Tal vez desde la agresión sufrida en silencio, tal vez desde la bronca acumulada, tal vez desde el rincón de los que callamos para no generar más ruido y agrandar los conflictos, tal vez sólo porque antes no tenía más voz y coraje, antes no y hoy sí, contesto al editorial de El País de ayer titulado “El beso futbolero y la libertad”.

En primer lugar, mi planteo no es desde el reproche, sino precisamente desde el ejercicio del libre derecho a la expresión y en especial al reconocimiento de la rica diversidad que tenemos en Uruguay, ese al que apelan los autores del mencionado editorial.

En segundo lugar, mi planteo representa, dignifica y hace escuchar la voz de los que muchas veces no tienen acceso a un medio de comunicación o simplemente siguen callados, presos de la oscura autorrepresión. Si te invitan al debate tienes la responsabilidad ética y política de entrar y defender lo que crees justo. Especialmente lo hago desde el agradecimiento a la sociedad en que me tocó vivir y que hoy me permite ser feliz en mi país.

Cito a El País para contestar tan sólo algunos de los agraviantes puntos que mencionan en su editorial:

1. “Nos obligan a reflexionar sobre un proceso peligroso que se está desarrollando en el país”. El “proceso peligroso” al que se refiere El País en su editorial ha permitido que yo y tantas uruguayas y uruguayos podamos vivir siendo nosotros mismos. El proceso peligroso al que refiere el diario ha naturalizado que un profesor universitario, un asesor del gobierno o un consultor político, resumidos en la misma persona, pueda hoy públicamente vivir su identidad sexual sin tapujos.

2. “Revelan el germen de un sentimiento de intolerancia y fascismo, que pretende decirle a la gente lo que es correcto decir y pensar. Y parten de un discurso que no tiene nada que ver con la historia de la sociedad uruguaya”. Yo no pretendo decirle a la gente cómo hablar ni qué pensar, como señala El País. Soy un hijo de vecino y mi historia de vida ha estado signada por superar barreras y torcerle la mano al destino. Lo hice cuando llegué a la capital desde mi San José natal con una mano atrás y otra adelante, con 17 años, teniendo a mis padres emigrados al exterior producto de la crisis económica y una humilde remesa para ir llevándola. Pude enfrentar muchas adversidades y mi historia es de superación, como la de muchos uruguayos y uruguayas. Estudié tres carreras de grado, me recibí, fui pasante, me fui a estudiar al exterior, volví, milité políticamente, eché raíces en mi país. Permítanme señalarles a los escritores de este editorial que mi historia y mi discurso tienen mucho que ver con la historia de la sociedad uruguaya, la del reconocimiento de derechos, la del primer batllismo, por ejemplo.

3. “Más allá de lo delirante de buena parte del planteo, el fondo es claro: usted no puede usar determinadas palabras, usted tiene que aceptar lo que ellos imponen como verdades absolutas, usted no puede dudar de que hay un lado bueno y otro malo en la sociedad, o si no se convierte de inmediato en agente del lado oscuro, merecedor de agravios, denuncias y ‘escraches’”. El planteo del cuadro al que hacen mención y que muestra a dos hinchas de fútbol besándose tiene poco de delirante. Soy socio e hincha de Nacional, tengo una barra amiga que es futbolera a full y mi novio es de Peñarol. Y, ¿saben qué?, no le digo a la gente qué pensar. Más bien le digo que me deje vivir como soy. Se lo digo yo, el que según muchas categorías para gente que piensa como ustedes puede estar del “lado bueno” de la sociedad, pero que por su orientación sexual está del que ustedes se dignan llamar “lado malo”.

4. “Pretender modificar a una sociedad chocando y agrediendo las convicciones y sentimientos de su gente, sobre todo de la que tiene más edad y va aceptando algunos cambios a su ritmo, no sólo es absurdo sino que es una muestra de intolerancia infantil”. No pienso ir en contra de la voluntad de nadie, por el contrario, lo que pensamos es respetarnos y aceptar la diversidad en libertad. En especial, hacen mención de manera absurda a personas de la tercera edad que “van aceptando los cambios a su ritmo”. Pues, ¿saben qué? el único ritmo que admito es el que me permita a mí y a todos aquellos y aquellas que sientan o que quieran expresar su amor de manera distinta lo hagan sin tapujos, sin miedos y sin barreras conservadoras que no les permitan vivir el milagro de ser ellas o ellos mismos.

¿Piensan ustedes que por cuidar el ritmo o el asombro de ciertas personas yo voy a dejar de besar a mi pareja en público? ¿Piensan que por ser gay no puedo ir al estadio y darle un beso a otro hombre? Se equivocan. Esto no es intolerancia infantil, como lo señalan en su ignorante editorial, estos son principios internacionales de los derechos humanos, así como principios básicos consagrados en nuestra Constitución y recientemente materializados en la legislación específica sobre diversidad sexual.

Señores de El País, en el lapso de unos pocos años se han conquistado importantes normas vinculadas a los derechos de las personas LGBT, por sólo mencionar algunas: la Ley de Unión Concubinaria (2007), la modificación de disposiciones referidas a la adopción, protegiendo e igualando los derechos de los hijos e hijas de familias LGBT al permitir la adopción conjunta por parte de parejas en unión concubinaria, la Ley de Derecho a la Identidad de Género (2009) y, por último, la Ley de Matrimonio Igualitario (2013).

Este nuevo escenario nos ha permitido a todos como sociedad ser más libres. Con su editorial ustedes están dejando entrever que vamos demasiado rápido en el reconocimiento de derechos humanos. ¿Qué paradoja, no? En el mismo párrafo en que hablan de respeto a la libertad de expresión, me acusan con el dedo y me señalan que debo ir más lento en el goce de mis derechos para no asustar a los estandartes conservadores de mi país.

¿Saben qué? No se los permito, ni se lo dejo pasar. Precisamente porque hace tiempo que pude salir del clóset, pero para eso tuve que tener un coraje grande para que esta nueva etiqueta no opacase, a vista de muchos ojos conservadores (como los de ustedes), las otras etiquetas de técnico, de político, de académico, de pibe de barrio que viene de abajo.

Señores del país que no queremos, su editorial me agravia, coarta mi libertad y va en contrasentido del clima de época que, lejos de ser pasajero, llegó para quedarse. Tengan estas líneas el sentido de expresar que no les vamos a dejar pasar más mensajes de intolerancia, de falta de respeto y de condena a la diversidad sexual de las uruguayas y uruguayos.

Como decía Federico García Lorca: “En la bandera de la libertad bordé el amor más grande de mi vida. Desechad tristezas y melancolías. La vida es amable, tiene pocos días y tan sólo ahora la hemos de gozar”. No me voy a quedar esperando al ritmo de un Uruguay conservador mientras miro pasar lo más preciado que tenemos: nuestra vida en libertad. Déjennos vivir y besarnos en el estadio. El amor está ganando el partido.

Matías Ponce