Gonzalo, Pablo, Jhonny, Gabriel, Cristian, Miguel, Álvaro, Ricardo y Elbio. Así se llaman los nueve jóvenes del hogar Cerrito de la Colonia Berro que estuvieron anoche en el teatro Solís, en el recital de Contra las Cuerdas. Llegaron acompañados por técnicos y funcionarios, en el marco del programa Nada Crece a la Sombra, una iniciativa que apunta a desarrollar habilidades socioeducativas para “generar quiebres” en las trayectorias delictivas.
Los gurises del hogar Cerrito tienen entre 15 y 18 años. La mayoría son de Montevideo, pero también hay uno de Paysandú y otro de Rivera. Parecen niños. En realidad, son niños. Lo muestran durante todo el viaje en ómnibus: se pelean por estar del lado de la ventana, bailan en el pasillo, hacen chistes, hablan del partidazo que jugó Luis Suárez contra Paraguay y piden canciones, una atrás de otra. “Para algo trajimos el pendrive”, grita uno de ellos. Arrancan con Los Negroni, suena también Mariano Bermúdez, Cosculluela y siguen con otra plena, que en una parte dice algo así como: “Voy a morir de pegadera y eso me tiene preocupado; lo tengo pronosticado, estoy condenado”.
Las historias que cuentan contrastan con la alegría que había en el ómnibus que los trajo desde la Colonia Berro hasta el centro de Montevideo. Uno de ellos relata que tiene a la mayoría de su familia presa en Paysandú y que los fines de semana se pone mal, porque sus compañeros reciben visitas y él no. Está estudiando, quiere salir rápido y buscar un trabajo para ayudar a sus familiares, porque calcula que en ese momento ellos podrían seguir en la cárcel.
Otro empieza a hablar de su barrio y de su escuela. Se nota que los recuerdos están frescos: es un escolar que cuenta cosas que le pasaron hace poco, bien poco. También aspira a salir, trabajar y ayudar a la familia. Con su padre no quiere saber nada; cuando tenía diez años (¡diez años!) intentó matarlo porque le pegaba a la madre. Dice también que eran cuatro hermanos y que dos fallecieron: la más chica a los pocos meses de nacer y otro ahogado en un arroyo (“salió en el informativo y todo”).
A esa altura, el ómnibus que los trae ya está cerca del túnel de 8 de Octubre, y los coordinadores de Nada Crece a la Sombra -en su mayoría militantes de la campaña del No a la Baja de 2014- los arriman en los asientos de adelante para charlar sobre lo que pasará en minutos. “La idea es pasar un momento distinto, encontrarse en un lugar diferente y pasarla bien, disfrutar con la música”, les explican. Los muchachos asienten con la cabeza; se nota que están felices, ansiosos pero contentos. “Esto sirve para bajar un poco, para achicar la cabeza”, intenta resumir uno de ellos. Escuchan, hacen algún comentario, pero sobre todo miran por la ventanilla abierta, como en la foto de la tapa.
Ya faltan pocas cuadras de luces del centro y los integrantes del grupo empiezan a cantar unos versos rapeados que compusieron en los talleres de hip-hop, uno de los componentes del proyecto (Nada Crece a la Sombre también brinda talleres de huerta y de fútbol, con frecuencia semanal, en los hogares Cerrito y Colibrí).
A las 21.00 la escena afuera del teatro Solís es un poco atípica, pero tampoco tanto: la gente entra al espectáculo, un grupo de extranjeros le saca fotos a la fachada del Solís y los gurises del Cerrito arman unos tabacos antes de entrar. Ya adentro, la directora del Solís, Daniela Bouret, les empieza a explicar detalles del funcionamiento de las salas y de cómo vienen los ensayos de la próxima ópera. Ellos miran atentos, hacen algunas preguntas y otra vez el recuerdo cercano, esta vez de la excursión escolar al Solís. Faltan minutos para que empiece el recital de Contra las Cuerdas; el plan es seguirla después con pizzas y refrescos en Casa Tomada, la sede de Proderechos. Mientras todo el grupo escucha a la directora del Solís, uno de ellos se acerca a la funcionaria del Cerrito que los acompaña y apoya lentamente la cabeza en su hombro. Ahí ya no quedan dudas: es un niño.