Los alimentos transgénicos son aquellos que han sido transformados genéticamente mediante la biotecnología, incorporándoles genes de otro organismo para que se produzcan las características buscadas. En la agricultura uruguaya, los más utilizados son la soja resistente al glifosato y el maíz resistente a plagas, pero en otros lugares del mundo también se modifican genéticamente el algodón, la canola, la papaya, la alfalfa, la remolacha azucarera, el zapallo, el tomate y el pimiento dulce, por nombrar algunos.

En su trabajo Dos décadas de cultivos transgénicos en Uruguay -del que se divulgaron los resultados para el período 2004-2015-, la consultora construyó dos escenarios de comparación: el “real”, que cuantifica el desempeño efectivo que tuvo la producción agrícola uruguaya en los años estudiados; y el denominado “sin transgénicos”, para el que se estimó una proyección de las áreas agrícolas y de los rendimientos que se habrían producido si los transgénicos no se hubieran incorporado, considerando “fundamentos” tanto agronómicos como económicos.

Lo que habría sido y lo que fue

En el caso de la soja transgénica, se estima que su disponibilidad permitió avanzar rápidamente en el área cultivada porque “viabilizó en buena medida la siembra directa”, es decir, la agricultura sin laboreo, la que predomina al día de hoy en los suelos uruguayos.

La consultora estima que sin transgénicos y con laboreo convencional, la expansión de este cultivo habría avanzado en forma “notoriamente más lenta” -simulando una curva de aprendizaje-, porque hubiese requerido “más inversión e implicado mayores costos”. Aun así, se estima que, de todas maneras, la expansión habría sido “muy importante, aunque de menor dimensión que la que efectivamente fue”. Por otro lado, se considera que su rendimiento hubiese sido “levemente inferior” -10%-, principalmente debido a “la mayor incidencia de malezas y mayores dificultades para concretar los momentos óptimos de siembra”.

En cuanto al maíz, el mayor impacto de la inclusión de transgénicos fue hacer viables las siembras “de segunda” -posteriores a los cultivos de invierno-, que hasta entonces estaban acotadas por el daño producido por las plagas. Por este motivo, en un escenario sin transgénicos, la expansión del área “de segunda” habría sido 10% del área que finalmente fue cultivada. En el caso del área “de primera” -las siembras de primavera-, el impacto habría sido menor; se habría cultivado 90%, ya que los transgénicos otorgaron ventajas en la “flexibilidad de épocas de siembra, menores costos y resistencia a plagas”.

El estudio también incorpora para el escenario sin transgénicos un diferencial de rendimientos, de 10%, aplicado a todo el período por el “relevante” efecto negativo de las plagas, y, por el contrario, una estimación del aumento de producción que se habría generado en las áreas que no habrían sido sembradas con soja y maíz, en las que se supuso que se habrían establecido sistemas agrícola-ganaderos, con rentas “promedio”, según datos de la Dirección de Estadísticas Agropecuarias del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca.

Por otro lado, también se tuvo en cuenta la inversión adicional necesaria para cultivar, cosechar y comercializar la producción adicional por transgénicos.

El impacto directo

Para estimar el impacto económico de la adopción de transgénicos, se recurrió a una matriz insumo-producto elaborada para 2006, que refleja las estructuras sectoriales de los 29 sectores productivos y de servicios del país (que para este trabajo fueron simplificados a ocho), los niveles de PIB, consumo, inversión, exportaciones e importaciones globales y sectoriales.

Esta matriz toma el impacto directo y mediante un procedimiento de análisis de estática comparativa se calcula el impacto indirecto o inducido de la introducción de los transgénicos, a partir de su incidencia en el resto de los sectores de la economía, como el transporte, el comercio y las comunicaciones, entre otros.

De esta manera se obtienen varias “fotografías” de cada año de la economía nacional, que se suman para obtener el impacto total, que en este caso representa un aumento de 1.000 millones de dólares anuales para todo el período estudiado. Expresado en términos del PIB, implica un aumento promedio de 1,7%: 0,6% corresponde a los ingresos directos adicionales de estos cultivos y 1,1% a los encadenamientos que estos generan sobre el resto de la economía.

Empleo transgénico

Un cálculo de la relación entre producto y empleo arrojó que -en hipótesis “conservadoras”- la adopción de transgénicos podría haber generado “al menos, unos 20.000 nuevos puestos de trabajo en la economía, principalmente en el agro, pero también en el comercio y la industria”, lo que implicaría un aumento del orden de 1,5% en el empleo total de la economía.

Relaciones “más robustas” indican que el empleo generado por transgénicos podría elevarse hasta 40.000 nuevos puestos de trabajo. El estudio destaca además como impactos “positivos” en términos cualitativos el aumento de la actividad económica en zonas menos dinámicas, la diversificación de la matriz productiva, el aumento de la demanda de insumos y servicios, y la creación de valor agregado nacional.

No hay puntada sin hilo

Una vez determinados los impactos directos e indirectos de la incorporación de transgénicos, el estudio concluye con “proyecciones a futuro”. Las últimas aprobaciones de eventos transgénicos se remontan a 2011 en el caso del maíz, cuando se introdujeron cinco nuevas modificaciones, y a 2012 para la soja transgénica resistente a insectos y herbicidas, lo que constituye, según el estudio, “un preocupante atraso tecnológico del país, sobre todo frente a los vecinos”.

“Luego de esa etapa se ha ingresado en un período de ausencia casi total de aprobaciones comerciales, que se prolonga hasta la fecha, mientras que los países de la región han seguido incorporando más variedades con eventos apilados, lo que deja a Uruguay en un atraso en los recursos biotecnológicos disponibles”, sostiene el informe, que además indica que esto puede “limitar gravemente el desempeño” del sector en los próximos años, debido a un “mayor retraso relativo en su productividad agrícola”.

Adicionalmente, se sostiene que esto podría enfrentar al país a un desabastecimiento de semillas, “puesto que la mayor parte de la producción de semilla tiende a incorporar las últimas variedades (germoplasma) de mayor valor”.