En las paredes están pegadas hojas A4 con distintos ejercicios para estirar el cuerpo, con los nombres de los músculos; en el piso está pintada una pequeña cancha de básquetbol, y sobre el área, un aro colgado. Hay globos naranjas y azules, y guirnaldas en el techo, y columnas que se yerguen en el medio de la pieza. En un costado, dos tortas enormes. Un ojo desprevenido ve allí un gimnasio acondicionado para una fiesta, pero el ojo inquieto también ve que hay hombres que llevan una cucaracha en el oído, y que detrás de las pequeñas ventanas, que están más cerca del techo que del piso, hay rejas y alambres de púas. Ayer se inauguró el Centro de Educación Inclusiva Adolescente (Cedina) en el Complejo Belloni, cárcel del Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente (INISA). También se entregaron cuatro certificados de egreso de educación primaria -dos más quedaron para después-, y dos de pasaje de primero a segundo de secundaria.
“Salir adelante, rehabilitarme, tener una vida afuera. Uno hace esto por la familia, para volver a la sociedad estando recuperado”, dijo uno de los muchachos que recibieron uno de los “papeles” que, a decir de la ministra de Desarrollo Social, Marina Arismendi, demuestra que los adolescentes “le pusieron ganas, empeño, esfuerzo [y] certifican que tienen muchísimo para dar, que dentro tienen cosas fantásticas y hermosas”. La presidenta del INISA, Gabriela Fulco, aseguró que la inauguración del Cedina es “importante” porque refleja la “impronta” de lo que pretenden que sean las medidas socioeducativas en el sistema de privación de libertad de adolescentes. “El Complejo Belloni pretende ser el puntapié de un centro modelo [...] lo educativo es el eje estructurante de todo el proceso de rehabilitación”, afirmó, y señaló que es “un acto sin precedentes en la historia”, financiado por el programa Justicia e Inclusión de la Unión Europea.
El Complejo Belloni reúne tres cárceles del INISA: Rifleros -donde dos jóvenes “evadieron” la seguridad en febrero de este año y se escaparon, lo que provocó que Fulco denunciara penalmente a algunos trabajadores del centro-, Ariel -que fue trasladado este año de la Colonia Berro por la nefasta situación edilicia- y Colibrí -donde en mayo hubo varios disturbios en reclamo de mejores condiciones de reclusión-. El complejo es de media y máxima seguridad, y puede llegar a recluir a 136 adolescentes mayores de 15 años. Hasta ayer había 69, separados en tres de los cuatro módulos con capacidad para 34 adolescentes cada uno. Según Fulco, todos los adolescentes que están presos allí estudian de 9.00 a 12.30, y reciben “ un tratamiento de rehabilitación, con programas de salud mental que ya se están desarrollando, áreas recreativas y culturales que se van incorporando de acuerdo a los recursos que vamos obteniendo”. Acotó que “en el resto [de las cárceles] la intervención o participación de los jóvenes no es pareja” porque “faltan recursos” para los 18 centros del INISA; en ese sentido recordó que se está construyendo un complejo para recluir a todos los adolescentes presos en La Tablada, un edificio donde funcionó un centro de detención y tortura durante la dictadura.
De pies a cabeza
Los grilletes “no son la regla” en el INISA, aseguró Fulco el 1º de setiembre en el Debate sobre seguridad que se llevó a cabo en la Intendencia de Montevideo. Ayer, en medio del tumulto de jóvenes, periodistas, fotógrafos, maestras y educadores, un muchacho atravesó el pasillo que une el Cedina con el Módulo A -ex cárcel Colibrí- con los pies y las manos engrilletadas en la espalda; lo estaban llevando al odontólogo. También tenía grilletes en los pies uno que gritó: “Sólo las cosas buenas filman, manga de ortibas”. El muchacho estaba en una especie de “patio-jaula”, que une otro de los módulos con el centro educativo, tras dos rejas, con al menos seis ojos de encargados de seguridad que lo estaban observando. Arismendi dijo a la diaria que “no se puede generalizar a partir de un hecho concreto”; Fulco, que “hay una disposición” que dice que “el uso de grilletes ya quedó para la historia” salvo “situaciones específicas de seguridad, en las que se dispone alguna medida en ocasión de algún incidente, una situación que amerite el traslado de ese joven con grillete”. Katz añadió que “el grillete se pone solamente para el cuidado de su [propia] salud o la salud del otro, para evitar una agresión física. Es una medida extrema que no se usa como una práctica habitual [...] Seguramente ese chico [el que pasó caminando con pies y manos engrilletados] estaría en una situación muy vulnerable, y por eso se los pusieron”. Algunos directores de los departamentos del INISA consultados por la diaria, que prefirieron no dar su nombre por posibles represalias, aseguraron que “no hay nada que reglamente el uso de grilletes”, que “dentro de los centros no pueden estar engrilletados”, y que “más que una práctica perdida, aún es moneda corriente”. Además, señalaron que el hecho de que se haya hecho circular a un joven engrilletado de pies y manos por dentro de los pasillos del Cedina, con el agravante de que fue frente a personas ajenas a la prisión, viola las convenciones internacionales -del Niño, Reglas Beijing, Reglas de Riad- que estipulan la protección de la integridad del adolescente privado de libertad.
Una educadora del Complejo Belloni comentó: “Vengan un día de lluvia; trabajamos cagados de frío con el agua hasta los tobillos [...] Los gurises también tienen el agua hasta los tobillos en las celdas”. Agregó: “Es muy fácil quejarse cuando se mira de afuera, pero todo es más complejo de lo que parece”.
La cabecita
Consultado por la diaria, el director de Salud Mental del INISA, José Luis Priore, advirtió que actualmente más de 50% de los adolescentes presos tienen prescriptos psicofármacos. En mayo de 2015, cuando asumió Fulco junto al nuevo equipo de dirección, el “sistema estaba muy volcado al consumo de psicofármacos”, dijo Priore, y aseguró que “era un elemento derivado de las pocas ofertas [de actividades] que había”. A su vez, explicó que cuando el adolescente entra al Centro de Ingreso, Estudio, Diagnóstico y Derivación, un equipo de médicos que trabaja en coordinación con la Junta Nacional de Drogas lo diagnostica, y allí se identifica si tiene o no un consumo problemático de sustancias psicoactivas. Priore afirmó que esto se constata en la mayoría de los casos, y que las drogas que más consumen son marihuana y pasta base. “Pasa que los chiquilines de la calle te ingresan con un alto consumo de drogas, que es un poco lo que los hace generar la vinculación al delito”, dijo, y aclaró que a todos se les realiza “un seguimiento” para que “una vez que sale de la etapa aguda de consumo” realice alguna actividad deportiva.
Priore sostuvo que la “estrategia de salud” que están llevando a cabo hace hincapié en el “área del deporte”; contó que de los 500 jóvenes que están encerrados, “entre siete y diez” salen a correr fuera de las cárceles Cerrito, Sarandí e Ituzaingó de la Colonia Berro, y este fin de semana participarán en la maratón Ser Joven No es Delito, organizada por el Instituto Nacional de la Juventud.
Según el Diagnóstico Epidemiológico en Centros de Privación de Libertad que se realizó a 10.159 reclusos adultos y adolescentes entre marzo y mayo de 2015 por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), 17,7% de los adolescentes dijeron consumir psicofármacos sin prescripción. La OPS sostiene que “más allá de las connotaciones de transgresión que en sí mismo el fenómeno depara, debe ser visto como un síntoma de malestar, un esfuerzo por lograr ‘estar en ese mundo’ de un modo más tolerable para el consumidor y la búsqueda de unas gratificaciones que no llegan o son siempre fugaces”.