Ayer se mató otro hombre en el Penal de Libertad. Estaba encerrado en el piso 3 del celdario que recluye a casi 1.200 personas. El Cabeza de Maroñas, como le decían, tenía 40 años. Esta vez estaba preso solo, y se ahorcó. Dejó una carta haciendo explícito por qué se quitaba la vida, y a tres hijos, de los cuales uno está recluido en el Comcar. Para el comisionado parlamentario para el Sistema Carcelario, Juan Miguel Petit, esta muerte evidencia el fracaso de la política penitenciaria del país: el hombre había pisado por primera vez la cárcel a los 19 años y no pudo ser “rehabilitado”. “Preocupan los casos de comportamiento destructivo con tendencias suicidas” en las cárceles, dijo Petit.

Esta es la trigésimo cuarta muerte violenta en lo que va del año, y el octavo suicidio. 16 de estas muertes ocurrieron en el Comcar, y siete en los módulos 8, 10 y 11; a lo que se suman tres muertes “dudosas”. Las muertes -una expresión última de violencia y deterioro que se vive en dos tercios de las cárceles del país- están siendo investigadas por Petit, quien informó que creó un grupo de trabajo para que reconstruya el trayecto de vida de cada fallecido. “Cuando uno estudia las carpetas de esas personas [las que se suicidaron], encuentra períodos largos en prisión sin que haya habido conexión con el mundo exterior, con la sociedad: sin trabajo social, sin trabajo educativo, laboral”, explicó Petit.

A su vez, el comisionado agregó que Uruguay “es muy pobre a nivel estadístico”: “A nivel de investigación del sistema penitenciario hay un enorme trecho por recorrer”, afirmó.