvidemos que lo opuesto a un paraíso fiscal puede ser un infierno fiscal. ¿Alguien quiere vivir en un infierno fiscal?”.
El ejecutivo tiene consuelo, ya que, según dijo, ahora Baker Tilly asesora “a muchos clientes, locales, extranjeros, sobre los cambios que se vienen y cómo acomodarse”. En ese sentido también le va mejor que a Cordera.
- En realidad, el término original era tax haven (refugio fiscal), y a partir de una mala traducción se confundió haven con heaven (paraíso).