Desde ese día, no se habla de otra cosa: el Pelado Cordera, el señor que cantaba en piyama aquellos memorables versos que rezaban “o te lavás los pieses / o te los lavo yo”, dijo que a algunas mujeres hay que violarlas porque de otro modo no pueden tener sexo, tan hondos son los mecanismos de represión y culpa que las controlan. Y no se detuvo en esa afirmación de altos quilates científicos: agregó que si él tiene algo bueno para darle a una virgen, puede desvirgarla “como nadie en el mundo”. Un favor que la ley, en lugar de premiar, castiga. Así está el mundo, amigos. Por algo el señor Cordera no cree en las leyes de los hombres, y sí en las de la naturaleza.
Es tentador, realmente, seguir pegándole a Cordera, más que nada por idiota, por desubicado, por arrogante (y recién después empezar a pegarle por ordinario, para finalmente, y por último, tomarlo en serio y pegarle por machista), pero también es fácil y simplista. Lo que dijo es tan evidentemente malo, tan linealmente malo que hasta parece demasiado. Pudo haber dicho que hay mecanismos internos de represión que son tan fuertes que impiden a las mujeres disfrutar del sexo (y ahorrarse la parte en la que recomienda la violación como terapéutica), pudo haber dicho que hay gente que disfruta de ejercicios sadomasoquistas de todo tipo que incluyen más o menos violencia, más o menos humillación y más o menos premisas contractuales, pudo haber dicho que las leyes cambian a medida que las sociedades lo reclaman, y que durante mucho (demasiado) tiempo no hubo problema alguno en que señores mayores desposaran a adolescentes casi niñas, o en que los patrones desvirgaran a las sirvientitas, o en que las parejas se armaran de acuerdo a la conveniencia familiar. Pudo haber sido un poco más sofisticado, haber tenido ideas más claras o haber hecho razonamientos más complejos, pero no, se mandó la barrabasada que se mandó, y ahora parece que va a tener que enfrentar cargos judiciales (a fin de cuentas, la violación es un delito y él dijo en público que a veces es necesaria) además de tener que aguantar una condena social masiva que durará hasta que algún otro tema candente merezca nuestra más enérgica toma de posición.
En Uruguay, país de residencia de Cordera desde hace ya unos cuantos años, la virulenta reacción del público contra sus palabras fue matizada por la intervención de un paladín de la defensa de la libertad de explotación sexual de menores: el insuperable Nacho Álvarez, conductor de periodísticos televisivos de fuste como Santo y seña (canal 4) y el viejo y querido Zona urbana (canal 10). En el programa radial Las cosas en su sitio (Sarandí 690), Álvarez conversó sobre el episodio con un periodista argentino y aprovechó para relativizar la gravedad de lo dicho por Cordera: “todo el mundo, en los grupos de Whatsapp, de hombres, de amigos, todo el mundo dice ‘a esta le hace falta una buena’, ‘mal cog’, hasta las propias mujeres lo dicen”. Es, según parece creer Álvarez, algo que integra el acervo cultural de nuestros pueblos: hay males femeninos que sólo se curan así. Y decirlo, por lo tanto, es apenas un ejercicio de la libertad de expresión.
Habría que decir, antes que nada, que la barbaridad de Cordera (semejante a otras que Álvarez ha defendido antes, por cierto) es tan flagrante y tan redondamente imbécil que no merecería más que comentarios despectivos. Pero también es verdad que basta darse una vuelta por cualquier foro abierto de los medios de comunicación para toparse con comentarios de ese tipo o de profundidad moral e intelectual semejante, así que no está mal, supongo, tomar las palabras del músico como si fueran serias y responder con un rotundo y contundente “no pasarán”. A fin de cuentas, las leyes, como decíamos más arriba, cambian cuando las hacemos cambiar, y más o menos lo mismo pasa con las costumbres y las prácticas.
Pero hay otra cosa que me gustaría decir, porque creo que hace al ejercicio del periodismo y, a diferencia de lo que pasó con las palabras de Cordera, no ha sido leído, creo, adecuadamente. Según parece, todo este asunto ocurrió en el marco de una conferencia de prensa ficticia que el músico dio en una escuela de periodismo (la idea, supongo, era que los estudiantes se familiarizaran con el formato) que tiene entre sus consignas la de no hacer público lo que los invitados dicen en ese ámbito. No conozco las razones por las que la institución ha establecido esa regla (que ahora dice que va a revisar), pero es fácil imaginar que si lo que cualquier famoso dice cuando es invitado a una clase con futuros periodistas empezara a circular por las redes sociales desde las cuentas de los alumnos, no demorarían mucho los periodistas profesionales -y los medios que les pagan el sueldo- en quejarse de competencia desleal. Así, el señor Cordera dijo su disparate, nadie se lo discutió (o, al menos, no trascendió que alguien lo haya discutido), y un alumno consideró conveniente quebrar la regla de la confidencialidad y esparcir al viento, a lomos de Facebook, las palabras que habían sido dichas bajo un acuerdo de reserva. No es raro que Cordera se haya lamentado, entonces, porque “este pibe violó, un poco, lo que íbamos a hacer entre todos ahí”. Una violación no tan necesaria como la que él proponía para algunas mujeres, seguramente, pero violación al fin.
La escuela, como es notorio, se desmarcó de los dichos de su invitado y celebró la valentía del jovenzuelo que puso el bien social por encima de las normas de la institución (según dice Página 12 en su edición del jueves, “diversas voces de personas anónimas celebraron que haya sido un varón quien ‘rompió la alianza machista’ para denunciar las palabras de Cordera”). El alumno “no sufrirá consecuencia alguna” por la violación de la norma, y hasta podemos imaginar que la notoriedad que alcanzó con el episodio le abrirá varias puertas en los medios mucho antes de lo que habría sido esperable para alguien que recién se está formando en el oficio.
Sin embargo, algo muy grave ocurre, a mi entender, cuando la confidencialidad es rota por un periodista. En primer lugar, no hay nada acá que justifique haberlo hecho. No se evitó un crimen, no se desnudó una trama de corrupción, no se denunció un fraude político. Sencillamente, se hizo público un comentario machista, idiota y desubicado de un tipo que no ocupa ningún lugar de decisión en la esfera pública y que en su lugar de artista ha dicho cientos de guarangadas sin que a nadie se le haya movido un pelo. Exponerlo como el anormal que es no agrega ni quita nada a la trama de explotación de la mujer y no tiene la menor relevancia periodística. Sí es relevante, en cambio, que un estudiante de periodismo se forme en la creencia de que volantear en las redes algo con potencial de escándalo es válido y oportuno. Que Cordera es bastante choto no es novedad (una entrevista que le hizo Paulo Roddel para la diaria en diciembre de 2011 se titulaba “La palomez al palo”; pocas veces el famoso ingenio titulador de este medio estuvo tan acertado). Que tenga opiniones machistas puede ser interesante para quien encuentre interesante el pensamiento de los artistas populares sobre cualquier tema, pero no es una información necesaria para nadie y no debería tener la menor importancia a la hora de evaluar méritos artísticos, por ejemplo. Quebrar acuerdos explícitos de confidencialidad a cambio de una información irrelevante es grave y peligroso, y los periodistas deberían formarse sabiéndolo. Porque periodismo, aunque haya quien quiera convencernos de lo contrario, no es y no debe ser lo mismo que infotainment.