“Nuestras almas bellas son racistas”. Del prólogo a_ Los condenados de la Tierra_, de Frantz Fanon (1967), por Jean-Paul Sartre.

En los últimos meses se han conocido públicamente nuevos casos de racismo perpetrados por la policía en contra de la comunidad negra en Estados Unidos. Ahora con reacciones o respuestas de personas afroamericanas en contra de la policía. Este tema fue abordado en Incorrecta (30/06/16) por Louis-George Tin en su artículo “Quién tira la primera bala”, en el que explica el rol de las armas en la construcción de Estados Unidos como nación, y especialmente como forma de defensa primero de los nativos y más tarde de las personas esclavizadas.

El panorama regional pone en evidencia la vigencia del racismo y la necesidad de situar el problema en la agenda pública. En Estados Unidos parecería que la nueva consigna de los herederos de las panteras negras y su black power es bajar uno a uno a todos los agentes de policía que puedan. ¿Es una respuesta al gatillo fácil? Por supuesto que implica más horror, ¿pero nos horroriza de la misma manera cada vez que vemos los videos de una persona negra asesinada por la policía? Parecería que al poder judicial estadounidense no, ya que condenaron a Ramsey Orta —quien filmó el procedimiento policial que dio como resultado el asesinato de Eric Garner (2014) en manos de la policía de Nueva York—, pero no a alguno de los policías responsables de su muerte.

Éste es sólo uno de los ejemplos de la realidad que viven las personas afro. Ciertamente es uno de los peores, pero las situaciones extremas (y sutiles) de discriminación racial y racismo son constantes. Con esta dura realidad, ¿realmente alguien querría hacerse pasar por afro para acceder a alguna prestación menor del Estado? Más cuando todo indica que las personas afro en Brasil, Cuba, Estados Unidos y Uruguay buscan muchas veces “blanquearse” como forma de contrarrestar la violencia racial de la que son objeto.

Focalizado y universal

No se puede desconocer que algunas personas dudan de la efectividad de las medidas focalizadas que se adoptan, porque entienden que, en realidad, la situación de la población afrodescendiente no es más que una expresión de situaciones de vulnerabilidad generales que deberían ser atacadas con políticas universales. Pero las medidas de corte universal no son contradictorias con la aplicación de instrumentos focalizados que atacan problemas concretos, si estos problemas tienen orígenes propios y no pueden reducirse a fenómenos generales de exclusión o pobreza. En el hacer de la política pública —y más aun cuando se pretende que contribuya a la justicia social— el Estado etiqueta todo el tiempo con definiciones identitarias: sexo, género, origen nacional, nivel socioeducativo, edad. Y también es necesario hacerlo por ascendencia étnico-racial.

Para muchas personas, preguntarle a alguien su ascendencia étnico-racial es un acto de discriminación. Es una de las razones argumentadas con más frecuencia por el personal de la salud cuando se les consulta por la omisión de ese dato en el certificado de nacido vivo. Por lo general, la ciudadanía toma la pregunta como un acto de discriminación, pero cuando no se tiene información precisa se continúa contribuyendo a la invisibilidad de la población afrodescendiente y sus problemas. Invisibilidad que “alude de manera precisa a la negación y ocultamiento de la historia y del pasado africano de los descendientes de los esclavizados […] así como a la impugnación de su calidad de sujetos y actores políticos en el presente”, como escribe la autora colombiana Maya Restrepo. Entonces, nombrar, contar, diferenciar, para conocer los problemas específicos y luego construir igualdad.

En la construcción de políticas sociales con perspectiva de derechos humanos y con enfoque étnico-racial, que dan el marco teórico a la instrumentación de acciones afirmativas, la pregunta sobre cómo clasificar a quienes son afro y a quienes no lo son surge permanentemente. Detrás siempre está lo ya planteado con una interpelación irónica: ¿cómo vamos a evitar a aquellos que se quieren hacer pasar por afros —cuando no lo son— para hacerse acreedores de los “grandes” beneficios que están dirigidos a este colectivo?

¿Cómo se resuelve esto? Actualmente, el Estado uruguayo realiza una pregunta de autoidentificación, que hizo el Instituto Nacional de Estadística (INE) para el Censo 2011 y que hacen las Encuestas Continuas de Hogares (ECH) de forma sistematizada desde 2006. Pregunta uno: “¿Cree usted tener ascendencia: “afro o negra”, “amarilla”, “blanca”, “indígena” y “otro (especificar)”. Pregunta dos: “¿Cuál considera que es la principal?”. Esto arroja dos tipos de resultados: uno que dice específicamente qué porcentaje de las personas consultadas se identifica como afrodescendiente y otro más amplio: cuántos afirman tener ascendencia afrodescendiente.

¿Por qué hacerlo así? ¿Por qué preguntar y no hacerlo por heteroidentificación, es decir, que sea el ojo del otro el que me clasifique como afro o no afro? ¿Cuál sería otra forma de clasificación si no es la autoidentificación? ¿Hay un otro más capacitado que yo para marcar ese criterio? ¿Cómo lo haría? ¿Por el tono de la piel? ¿Cómo se consideraría la historia individual? ¿Y las trayectorias de discriminación y violencia que viven los cuerpos negros en los distintos espacios sociales?

Por qué afrodescendencia

El concepto de afrodescendencia encierra al menos tres elementos relevantes, que, separada o conjuntamente, conforman lo que llamamos identidad afrodescendiente. En primer lugar, un elemento étnico, que refiere a la conjunción de rasgos históricos y socioculturales que construyen la identidad de un grupo. Así, para el caso de las personas afrodescendientes, la historia de esclavitud y la trata transatlántica de sus antepasados, la herencia socioeconómica desventajosa, la existencia de un patrimonio cultural, tradicional y artístico, la religiosidad y otras manifestaciones, forman parte de la construcción identitaria y de pertenencia a ese colectivo.

En segundo lugar, el elemento racial. Si bien las razas no existen en tanto diferencias biológicas, fisiológicas y morfológicas entre los seres humanos, sí existe una construcción social derivada de diferencias fenotípicas que tiene en el racismo su peor expresión. La existencia de un orden jerárquico racial-social en Uruguay queda evidenciado por la situación de alta vulneración y exclusión en la que se encuentra la población afrouruguaya. Los datos de la ECH de 2015 muestran que la incidencia de la pobreza (es decir, los hogares que ganan menos de 10.784 pesos por persona como ingresos mensuales) en la población afro es casi el triple que para las personas no afro; y si hablamos de indigencia (menos de 2.785 pesos por persona), la situación se cuadriplica.

El tercer elemento es el relacional, que es consecuencia de la conjunción de los factores étnicos y raciales y que se traduce en vivencias de discriminación. Estas experiencias responden al racismo estructural: todo lo que contribuye a la fijación de las personas no-blancas en posiciones de subordinación, menor prestigio y autoridad social, política y económica, y también al racismo acostumbrado, o “automático”, según Rita Segato: irreflexivo, naturalizado y culturalmente establecido, pero que no llega a ser explicitado como algo que diferencia a las personas de acuerdo con su pertenencia a distintos grupos étnicos o raciales.

Queda en evidencia, entonces, que no podemos deducir la afrodescendencia por el fenotipo de las personas. La autoidentificación hace referencia a las características que cada persona resalta de sí misma, mientras que la heteroidentificación refiere a las que resaltan otras personas. Cabe señalar que existe un alto nivel de concordancia entre la declaración de autopercepción étnico-racial y lo percibido socialmente. Un estudio realizado por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, denominado “¿Qué ves cuándo me ves? Estudio sobre clasificación étnico-racial, afrodescendientes y desigualdades en Uruguay”, demuestra la alta sintonía entre los que se autoidentifican como afrodescendientes y su heteroidentificación. Si tenemos en cuenta estos aspectos y reconocemos que cada persona es protagonista de su historia de vida, la autopercepción surge como única forma de identificación deseable. Es necesario garantizar la libertad de las personas de manifestar su identidad.

Estas incertidumbres también pueden ser resueltas por lo que algunas personas denominan mecanismos de control de los aspirantes, que podría ser una declaración jurada, en la que la persona deje constancia de su ascendencia identitaria ante el Estado. El relevamiento sistematizado del dato de ascendencia étnico-racial, que en Uruguay constituye un problema, en otros países implica un sistema de registro integral y centralizado de declaración de autoidentificación que se construye a lo largo del ciclo de vida de las personas. En los casos de los países anglosajones a lo largo de la vida existen varios momentos en los que el dato de ascendencia étnico-racial es registrado: al nacer, al comenzar la escolarización, a la hora de sacar la credencial, al iniciar el servicio militar. Esto facilita el análisis de la persona beneficiaria, dado que a lo largo de su vida ha declarado una ascendencia determinada. Otra de las formas de control es la asistencia a talleres de formación en derechos, en los que las personas que, por ejemplo, entran por cuota a laborar al Estado, trabajarían sobre las características de la ley 19.122 y su fundamentación, para no perder la consciencia social del proceso que los llevó a ocupar ese lugar.

Ninguna de estas medidas es una solución real para la falta de oportunidades que históricamente han tenido las personas afrodescendientes en Uruguay. Sólo es un modesto e indispensable inicio. Igual que en el caso de las personas trans (travestis, transexuales y transgénero) y el otorgamiento de la Tarjeta Uruguay Social (TUS), que no resuelve problemas de desigualdad e injusticia pero significan un primer paso hacia el reconocimiento. Primero el reconocimiento del Estado de su negligencia histórica para así comenzar a recomponer las graves situaciones de exclusión social.