Cuando alguien deja de comer, aparecen problemas. Su gravedad depende del cuerpo de la persona y de si hace o no una huelga de hambre seca. Alguien con mucha grasa demora más en tener problemas en una huelga de hambre que alguien más delgado, pero en la huelga seca es al revés: alguien con mayor “capital adiposo” va a sufrir más. Hasta el tercer día la persona no siente hambre, aseguran los médicos. Pero entre el tercer y el quinto día, el cuerpo empieza a usar las grasas del organismo para transformarlas en energía. A partir de la cuarta o quinta semana el cuerpo se queda sin grasa y empieza a extraer energía de los músculos; una pérdida de más de 40% de la masa muscular hace que aparezcan complicaciones que pueden ser permanentes. En esa etapa aparece la taquicardia, se generan infecciones a partir de toxinas que genera el propio cuerpo, hay dolores, escalofríos y mucho frío. Se puede vivir unos 60 días son ingerir alimentos, pero hay casos de hasta 100 días. La causa de muerte puede ser un paro cardiorrespiratorio o algo llamado “sepsis”: el propio sistema inmunitario termina matando a la persona.

Esas son las etapas que, estadísticamente, se dan en una huelga de hambre, según explicó ayer la doctora Julia Galzerano, integrante de la Comisión de Derechos Humanos del Sindicato Médico del Uruguay (SMU). El contexto: un ateneo interdisciplinario sobre aspectos clínicos, éticos y legales de la huelga de hambre, ayer, en la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, organizado por el departamento de Medicina Legal. Aunque no se explicitó como disparador, la huelga de hambre del ex recluso de la cárcel de Guantánamo Jihad Diyab fue el contexto evidente en el cual se organizó el ateneo, y sobrevoló algunas de las intervenciones, si bien se mencionó directamente sólo una vez. ¿Cómo ve el sindicato, desde su código de ética, que médicos hayan hidratado al sirio cuando entró en coma superficial? La respuesta es por la positiva: “A nosotros, como Comisión de Derechos Humanos del SMU, nos habían avisado dos días antes, pero él no quiso que lo atendiéramos. Cuando llegamos a la casa, ya estaba en coma. Nosotros no lo conocíamos, no habíamos hablado con él; lo que sí sabíamos, por sus declaraciones, era que no quería volver a internarse en ningún centro asistencial, pero no había nadie que nos pudiera transmitir su decisión sobre la hidratación, por lo que el colega que lo atendió decidió hidratarlo y, como equipo, decidimos continuar la medida. Al día siguiente de cuando se despertó del coma, él nos dice que no quiere seguir la hidratación, y no la seguimos”, contó Galzerano.

Teresa Sandar, de la misma comisión del SMU, introdujo el tema con normas éticas sobre cómo actuar en esos casos: tratar de evitar daños irreparables, irreversibles o la muerte, pero tener en cuenta el respeto por las decisiones del paciente, fue la línea principal; también dijo que los médicos deben respetar la confidencialidad de la consulta, que debe hacerse a diario para preguntarle al huelguista si quiere seguir o no con la medida. “Al principio se plantea como una cosa para hacer todos juntos, pero después la individualidad va apareciendo y con el correr de los días se van dando diferentes situaciones”, dijo. Y siguieron las recomendaciones: no involucrarse con el objetivo de la huelga, mantener la objetividad, informar sobre los riesgos de no comer y evaluar si la persona está en condiciones de decidir si asume el riesgo -en particular, considerar posibles patologías psiquiátricas-, y revisar la historia clínica previa para estar atentos a problemas anteriores como la diabetes, que puede complicar mucho más las cosas. “Si se le da la información de qué es lo que le va a pasar, es posible que haya una variación entre una huelga salvaje o un ayuno. Y si somos siempre el mismo médico, se establece un vínculo con el paciente que le permite acceder a información que le puede hacer cambiar de opinión”, agregó Álvaro Ferola, también integrante de la comisión del SMU.

Se habló también -otra referencia velada al caso Diyab- de la alimentación artificial. “Puede ser éticamente apropiada si hay aceptación establecida, y no es aceptable en otros casos, al igual que el uso de la fuerza, la amenaza, la presión o la restricción física”, sentenció Sandar.

Hugo Rodríguez, director del Departamento de Medicina Legal de la facultad, mencionó las normas que establece la Asociación Médica Mundial, que no forman parte del derecho uruguayo y que son revisadas cada tanto: “Cuando yo era joven, había una declaración que decía que había que respetar el derecho del huelguista de hambre, porque el derecho a protestar era muy importante, pero que si caía en inconsciencia había que actuar, porque no sabíamos qué podía pensar, aunque todos sabíamos lo que pensaba. Esa es una manera de esquivar un conflicto ético”, dijo, y fundamentó con dos leyes que, a su criterio, “no dejan duda”, como la 18.335, que establece que los médicos siempre actúan con consentimiento del paciente, y la 19.286, que se corresponde con el código de ética del Colegio Médico del Uruguay (una institución pública no estatal), que tiene un artículo específico, el 61: “El médico debe respetar la decisión válida de una persona que ha resuelto hacer huelga de hambre. La alimentación forzada no es éticamente aceptable”. La primera ley, comentó, ha sido fundamento de algunos dictámenes judiciales a favor de la negativa de los testigos de Jehová a recibir transfusiones de sangre.

Una médica de entre el público delineó con una frase una idea sobre la que había acuerdo: “Nos cuesta dejar el paternalismo, porque fuimos los que determinábamos cuál era la conducta hacia el otro, que en la huelga de hambre adquiere la categoría de sujeto moral y nos interpela”.