La Comisión Española de Ayuda al Refugiado estimó en 1.321.600 las solicitudes de asilo en Europa sólo en 2015. Se resolvieron el 22,7%. El resto han sido abandonadas a su suerte en un muy cuestionable acuerdo con Turquía, mientras que la lucha por llegar al paraíso nórdico se convierte en la segunda fase del tormentoso viaje tras pisar suelo europeo.

De los últimos informes con cifras alarmantes de compra-venta y tráfico ilegal de personas, a falta de números exactos, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito establece que por cada persona rescatada hay 20 más por rescatar.

En un contexto tan mediatizado los individuos que conforman las cifras de Euroestat, informes de la sociedad civil, artículos y noticieros, esconden historias de mujeres que le permiten a una viajar por territorios desconocidos: Somalía, Sudán, Irán, Zimbabue, Bangladesh, Albania, Tailandia, Brasil.

Mujeres anónimas sin nexos ni conexiones que incomprensiblemente se encuentran en Reino Unido. Exploradoras sin ánimo de aventura, sin mochila y con lo puesto.

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Tuve “el lujo” de reunirme por primera vez con las recién llegadas en el living del refugio, del barrio sur de Belfast, conocido como “el multicultural”. Ofrecí una taza de té made in Britain (negro y con leche, azúcar opcional), esbocé una sonrisa, con un juguete en mano para los hijos, un pijama y un nécessaire con objetos de higiene básicos. Ahí se derriba un muro que arrastra un trayecto demasiado pesado. Gratitud en lo micro, negación en lo macro.

Los procesos para adquirir el estatus de refugiado o víctima de tráfico ilegal de personas en Reino Unido lleva meses, hasta dos años en algunos casos. En ocasiones los estatus se conceden, en otras ocasiones no. Detención y deportación son la cruz de la moneda.

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Alexandra, originaria de Brasil, vivía en Málaga desde hacía diez años con su marido y sus dos hijos. Creyó encontrar la gallina de los huevos de oro en Larne, un municipio obrero de Irlanda del Norte, donde, a Alexandra la engatusaron con el cuento de que la prostitución sí permitía enviar ahorros al núcleo familiar que quedó en España. De entre todos los miedos que reflejaban sus ojos, sentadas en la parte de atrás de un coche patrulla y yendo a una comisaría, temía que la policía le arrebatara el poco dinero que había podido esconder de su explotador sexual. Como muchas en su situación, iba sentada detrás de los oficiales de policía sintiéndose culpable. Durante el interrogatorio, sus ojos desbordaban terror al oír las palabras prisión, deportación, culpable.

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Nina se destapaba la cabeza cuando me recibía en su apartamento. Su piel caoba contrastaba con sus rizos de puntas rubias resultado de las mechas californianas. Su hijo de ocho años correteaba con una camiseta del United mientras rellenábamos la solicitud para la subvención del uniforme escolar. A Nina le atormentaba que Mohammed, un amigo también somalí, rescatado niño soldado ahora vestido como un dandy a la moda e inspirando a jóvenes locales, la rondaba galantemente, aunque Nina supiese, cerca de la certeza, que su marido muy probablemente no se reuniera con ella.

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Fátima fue rescatada por la Cruz Roja en Mogadiscio, Somalía. A sus 28 años llevaba dos sin su marido, desparecido forzosamente por el grupo terrorista Al Shabab que opera en el cuerno de África. La noche que fue rescatada de una violación múltiple junto a su hija menor dejó atrás su vida y a sus cuatro hijos varones. Su teléfono se convirtió en una extremidad más de su cuerpo, una prótesis necesaria. En esta ocasión, no por Whastapp, Facebook o Gmail, esperaba una llamada con noticias de la Cruz Roja que le informara del rescate de los suyos, y el reencuentro.

El ganchillo enganchó y al espacio que compartíamos Fátima y yo se nos unieron Myriam, Swili, Saeeda, Myada, Nyma, Walla. Las risas continuaron con las gesticulaciones de unas y otras como lenguaje común y universal. Vestimentas, color de piel, hijos de unas y otras, religión e idioma pasaban a un segundo plano una vez por semana.

El temor en los ojos, la ansiedad por el teléfono, las persecuciones que habían sufrido cada una de ellas, las preocupaciones por los seres queridos, las distancias y la incertidumbre por el futuro a corto, medio y largo plazo se desvanecían y otorgaban un respiro de dos horas los viernes por la mañana. La variedad en la comida, y las miradas, nos unían.

La problemática hacia la integración y el aislamiento por razones culturales, lingüísticas y sociales se mezclan con lo personal, en una espiral de sentimientos contradictorios entre la lucha incesable por recuperar lo que es de uno y fue arrebatado, frente a la posibilidad de la búsqueda de oportunidades, rescate o refugio.

Así viven o atraviesan Europa. Con una sensación constante y perturbadora que divide a estas sociedades entre el welcome y el go home. A pesar de ello y de la inmovilidad burocrática y política, sólo queda la convivencia en lo cotidiano: pubs y halal, té negro con leche y té verde con hierbabuena. Minifaldas con tacones y cabellos cubiertos por pañuelos. Mujeres incansables y agotadas frente de una vida nueva, pendientes de la reunión con los suyos. Sus miradas, temerosas y temerarias.

Historias injustas, y admirables. No son cifras, son retratos errantes.

Laura G Vilanova