Cuando despuntaba el siglo XXI, el panorama del sector agropecuario era desalentador. Con un endeudamiento cercano al equivalente del producto bruto agropecuario de un año y precios en baja de los diversos productos, arreciaban los cierres de empresas. A ello se sumó la devaluación del real en Brasil en 1999 y la debacle económica de Argentina en 2001. Sin embargo, poco tiempo después comenzaron a percibirse signos de recuperación. Mejoras en los precios en los mercados internacionales de alimentos y fibras impulsados por el crecimiento de los países emergentes, como China y la India, la expansión de los biocombustibles, el avance de la forestación, entre otros factores, tonificaron los mercados agrícolas e indujeron una creciente demanda de tierras para compra o arrendamiento.
La demanda provocó un alza espectacular en el precio de la tierra. Si entre 1970 y 2000 (años para los que hay registros fiables) la tierra en promedio se había transado a 500 dólares por hectárea, durante los diez años siguientes el precio promedio se multiplicó por siete, oscilando alrededor de los 3.500 dólares por hectárea. Aun a esos precios, las compraventas de tierra en los primeros 15 años del siglo han orillado los ocho millones de hectáreas, es decir la mitad de la superficie agropecuaria del país. Lógicamente, también subieron los precios de los arrendamientos y las superficies anualmente dadas en arriendo.
En este proceso, sin duda hubo ganadores y perdedores. El gráfico siguiente lo muestra con claridad.
El gráfico muestra que la cantidad de explotaciones agropecuarias creció entre 1908 y 1961 para decrecer en los años siguientes. Pero también muestra cómo esta variación se debió casi exclusivamente a la disminución de las explotaciones con menos de 100 hectáreas. En 1961 se llegó al máximo histórico de 86.928 explotaciones, de las cuales 65.034 tenían menos de 100 hectáreas. En 2011 llegamos al mínimo histórico de 44.890 explotaciones, de las cuales 24.931 tenían menos de 100 hectáreas. Como también se desprende del gráfico, las explotaciones medianas que tenían entre 100 y 999 hectáreas oscilaron en torno a las 17.000 explotaciones a lo largo del siglo. Las grandes explotaciones de 1.000 y más hectáreas se mantuvieron bastante estables durante el siglo XX en el entorno de las 4.000 explotaciones, con un leve crecimiento en la primera década del XXI. Sin embargo, esta categoría controla 60% de las tierras del país. Paradójicamente, la estructura agraria de 2011 es similar a la de 1908.
Pero, además de concentrarse, la propiedad de la tierra también se extranjerizó. Según el censo de 2000, 90% de la tierra era propiedad de uruguayos. Según el de 2011, estos sólo poseían 50% de la tierra. La tierra que vendieron los uruguayos la compraron principalmente sociedades anónimas en las que es más probable que operen capitales extranjeros.
Nadie tiene dudas acerca de la importancia del sector agropecuario en la economía del país. En primer lugar, produce los alimentos y las fibras necesarios para el consumo de su población. En segundo lugar, exporta. Según la Dirección de Estadísticas Agropecuarias y el Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca, en 2014 el total de las exportaciones del país sumaron 9.000 millones de dólares. De ellos, 76%, o sea, unos 7.000 millones de dólares, los exportó el sector agropecuario y agroindustrial. Los productos agrícolas (principalmente la soja, el trigo y el arroz) representaron 29% de las exportaciones; la carne bovina, 16% y los lácteos, 9%. Otros rubros con participaciones menores completan la oferta exportable.
Los ingresos generados por las ventas en el mercado interno y las exportaciones son captados por todos aquellos que participan en las cadenas de valor agropecuarias y agroindustriales. Sin embargo, la propiedad de la tierra, un bien finito e irreproducible, genera la posibilidad de que su propietario capte una renta por el solo hecho de poseerla. Se ve claramente en el caso de quienes arriendan su tierra: sin hacer nada, sin trabajarla, tienen la posibilidad de captar un ingreso al arrendarla. Si además la trabajan, también captan la renta empresarial, que dependerá de su habilidad como empresarios. Sin duda, una empresa agropecuaria también distribuye parte de su ingreso en los salarios de sus trabajadores y en subcontrataciones a otras empresas, de servicios, de acopio, etcétera.
Pero, además de los dos tipos de renta mencionados, en este caso la multiplicación por siete del precio de la tierra en una década ha dado la posibilidad de captar una renta extraordinaria, dada por la diferencia entre el precio de la tierra en el momento en que se compró y el precio en el momento en que se vendió (o se venderá). Quienes arriendan su tierra también captan una renta extraordinaria materializada en los valores multiplicados del precio del arrendamiento anual.
En síntesis, la concentración de la tierra implica una concentración de los ingresos que su posesión genera. La pérdida de 21% de los productores (12.241 explotaciones) en la primera década de siglo y el crecimiento de las explotaciones más grandes nos permite sugerir que este ha sido el mayor retroceso desde que Uruguay tiene estadísticas que permiten medirlo (1908).
Diego E. Piñeiro