El relato acrítico de la democracia uruguaya comienza a mostrar fisuras. Los datos últimos del Latinobarómetro alarmaron, pero rápidamente desapareció la alarma.
Hasta 2004 la democracia uruguaya, reflejada en sus instituciones políticas, fue robusta, al punto tal que, aunque se manoseara la Constitución con finalidad partidista (balotaje), la izquierda alcanzó el gobierno por las urnas.
Malestar y Odio comienzan a expresarse. Me alejo de las interpretaciones de la democracia como un mero modelo de selección de gobernantes o de distribución política. Me alejo también de la visión que no quiere exigirle por el miedo a la pérdida. Irresponsable, dirán los mayores. Pero así como las ideas, también la vida nos marca, y para una parte muy importante de los uruguayos y uruguayas la dictadura dejó hondas heridas, que sólo pueden curarse en la idea de la democracia, pero para la mayoría de la población hoy eso ya no es una realidad. La mayoría de los uruguayos nacieron después de la dictadura o durante sus años finales.
Hoy, esta democracia que tenemos y nos pertenece, y no al revés, es amenazada por un doble látigo. Por un lado, la imposibilidad de ocultar sus limitaciones, en tanto que sostenerla exige aceptar umbrales de desigualdad, costosos para la izquierda. Por otro lado, y más peligroso, por la idea de exceso de democracia, que se vislumbra en la constante exigencia punitiva y consumista de los sectores medios y altos. Malestar abajo y odio arriba.
Quienes ven exceso de democracia hablan de que se han “extendido los derechos, pero no los deberes”, dicen querer que incluso el más pobre tenga derecho a consumir (de eso se trata la mercantilización de la vida), y comienzan a percibir que eso será a costa de la tranquilidad de los que en lugar de derechos gozan de privilegios. Y son estos los que se empeñan en canturrear en nombre de la democracia el necesario incremento de sus limitaciones. Precisan matarla para que viva. Más represión, más punición, mano dura, contrapartidas a las políticas sociales, menos impuestos, menos Estado, derechos de admisión, más espectáculo, etcétera.
Se podría seguir hablando en general, aunque el asunto sea bien concreto, pero, para un país donde académicos y políticos entienden que los partidos han sido columna vertebral del sistema que tenemos y llamamos democracia, se hace evidente el incipiente deslave democrático en la insurrección bien paga y presentada de la política sin partido, de la política sin programa, de la política sin “política”: la evolución Lacalle-Novick.
Podría decirse que es una jugada magistral del bloque opositor conservador (que hoy son lo mismo), o que un sector más conservador se está devorando a los partidos tradicionales. En realidad, creemos que son cuatro los grandes baluartes de la estrategia conservadora nacional.
Los populismos de izquierda politizan; los de derecha, no. Sin cargas afectivo-históricas, Novick es lo único novedoso del sistema político de los últimos años. Es una derecha presuntamente despojada de pasado, una derecha renuente de ideas, una derecha empresarial y populista. Podríamos aquí usar a Ernesto Laclau y decir que buscan articular malestares y odios en un universal conservador. Esta es la novedad. Aunque hoy sólo se nutra de las propias fuentes de las que emerge.
Si bien, en realidad, representa al “odio” a la democracia, ese que surge de la expansión de derechos, procura expresar al “malestar”, el de aquellos para los que la democracia no termina de cumplir sus promesas igualitarias -aunque ni siquiera compartan el supuesto-. Por el contrario, alimentan la idea de que es el esfuerzo individual el que garantiza el éxito económico (si bien no creo que estén dispuestos a eliminar la posibilidad de las herencias).
Como, por lo antedicho, no hay discurso, hay que recurrir a su propaganda para interpretar lo que pretenden decir. Por un lado, confronta con los referentes del Frente Amplio, y en particular con Mujica, con una prédica dirigida al amplio abanico de los sectores mas humildes, donde la “promesa democrática” siempre tardará en llegar realmente, y la batalla de pobres contra pobres se hace más fuerte. Se afirma en la huida de la política y en su peripecia de empresario que empezó de abajo, y en la mentira bien financiada.
Lo explicitaremos en un comentario. En propaganda de redes sociales dice Novik que el FA “puso” a 70.000 empleados públicos y que si ese dinero se hubiera gastado “bien” se habrían hecho escuelas y hospitales. El “puso” pareciera indicar que no hubo criterios de selección, lo cual pretende ocultar u olvidar que el FA fue el que inició el acceso por concurso a la función pública. Pero lo que no dice es que:
1) La relación de empleados públicos sobre el total de la población ocupada bajó de 20,9% en 1995 a 17,4% en 2014, aunque seamos los “mismos tres millones”.
2) Si vemos la cantidad de funcionarios entre 2005 y 2014 se ve que ANEP aumentó aproximadamente en 30.000, la Universidad de la República, unos 5.000, el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay, unos 1.500, y el Ministerio de Salud unos 10.000(1).
Es decir, 45.000 de los nuevos puestos están en el área de educación y salud. ¿Acaso eso no son escuelas y hospitales? Por lo tanto, no sólo se encargan de mentir u ocultar, sino de exigir lo que ya existe y ya se hace, porque no hay política ni proyecto ni programa de su parte.
Quien piense que esto es sólo un acomodo al interior de la derecha vernácula se está perdiendo el capítulo regional. La excepcionalidad uruguaya hay que guardarla al lado del maracanazo, aunque este último sí existió. La región envalentona a la derecha nacional.
Con este componente de la estrategia de la derecha, los sectores económicos corren a sus intermediarios para la acción política, cuestionando la tan reconocida autonomía relativa de nuestro Estado, para poner freno a la etapa iniciada con el FA. Podemos pensar que apenas hemos tocado las fuentes mas duras de las estructuras económicas que garantizan la desigualdad y la explotación, pero los frenteamplistas no podemos dejar de dar la batalla política con la derecha. Estamos comenzando a sentir el peso de nuestros aciertos y pagaremos caro el olvido de politizar.
El objetivo no es “no perder”: es el buen vivir. Por eso tenemos que cuidarnos también de la tentación de creer que la política es correr carreras de spinning y, por las dudas, andar empujando al de al lado. Andamos tirando contenedores de margaritas a los chanchos.
Pablo Álvarez
(1) Datos tomados del informe de ONSC.