¿En los últimos 15 años se ha modificado el perfil agroexportador de Uruguay?

-75% de lo que Uruguay exporta proviene del campo. Como novedad, en los últimos ocho años ha surgido la soja, que ahora es uno de los principales productos que exportamos. También es un producto nuevo la forestación, y la celulosa, que hace 15 años no existía, más allá de que había una política forestal muy fuerte. Hoy es uno de los tres principales productos que Uruguay exporta, junto con la soja y la carne. La carne ha cambiado en su inserción internacional: tenemos una diversidad de mercados como en ningún otro producto, y tenemos una imagen y credibilidad que ha crecido y se ha consolidado en el mundo.

¿Cómo afectan los subsidios de los países desarrollados a los distintos productos?

-El comercio mundial de leche está muy distorsionado, porque cada país en el mundo defiende a muerte a sus productores de leche. Nos podemos enojar, nos puede molestar el tema de los subsidios, pero son razonables, de última, porque están tratando de defender de alguna manera puestos de trabajo. Lo que pasa es que no es lo mismo que los defienda un país en desarrollo que que los defienda un país desarrollado, porque ahí la distorsión es mayúscula y los impactos son muy duros. Con el arroz pasa lo mismo. Nosotros tenemos un tipo de arroz que es más parecido al de Estados Unidos, y tenemos que competir con la inserción de Estados Unidos, con tratados de libre comercio en varios mercados, pero también con los subsidios salvajes de Estados Unidos, donde es imposible competir con aquellos productores a los que les pagan por producir. Nosotros tenemos récord mundial en materia de productividad en el arroz, y es muy desleal competir así, aunque igual lo hacemos y muy bien.

¿La estructura productiva de Uruguay está hoy más concentrada que antes?

-La producción en volúmenes físicos en materia de exportaciones está concentrada en estos tres productos (soja, carne y celulosa), que representan la mitad de las exportaciones. El país ha tenido una revolución en su sector agropecuario, porque la concentración de la soja llevó a que el área agrícola haya aumentado muchísimo, a que las formas de producir sean totalmente distintas, a que se haya innovado en materia de maquinaria y en capacitación. O sea que no todo es malo, hay cosas buenas. Pero ese crecimiento expansivo de la soja también tiró a algunos otros productores para afuera, y eso sí es un problema, por ejemplo para el caso de la producción láctea. La soja ganó mucho territorio, llegó a haber una competencia muy fuerte por la tierra, que aumentó su precio, lo que llevó a que cayeran productores lecheros y el área lechera. Pero no cayó la producción de leche, que siguió creciendo. Eso habla también de la adaptación de un sector que, al impulso de inversión e innovación, siguió creciendo, pese a tener menos área. En la forestación hay una concentración fuerte en la producción de celulosa más que en la de contrachapado o tableros de madera, que generan mayor valor agregado que la celulosa. Nos gustaría que la política forestal llevara a la mayor cantidad de puestos de trabajo posible, pero son también las realidades que vamos teniendo.

En el período de gobierno pasado se discutieron medidas para combatir la extranjerización. ¿El tema ya no está en la agenda?

-Hay extranjeros que son muy buenos y otros que son muy malos; lo mismo ocurre con los productores nacionales. Lo que importa es el trabajo y el desarrollo del país. Me preocupan todas las concentraciones, la de nacionales también. El tema es lograr los equilibrios, pero no perder el norte: que la gente pueda vivir de la mejor manera. Hay mucha inversión extranjera que se puede alinear a eso, y otra que no.

El sector agropecuario en Uruguay, según algunos trabajos académicos, es el que introduce más innovación de todos los sectores productivos. Sin embargo, persiste a veces la asociación del campo con el atraso y la improductividad. ¿Por qué?

-Yo soy del interior, de Paysandú. Estructuralmente, ese concepto campo-ciudad es la mayor limitante que tenemos para desarrollarnos como país, porque es una limitante cultural. Hay una contradicción permanente entre campo y ciudad, y no estamos juntos viendo la realidad, reconociéndonos como país. La mayoría de la gente vive en ciudades, y hay como un rechazo al campo y a la producción, ideas que están muy lejos de la realidad. Nosotros primero tenemos que saber qué somos. Y somos eso, un país agropecuario que ojalá pueda ser, además de agropecuario y agroindustrial, otra cosa. Pero somos eso y nos tenemos que reconocer desde el punto de vista de la academia, de la investigación. Tenemos que profundizar y alinear todas las actividades del conocimiento para potenciar lo que somos. Hoy el campo y la producción agropecuaria tienen muchísimo de innovación, de tecnología. Nos gustaría que determinados sectores sociales de la producción lograran vivir con mayor comodidad, o darles la comodidad de las ciudades y que se queden en el campo, sobre todo los jóvenes.

Hoy Uruguay evalúa ingresar al Tratado Transpacífico (TPP) y el Mercosur negocia un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea. ¿Cómo impactan este tipo de acuerdos en el sector?

-Estamos en una región que produce alimentos para el mundo y que tiene una escasa visión estratégica -y esta es una crítica regional- de esa potencialidad. Porque si juntamos a Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, varios millones de personas son alimentadas en el mundo desde acá. Pero nosotros hoy estamos compitiendo entre nosotros, y ese es un error estratégico. Creo que la mejor inserción del país tiene que ser, en teoría, por intermedio de la región. Lo mejor para nosotros, estratégicamente, es negociar como región, porque el poder que tenemos como negociadores no tiene nada que ver cuando vamos solos que cuando vamos con la región. Nosotros vendemos productos agropecuarios que necesitamos comercializar con el mundo, y necesitamos que esos productos entren de la mejor forma, pagando lo menos posible. El tema es que cuando vamos a negociar con cualquier país, no son las carmelitas. Son países muy potentes, que tienen sus grandes intereses ofensivos y quieren cosas a cambio. Está bien, ese es el mundo, pero tenemos que ser muy responsables en las negociaciones, porque cada logro que tenemos como país tiene un costo. Quiero entrar arroz, pero a cambio quiero textiles o propiedad intelectual. Los que ganan no son los que pagan. Entonces, si vamos a negociar, primero tenemos que negociar estratégicamente con aquellos países que son complementarios. No vamos a negociar con un país agropecuario, porque sería terrible. En el caso de Chile, nosotros tenemos una relación de larga data en la región, y lo que se hizo fue juntar esa cantidad de acuerdos y actualizarlos, con algunos riesgos en temas que tocamos sin tener la experiencia debida, sobre todo con un negociador tan fuerte como Chile. El riesgo es cuando nos metemos en temas y no tenemos esas capacidades.

¿Qué temas, por ejemplo?

-El tema de la propiedad intelectual, los servicios, las telecomunicaciones. Hay algunos temas que no tenemos laudados internamente como para salir a ofrecer algo afuera, y eso genera problemas y distorsiones que no ayudan a la negociación. A su vez, en todos los acuerdos nuevos, como por ejemplo el TPP, se incluyen limitaciones a la regulación nacional, mecanismos de solución de controversias. Ese es el riesgo que tiene el TPP, que no se negocian sólo bienes, se negocian muchísimas cosas, y nosotros todavía estamos en la negociación de bienes. No digo que sea bueno o malo, digo que son riesgos y que tenemos que formar las capacidades como para mitigarlos.