En julio se desarrolló el primer mes de la afrodescendencia en nuestro país*. Entre las múltiples actividades, las Jornadas Académicas sobre Afrodescendencia trajeron elementos para pensar más profundamente la cuestión afro. Sus ejes: Colonialismo, racismo y discriminación racial en la producción académica; Abordajes interseccionales en la construcción de políticas públicas; Cultura e identidades afrodescendientes en la sociedad uruguaya. Tres temas que se interseccionan, dialogan entre sí, fisuran discursos.

Decir colonialismo en la producción académica es también decir sexismo, clasismo, racismo y todos los “ismos” limitantes que generan prácticas de discriminación y mantienen el orden jerárquico impuesto. Pero para pensarnos distinto, descolonizados, es necesario en primer lugar vernos colonizados.

El movimiento descolonizador del conocimiento cuenta con varios autores latinoamericanos: Enrique Dussel, Ramón Grosfoguel, Walter Mignolo, Aníbal Quijano, Boaventura de Souza, entre otros varones. A su vez, las raíces de este pensamiento las encontramos en pensadores como Aime Cesaire, promotor de la negritud como movimiento cultural y político, o en Frantz Fanon. También es un pilar fundamental el feminismo antirracista estadounidense, el británico o el centroamericano, donde encontramos a una autora como Ochy Curiel, pensadora decolonial por excelencia. También debemos hacer referencia a las emergentes del feminismo indígena y otros feminismos como el africano en su extensa y cuestionadora diversidad de expresiones, tanto para el feminisimo blanco como para los feminismos negros, el movimiento de cimarronaje e incluso el feminismo chicano.

¿Por qué tanta cita, tanto autor? Porque los tres ejes propuestos pueden ser estudiados de manera separada pero sólo a los efectos prácticos. Fuera de una lógica racional y fragmentarista, debemos saber que entrar en estas líneas de análisis y producción de conocimiento implica abarcar la realidad de manera interdisciplinaria y multicausal. Gran desafío para quienes hemos sido educados en marcos de conocimiento, lógicas de interpretación y creación de la realidad eurorreferenciados, como única verdad universal.

Uruguay, ¿país multicultural?

Saber si un país es o no multicultural permitiría observar cuáles son o han sido las políticas públicas que contemplan esa realidad.

La cultura tal vez sea el concepto más amplio, envolvente, de todas las áreas de una sociedad: su forma de hacer política, de administrar los recursos financieros, la relación establecida con el medio ambiente, las de género, generacionales, raciales, nos refieren a la idiosincrasia de un pueblo, encierran sus creencias y costumbres.

Uruguay es un país que deviene de ser colonia. El virreinato del Río de la Plata lo convirtió en un rincón geopolítico codiciado por varios países en la época de la conquista y la expansión colonial de los europeos: españoles, portugueses e ingleses fueron los principales contrincantes por la propiedad de este espacio de puesto natural, la puerta sur al continente latinoamericano. Este detalle ya nos ubica históricamente como un territorio con grandes posibilidades de ser multicultural, como casi todos los lugares de gran actividad portuaria. Esta condición geográfica de puerto natural convierte a esta zona del Río de la Plata en un lugar ideal para el ingreso de mercadería de todo tipo. Entre esas mercancías llegaron, siguieron y también se afincaron personas de origen africano que eran traídas en condición de esclavos. La primera llegada de esclavizados procedentes del continente africano fue en 1535 (Mónica Olaza, 2005). Pedro de Mendoza habilita el ingreso de un embarque de 200 seres humanos de esa procedencia con el fin de ser comercializados.

Esta distinción en relación a las procedencias y condiciones en las que arribaron algunos compatriotas nos dan evidentes pistas para explicar el fenómeno de que en un país aparentemente compuesto por diversas procedencias culturales unas tengan mayor visibilidad que otras, y se tornen hegemónicas.

Qué falta de educación

Lo hegemónico es en Uruguay un modelo importado, propuesto e impuesto por nuestros colonizadores, que asumimos pero que también retroalimentamos. En lo educativo, por ejemplo, nos apropiamos de marcos teóricos europeos para interpretar una realidad latinoamericana. Propongo repensar este lugar de producción de conocimiento para encontrar el equilibrio que nos permita reconocer las “otras” verdades culturales, las de los pueblos originarios y la raíz africana que portaban consigo los afrodescendientes traídos en condición esclavizada.

El sistema educativo, fundamentalmente, es un productor y reproductor de discursos en todos sus niveles.

Tomo prestadas las ideas de Grosfoguel (2012), quien a su vez toma mucho de Dussel. Necesitamos saber que el conocimiento occidentalizado proviene básicamente de cinco países: Italia, Francia, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos, y que esos países fueron los precursores de grandes genocidios y “epistemicidios” de otros saberes: a fines del siglo XV generó el genocidio musulmán y judío (físico/cultural/religioso); ya en el siglo XVI el de los pueblos indígenas en América y aborígenes en Asia (físico y de conocimiento); el de los pueblos africanos con la trata y el tráfico esclavista: aquí se genera el racismo como ideología y el asesinato del conocimiento que poseían las mujeres con la quema de brujas en la época de la inquisición.

Según De Souza (Ramón Grosfoguel, 2005), esos cinco países conforman el cuerpo del saber universal. Otros conocimientos generalmente son cuestionados por su rigor, sobre todo si sus producciones subalternas interpelan al universalismo eurocéntrico.

Me gusta sostener una afirmación radical: que todos o casi todos los contenidos de la educación uruguaya son etnorreferenciados, de contenido étnico racial blanco. Lo divergente a ese punto de vista tiene muy corta data y en su gran mayoría sigue siendo epistemológicamente etnorreferenciado, ya que es producido desde un “nosotros” blanco. Sin cuestionar el rigor académico con que se realizan los estudios a mi entender mal llamados “étnicos”, existe una diferencia de puntos de vista que expresan en quienes observan e investigan desde dentro y quienes lo hacen desde fuera; eso que se denomina lugares intransferibles (Kenneth Clark, 1965).

Siempre es pertinente en estos temas hacer visible el lugar desde donde se generan los discursos que construimos y que nos identifican como nación o país. Otra característica que Dussel (2008) destaca es el solipsismo en la producción del pensamiento eurocentrado: el conocimiento no se genera en diálogo, se genera cuando el “sujeto pensante no puede afirmar ninguna existencia salvo la suya propia”.

La construcción conceptual, ideológica y cultural que prima en las Américas está básicamente construida desde la mirada blanca (“el punto cero”) sobre los “otros”; en este caso, pueblos originarios y afrodescendientes. Bajo ese criterio, la racialidad no blanca de estos colectivos ha sido y es una variable protagónica para establecer a la etnia blancoeuropea como la hegemónica. Si esa mirada no estuviera racializada, deberíamos hablar de las etnias italiana, española, armenia, judía, suiza, vasca, afrodescendiente y todos los otros colectivos que existen en Uruguay.

Nombrarse a sí mismos como culturas y a otros como etnias me conduce al pensamiento del colonizador cuando habla de proceso civilizatorio, según su concepción de civilización. Me resulta peligrosa esta asociación en tanto es altamente probable que aún permanezca de manera casi inmutable en el inconsciente colectivo de los uruguayos.

El pensamiento decolonial o las epistemologías del sur que nos propone Enrique Dussel y que coinciden con la propuesta de Fran Fanon, realizada entre los años 1960 y 1970, es mirar el otro lado de lo eurocéntrico, de lo que se ha impuesto como universal, mirar lo que queda afuera, lo que está en el lugar de lo oprimido. Contextualizar el conocimiento. Esta línea nos propone reverlo todo, porque la realidad no condice ni con la verdad. Revelar las epistemologías “subordinadas” para desempolvarnos de las eurocentradas. Estas epistemologías pueden portar los elementos imprescindibles para lograr un sistema-mundo en equilibrio ecológico. Proponen una epistemología con pocas palabras y mucha práctica, que es otra forma de crear y recrear el conocimiento.

Los pueblos originarios y también los de matriz africana portan otras lógicas, otras razones y sentidos que son muy diferentes a las lógicas racionales. En este sentido, las lógicas binarias del pensamiento occidental quedan totalmente descartadas. El binarismo hombre-mujer es ínfimo para una mirada oriental, en la que las polaridades se ubican en lo masculino-femenino como fuerzas generadoras de todo lo que es creado, polos que deben ser mantenidos en equilibrio y que regulan el hacer de un sistema-mundo milenario, sabio y muy anterior al universal propuesto por los europeos. Griegos y romanos reconocen a Egipto y a China como fuentes de sus conocimientos. Europa en su creación rompe con este saber milenario y desconoce por completo al oriente y su sabiduría. ¿Para qué? Para planear otro orden económico que le funcione para su yo conquistador y colonizante. Entonces, ¿qué sistema económico político se requiere para generar el sistema-mundo que resulte de la suma de lo mejor de todas las partes?

Habría que hacerse conscientes y cada vez más responsables en nuestro mundo de los sentidos o de los sinsentidos que producimos o reproducimos en lo cotidiano. Tan pequeño y tan sistema-mundo a la vez.

Ana Karina Moreira

*Promovido por el Ministerio de Desarrollo Social mediante la División de Promoción Sociocultural y con el apoyo del Departamento de Mujeres Afrodescendientes y de la sociedad civil afro en particular.