Quizá una de las peores cosas que le puede pasar al Frente Amplio (FA), en el marco de sus problemas actuales, es volverse previsible. En ese sentido, la elección de Javier Miranda como presidente tiene la virtud de mostrar que algunas de las presunciones consolidadas acerca del funcionamiento frenteamplista no se verificaron.

La más fuerte de esas presunciones previas, y también la más cuestionada por el resultado electoral, era que cuantas menos personas participaran en una decisión, mayor proporción de ellas se inclinaría por una opción afín a la ortodoxia más tradicional de la militancia organizada, y más débil resultaría la convocatoria de los “moderados”. En ese marco, y debido a que se veía venir que el total de votantes sería bajo el domingo 24 de julio, muchos consideraron que los candidatos con mayores posibilidades de triunfar eran Alejandro Pacha Sánchez, por ser dirigente del Movimiento de Participación Popular, o incluso -si la caída en la participación era muy pronunciada- Roberto Conde, por el apoyo del Partido Comunista de Uruguay. Y no Miranda, a quien respaldaba, entre otros sectores, el astorismo.

Esto último tiene que ver, además, con que otra de las presunciones firmes antes de la elección interna era que, desde el núcleo militante que constituiría gran parte de los votantes, se iba a manifestar un importante malestar ante la gestión del gobierno encabezado por Tabaré Vázquez, y muy especialmente, en la coyuntura actual, con el desempeño de su ministro de Economía y Finanzas, Danilo Astori. Miranda era, entre los cuatro aspirantes a la presidencia del FA, el que se podía considerar más oficialista, y eso tampoco ayudó a que se le jugaran muchos boletos.

Hete aquí que, sin embargo, Miranda ganó, y por un margen nada despreciable. Para entender por qué se pueden aventurar algunas hipótesis, aunque faltan datos -totales y desagregados- para afinar el análisis, pero quizá lo más interesante es que el resultado no puede darse por explicado apelando sólo a nociones previas. En este FA que parecía tan poco propenso a cambiar, algo cambió el 24 de julio, o ya había cambiado antes sin que muchos se dieran cuenta.

Algunos piensan, por el contrario, que poco o nada importante ha cambiado, y que la victoria de Miranda se debe básicamente a que las candidaturas simultáneas de Sánchez y Conde dividieron a una parte de los frenteamplistas que sigue siendo la mayor en escenarios de baja participación. La tesis no resulta del todo convincente, entre otras cosas porque los perfiles de esos dos candidatos fueron bastante distintos, y resulta por lo menos discutible que uno de ellos pudiera reunir el mismo apoyo que ambos por separado. Parece más prudente aceptar que, en las circunstancias actuales, el poder de los “aparatos” se ha debilitado.

Otros invocan el antecedente del triunfo en las anteriores elecciones para la presidencia del FA de Mónica Xavier, apoyada, como Miranda, por el astorismo y el Partido Socialista (PS), y alegan que ahora sucedió más o menos lo mismo, pero pasan por alto que aquello se dio en un marco de participación bastante mayor, y sin que hubiera, como en esta ocasión, una bastante notoria división interna en el PS (dentro del cual, probablemente, unos cuantos prefirieron a Conde).

Una de las pistas que valdrá la pena seguir, cuando dispongamos de todos los números, se relaciona con el hecho de que, como en la anterior ocasión pero en forma aun más marcada, los votos por candidatos a la presidencia fueron bastantes más que los que apoyaron a listas sectoriales. Es razonable suponer que los típicos militantes, cuyo predominio se vaticinaba, tenían opciones definidas para todas las elecciones simultáneas que se llevaron a cabo, y aquí parece haber decidido el triunfo de Miranda una parte de los frenteamplistas que fue a participar sólo en la elección presidencial, o que fue sólo a votarlo. Tal vez el incremento de quienes adoptan esa conducta y el mal desempeño de los “aparatos” se sumaron para determinar, más que un triunfo de los sectores “moderados”, que inclinara la balanza gente no alineada con ningún sector. Gente que quizá prefirió al candidato con un perfil menos sectorizado y menos “de dirigente”, identificado además, ante todo, como uno de los familiares de víctimas de la dictadura.

Muchos veían a Miranda, antes de las elecciones, como el candidato del que menos se podían esperar acciones para reactivar y renovar al FA, y hoy esperan poco de su desempeño en la presidencia. Quizá esa presunción también sea errónea, y, por cierto, a los frenteamplistas les vendría muy bien que lo fuera.