El gobierno uruguayo considera que la destitución de Dilma Rousseff de la presidencia de Brasil es “una profunda injusticia”. Una lástima, che. Esas cosas terribles que pasan a veces, no se sabe cómo ni por qué. Y más dolorosa, todavía, porque la ex presidenta tuvo un destacable rol en el fortalecimiento de “la histórica relación bilateral, que permitió alcanzar una alianza estratégica que ha redundado en beneficio de ambos pueblos”. Y ahora le pasa esto. Una macana.

La tibieza del comunicado oficial del gobierno uruguayo contrasta con los posicionamientos de distintos grupos que integran la coalición de gobierno (incluyendo a la Alianza Progresista, sector en el que forma el canciller Nin Novoa) y con la presencia de dirigentes de la mayoría de los sectores (aunque no de todos) en el acto “en solidaridad con el pueblo de Brasil” que tuvo lugar el miércoles a última hora de la tarde en el local del PIT-CNT. Cuando se escribía esta nota, el Frente Amplio no se había manifestado aún, oficialmente, en torno al asunto, pero en su sitio web ya estaba colgado el mensaje de la cancillería.

Algunos podrán decir que el gobierno se muestra cauto en bien del Mercosur, de las relaciones bilaterales o de la mar en coche, pero no es una presunción muy seria. El Mercosur está pasando uno de los momentos más penosos de su existencia, con varios de sus integrantes empecinados en desconocer la legitimidad de la presidencia en manos de Venezuela (y con Venezuela empecinada en ejercerla como si alguno de los compromisos que pueda asumir en estas condiciones pudiera ser considerado un compromiso efectivo del bloque). Las relaciones con el gobierno de Michel Temer tampoco quedaron en los mejores términos luego de la última visita de José Serra y las posteriores declaraciones (seguidas de un pedido de disculpas) del canciller uruguayo. Si lo que se busca es preservar los vínculos, parece un procedimiento un tanto miope, a estas alturas.

Más sensata parecería la hipótesis de que frente a la destitución de Dilma, como frente a tantas otras cosas, el gobierno y el Frente Amplio no están en condiciones de dar una declaración que sintetice las posiciones, muchas veces enormemente distantes, de los sectores que integran la fuerza política.

La invocación al consenso, tan cara a los frenteamplistas, tiene como correlato una especie de horror a la síntesis, una inclinación a resolver los asuntos por sumatoria o por dilución, ya sea incorporando en palabrería las aspiraciones de todos, ya dejando que cada quien hable por su boca sin comprometer al resto.

El gobierno de Temer tiene planes, y no son planes nuevos. Se propone rescatar la economía brasileña mediante el recurso de privatizar “todo lo que sea posible en materia de infraestructura” (incluyendo aeropuertos y terminales portuarias), reducir los gastos sociales y limitar los controles del Estado sobre Petrobras. También espera conseguir inversión extranjera, al precio de desandar los pasos dados (muchos o pocos) en defensa de los recursos naturales. Pero antes de que se diera este golpe disfrazado de legalidad contra ella, Dilma había aceptado retroceder en sus pretensiones de construcción de la justicia social y había aceptado asociarse con los mismos que terminaron cocinándola. Se puede decir, y es cierto, que el sistema político brasileño es perverso y que hace imposible, de hecho, la gobernabilidad. Pero de todos modos sería bueno tener en cuenta que a la primera de cambio, los mismos intereses de siempre están ahí, prontos para dar el último zarpazo; el que les permita hacerse, de un solo golpe definitivo y brutal, de todo lo que todavía no habían terminado de zamparse. Y no sirve de nada haber sido complaciente, haber tenido cuidado de no irritarlos, haber apelado a su buena conciencia y a sus eventuales reservas morales. A la hora de los bifes, nadie cede privilegios.

La construcción de la unidad es trabajosa y necesaria cuando se tiene claro el enemigo común. El consenso es una herramienta de la unidad, que es, a su vez, una herramienta de la lucha. Negar que contra la voracidad de las multinacionales, contra la violencia estructural, contra la codicia y la impunidad de los poderosos hay que dar batalla es resignarse a ser el próximo plato.

Porque ya se sabe: aunque te inviten a su mesa, no estarán de tu lado.