La tierra no siempre fue sinónimo de riqueza ni objeto de codicia en Uruguay. En la mitad del siglo XVIII podía considerarse un recurso superabundante en relación con el tamaño de aquellas comunidades humanas minúsculas que protagonizaron la colonización europea de estos territorios: en la jurisdicción del Montevideo colonial, cuya superficie era de aproximadamente un millón y medio de hectáreas, vivían, según las estimaciones más recientes, cerca de 2.000 personas en 1760 y cerca de 30.000 en 1810(1). Como en muchas otras partes de América, donde la relación entre humanos y recursos naturales era tan favorable, usar y habitar la tierra posiblemente fue un denominador común entre distintos grupos de recién llegados antes que un deseo reprimido.
Como han dicho los historiadores argentinos al referirse a Buenos Aires en el período colonial, los territorios del Río de la Plata eran un “país de la abundancia”(2). Esta impresión parece confirmarse para el “lado uruguayo” del río, a partir de algunos estudios que analizan el nivel de vida y la desigualdad durante períodos de la historia que pueden llamarse “precapitalistas”. Una investigación reciente mostró, con ayuda de un censo de fortunas de 1751, que ese año la concentración de la riqueza de los montevideanos alcanzaba un coeficiente de Gini de 0,5, una cifra francamente inferior a la de Nueva Inglaterra (con un Gini de 0,80) en 1774 y a la del conjunto de las 13 colonias inglesas (con un Gini de 0,73) ese mismo año(3). Para entender el significado de esas cifras, es útil analizar qué había que tener para ser rico en aquella economía.
Estudios sobre Montevideo y otros centros poblados del sur del Uruguay actual muestran que, entre la mitad del siglo XVIII y la mitad del XIX, los tres activos que daban forma a la riqueza de los habitantes de esas regiones eran el ganado, el suelo (urbano y rural) y los esclavos. Mientras que casi la totalidad de los hogares registrados en los padrones de población del período colonial contaban como propios aunque fuera algunos ganados y todos ellos accedían al suelo de una u otra forma, sólo una porción menor a un cuarto del total tenía esclavos. Los activos que verdaderamente jugaban un papel diferenciador en la distribución de la riqueza total eran el ganado y la tierra (urbana y rural), cuya tenencia estaba más concentrada que el conjunto de la riqueza: el Gini de la tenencia de bienes raíces era de 0,6 y el de los ganados, una cifra parecida(4). Aunque ha sido menos estudiado y no se conocen todavía números precisos, todo indica que el suelo urbano tenía niveles de concentración mucho más altos que la tierra de uso agrario, y que además era un diferenciador definitivo de los niveles de riqueza.
Ciertamente, la tierra de uso agrario era un activo mucho menos valioso. Los estudios que analizaron la información patrimonial conservada en los procesos sucesorios de los montevideanos durante el período colonial mostraron que, en promedio, el valor de la tierra representaba menos de 25% del valor total de un establecimiento productivo rural, mientras que los ganados en los establecimientos de orientación ganadera (las estancias) llegaban a ser más de 70% del valor total(5). Si bien esta situación fue cambiando lentamente a medida que se iba ocupando el territorio y expandiendo la frontera agrícola, vale la pena señalar que el mercado de tierras de chacras y estancias montevideanas era exiguo todavía en la primera década del siglo XIX y que los precios que se pagaban por una hectárea eran ínfimos al lado de lo que se pagaba, por ejemplo, por un esclavo.
A pesar de esto, ya a fines del período colonial habían empezado a expresarse claramente propuestas doctrinarias y políticas en favor de la propiedad individual de la tierra como institución que garantizaría el desarrollo económico y social del campo. El trasfondo de esas voces era la intensificación del comercio atlántico de cueros, que después de 1780 abrió nuevas oportunidades de hacer riquezas y disparó una voracidad también nueva por el control de los recursos, sobre todo en relación con los ganados cimarrones que pastaban fuera de la jurisdicción de Montevideo. Fue en ese marco que se consumó, entre 1780 y 1810, el avance de agentes privados sobre los ganados y los pastos de las antiguas estancias comunales de los guaraníes misioneros al norte del Río Negro, el caso más notable (y silenciado) de apropiación de los recursos de un grupo indígena por parte de europeos y criollos que registra nuestra historia.
Bienvenido, capitalismo agrario
No es fácil saber con exactitud si el proceso de apropiación privada de la tierra que había empezado a fines del período colonial se interrumpió o se enlenteció durante la primera mitad del siglo XIX, un período caracterizado por las guerras, la reconfiguración completa de los mercados regionales y una sucesión de rupturas institucionales. Desde 1810 hasta por lo menos 1860, la tierra se usó ampliamente para castigar enemigos, premiar el esfuerzo bélico, asentar jefaturas militares y pagar deuda pública vieja, así como contraer nueva. Pero existe gran evidencia de que a fines del siglo XIX, ya con reglas del juego, mercados y agentes capitalistas en pleno desarrollo en el campo uruguayo, la tierra como activo cobró una nueva jerarquía económica y social. Estaba en estado avanzado el “alambramiento de los campos”, que venía a poner punto final al largo proceso de consolidación de los derechos individuales de propiedad sobre los recursos naturales, y, en consecuencia, se había formado un mercado de tierras completo, que ya no dejaba fuera más que las llamadas “sobras fiscales”. El precio y la renta de la tierra subieron de manera tendencial durante el último cuarto del siglo XIX y los primeros 15 años del XX, en consonancia con el auge de las commodities del país en los mercados mundiales. La tierra se había convertido en sinónimo de riqueza.
Latifundio, siglo XX y después
Puede decirse que, en la historia agraria uruguaya, el siglo XX empezó en 1905 con la apertura del primer frigorífico y terminó al comenzar la década de 1990, con el derrumbe de las exportaciones laneras. Fue un “siglo XX corto” caracterizado por el predominio de la carne y la lana en la oferta exportable del país, el estancamiento tecnológico de la ganadería y la ocurrencia de episodios puntuales y problemáticos de desarrollo agrícola. Detrás, estuvo siempre la sombra del latifundio. Obsesión de intelectuales y políticos del siglo XX, la cuestión de la desigualdad en la tenencia de la tierra constituyó una persistencia por encima de todos los escenarios políticos de la centuria; una persistencia marcada tanto en los hechos como en los discursos sobre los hechos.
Como muestra el gráfico en esta columna, las unidades productivas de menos de 100 hectáreas alcanzaban a tener 5% de la tierra de uso agropecuario en 1908 y 7% en 1980. Sin embargo, como puede leerse en el gráfico que acompaña la columna de Diego Piñeiro, en 1908 los predios de menos de 100 hectáreas eran cerca de 25.000, mientras que las explotaciones de más de 1.000 no llegaban a 4.000. Las proporciones no eran muy diferentes en 1980, a pesar del aumento en la cantidad de predios pequeños. En otras palabras, a lo largo del siglo XX una miríada de productores “chicos” no llegó a tener el 10% de la tierra, mientras que una cantidad mucho menor de productores de más de 1.000 hectáreas nunca tuvo menos de 55% de la superficie agropecuaria.
La idea de una “reforma agraria” nació casi con el siglo XX: el batllismo del 900 sentó las bases de la desconfianza al ruralismo y, aunque no ganó la batalla fiscal contra los ganaderos en 1915, sí ganó la batalla ideológica contra el latifundio para el resto del siglo. Aun así, los proyectos y programas del siglo XX no revirtieron un proceso iniciado casi 100 años atrás. El siglo XXI se inició en el campo uruguayo, casi enseguida de la caída del Muro de Berlín, con una explosión de transformaciones tecnológicas y productivas que vinieron a fundar una especie de segundo capitalismo agrario. Es temprano para saber la forma que cobrará la cuestión agraria en este nuevo escenario histórico, pero el problema de la desigualdad en la tenencia de la tierra permanece, nuevamente, en los hechos y las palabras.
María Inés Moraes
_(1). Las cifras de población en: POLLERO, R. y SAGASETA, G., “Serie estimada de la población total para la jurisdicción de Montevideo entre 1760-1860”, en Proyecto de investigación: Desempeño económico, instituciones y equidad en el Río de la Plata, 1760-1860 (Montevideo: Informe No 1, 2015).
(2). FRADKIN, R. y GARAVAGLIA, J. C., En busca de un tiempo perdido: la economía de Buenos Aires en el país de la abundancia, 1750-1865 (Buenos Aires: Prometeo, 2004).
(3). Las cifras de Montevideo en: VICARIO, C., “The formation of human capital in pre-modern Latin America” (Eberhard Karls Universität Tübingen, 2015). Las cifras de América del Norte en COATSWORTH, J. H., “Inequality, institutions and economic growth in Latin America”, Journal of Latin American Studies 40, No 3 (2008).
(4). VICARIO, C., obra citada.
(5). Cifras en: MORAES, M. I., “Las economías agrarias del Litoral rioplatense en la segunda mitad del siglo XVIII: paisajes y desempeño” (Universidad Complutense de Madrid, 2011)._
Referencias
COATSWORTH, John H. “Inequality, institutions and economic growth in Latin America”. Journal of Latin American Studies 40, No. 3 (2008): 545-569.
FRADKIN, Raúl y GARAVAGLIA, Juan Carlos. En busca de un tiempo perdido: la economía de Buenos Aires en el país de la abundancia, 1750-1865. Buenos Aires: Prometeo, 2004.
MORAES, María Inés. “Las economías agrarias del Litoral rioplatense en la segunda mitad del siglo XVIII: paisajes y desempeño”. Universidad Complutense de Madrid, 2011.
POLLERO, R. y SAGASETA, Graciana. “Serie estimada de la población total para la jurisdicción de Montevideo entre 1760-1860”. En Proyecto de investigación: Desempeño económico, instituciones y equidad en el Río de la Plata, 1760-1860. Montevideo: Informe No 1, 2015.
VICARIO, Carolina. “The formation of human capital in pre-modern Latin America”. Eberhard Karls Universität Tübingen, 2015.