Está buenísimo que haya campañas contra el tabaquismo y el alcoholismo. Pero, ¿cómo se explica que el bloqueador solar salga más caro que el etiqueta negra, y que familias enteras pasen alegremente en la playa las horas de sol más intenso? Los niños no deciden, y como los efectos son acumulativos, son los que más los sufren, al tener toda una vida para desarrollar cáncer de piel. Detesto que todo esté supercontrolado, pero pienso: si el tabaco se reguló y se llenó de impuestos (costando los cigarros de hoy el triple de lo que saldrían unos hipotéticos Tabaré-less), ¿por qué otros temas se dejan tan a la bartola?

En estos días se intoxicaron cuatro niños en un paseo veraniego de una escuela de Florida. Parece que bebieron, por error, de un recipiente con restos de agroquímicos que quedó tirado en un parque. Todos terminaron en diversos CTI montevideanos. Por suerte, parece que de a poco van saliendo. Más allá de accidentes como este (cuya probabilidad aumenta drásticamente con la naturalización del uso de esos productos para todo), los niños viven comiendo porquerías que les entran más por la propaganda que por la boca. Que yo sepa, ese tipo de publicidad no está limitado. En la escuela aprenden los peligros de fumar mientras terminan de masticar el alfajor o las papas chip que llevaron de merienda. “Comida para niños” es sinónimo de la peor chatarra.

En un país que hace años se hizo famoso por sus medidas reguladoras de la marihuana, se acaban de encontrar, en el este, un montón de ladrillos traídos de Paraguay. Ilegales y, sin duda, bastante más insalubres que lo que se iba a vender en las farmacias. Pero claro, como esa ley nunca se aplicó, siguen los ladrillos y el negocio: mejor y más Mercosur.

Hace poco, un rescatista tuvo que sacar, él solo, a no sé cuánta gente del agua, tras correr 700 metros por la arena, mientras su compañero salvaba a otra persona que había quedado algo apartada. Mucho orgullo por la exitosa temporada, bellos números y gráficos y sonrisas, pero no se nos ocurre usar una ínfima parte de las ganancias para tener más guardavidas y con mejores condiciones de trabajo. ¿Para qué, si así son buenísimos? ¿Al final, los salvó o no los salvó?

En Maldonado, una fiesta privada destruyó médanos en una zona en recuperación. El organismo estatal encargado de cuidar esas cosas, por una vez, hizo oír fuertemente su voz, y el intendente, en una actitud caudillesca, feudal, antirrepublicana y anacrónica, dijo que no aceptaría “que vengan a mandonear de afuera”.

Las inconsistencias les quitan credibilidad a medidas eventualmente positivas. Volviendo al tabaco: lo que al principio era una medida valiente pasó a ser percibido como una especie de manía personal de un presidente con un posgrado en el tema. Inconsistencias siempre habrá, pero debería ser clara y notoria la intención de reducirlas. No lo es.

En todos estos temas hay una parte de “nosotros”, y otra de descontrol estatal y falta de contundencia en las acciones. El ejemplo del cigarro debería servir (siempre pensé que ese sería su papel más importante) como prueba de que algunas cosas que se creían imposibles no lo son. En este contexto de culpas compartidas, tiro un último tema, a la vez más choto y más complejo, y que requeriría una acción inteligente y adaptable de las autoridades. Me preocupa, más que nada, como síntoma de demencia social, pero es molesto de por sí: ¿han notado que cada vez más gente no puede veranear sin escuchar permanentemente música a todo volumen, y pasarse todo el tiempo dale que dale con la bordeadora? Esto va mucho más allá de los jóvenes, a quienes se suele adjudicar la génesis de todos los ruidos. Y, por supuesto, trasciende el verano. Pero es muy frustrante estar todo el año soñando con las vacaciones, lograr bancar a duras penas unos días en un rancho alquilado a precio de isla paradisíaca en un mar de aguas cristalinas, y después darse cuenta de que en realidad se pagó por un curso intensivo de chimpún chimpún y rrrrrrrrrrrrrr.

Sí, hay temas mucho más de fondo; pero son estas pequeñeces generadoras de malhumor las que deciden los cambios de gobierno. Al menos en ese plano, lo que importa no es la temperatura, sino la sensación térmica. Parecería que el Frente Amplio quiere perder la próxima elección, y que el Partido Nacional, por medio de sus gobiernos departamentales, hace lo posible para que eso no ocurra. Tal vez sea tiempo (aunque sea para guardar las apariencias) de aflojarle un poco al faso del poder.