Cuando buscamos “mujer marroquí” en Google Francia, aparecen decenas de páginas de sitios de encuentros amorosos y artículos a favor y en contra de casarse con estas mujeres. Indudablemente, el matrimonio es un tema de importancia crucial para las mujeres en el mundo magrebí. Pero ¿es este el mayor de sus problemas?
Según las cifras de la Alta Comisaría del Reino de Marruecos, en 2014 casi 60% de las mayores de 15 años estaban casadas y tenían dos hijos, aunque la edad promedio superaba los 25 años. En un país en el que religión y Estado son la misma cosa, el matrimonio es concebido como una obligación, una buena obra contra la fornicación. Si bien 3,4% de las mujeres están divorciadas, sólo 2,2% de los hombres están en la misma situación. ¿En qué radica la diferencia? En que los hombres habitualmente se vuelven a casar, mientras que las mujeres divorciadas, y sobre todo las que ya tienen hijos, difícilmente son aceptadas.
Para los marroquíes, las mujeres no sienten deseo sexual. Paradójicamente, sin embargo, es preferible que se casen a edad temprana para no ser objeto de tentación, ya que la mujer decente sigue siendo la mujer virgen. En el caso de los hombres, esto no es problema: se entiende que viven bajo una condición incontrolable de necesidad, aunque ocupados en terminar los estudios; con una alta influencia occidental, ellos prefieren demorar el casamiento. Y eso es algo que se ha vuelto un problema para la mujer.
Conversamos con Hafida, de la Cooperativa Femenina Ajddigue, de Esauira, quien nos explicó que en los casamientos aún se sigue mostrando públicamente la prueba de castidad. Sí, hablamos de la sábana manchada de rojo y de la multitud esperando fuera del cuarto en el que se produce “el acto”. Aunque ella confiesa que, si bien los hombres buscan chicas vírgenes, sabe, de primera mano, de muchas parejas que se arreglan para cortarse un dedo, manchar la sábana y, mientras se baila al son de la hipocresía, dejar la integridad de la mujer impoluta y a la familia festejando en paz.
Por cierto, el castigo para la no observancia de las disposiciones no es únicamente social, sino que está claramente detallado en el artículo 490 del Código Penal, que castiga las relaciones sexuales mantenidas de mutuo acuerdo fuera del matrimonio con entre un mes y un año de prisión.
En cuanto a la educación, y siempre según la Alta Comisaría, 30,5% de las mujeres en la ciudad y más de 60% de las mujeres en el campo son analfabetas. Esas cifras bajan a menos de la mitad para los hombres.
Trabajar para vivir
Según Hafida, los números oficiales son inferiores a los reales: “70% de las mujeres rurales son analfabetas y sólo saben hablar en dialecto”, afirma. En la zona, el porcentaje de comunidades rurales es de 73%, y 23% pertenece a la tribu bereber de los Haba.
Hafida es una mujer de 35 años que terminó su licenciatura en Literatura Árabe en la universidad de Marrakech. Actualmente desempeña dos papeles en la cooperativa: por un lado, ejerce el control de calidad de la producción y diseña su trazabilidad; por otro, es la encargada del programa de alfabetización. “De las 44 mujeres que trabajan en la cooperativa, sólo tres saben leer, y algo escriben. Al resto les enseñamos árabe dialectal [básico], así por lo menos pueden comunicarse a mayor escala y entender los mensajes del gobierno. Los medios han ayudado mucho en este sentido. Ahora las mujeres pueden mirar la tele y entienden mejor”, nos explica.
Las cooperativas de producción de aceite de argán nacieron hace poco menos de 20 años, como una solución para las mujeres del medio rural. Actualmente hay 130 entre la región de Esauira y Agadir. “Antes las mujeres producían en su casa, como podían. Pero desde que surgieron las cooperativas el trabajo se valorizó. Ahora exportamos nuestros productos”, explica Hafida. Las cooperativas fueron creadas con apoyo de créditos extranjeros destinados al empoderamiento de los saberes femeninos o, dicho de otra forma, a la lucha contra la pobreza, cuya principal víctima, tal como lo explica el economista y filósofo indio Amartya Sen, es la mujer.
En el caso de las mujeres de Ajddigue, el dinero vino de un crédito del Estado de Japón, de la asociación canadiense Oxfam-Québec y del reino de Marruecos. Este último ha seguido invirtiendo en el desarrollo de las cooperativas, imponiendo condiciones como la necesidad de tener programas de alfabetización y un control de sanidad.
En Ajddigue, trabajan 44 mujeres, todas vecinas de la zona. El año pasado seis renunciaron a sus puestos para casarse, porque sus maridos prefieren que no trabajen. Es por esa razón que la mayoría de las integrantes de las cooperativas son mujeres viudas o divorciadas. Según Hafida, “las mujeres solas no tienen ayuda del Estado y se ven obligadas a ganarse la vida”. En el caso de las mujeres divorciadas, “la sociedad ha aprendido a respetarlas”, explica. Pero la gran mayoría prefiere soportar una vida de suplicios antes de tomar la decisión de divorciarse, entre otras cosas, porque dependen económicamente de sus maridos.
El valor de la familia en la cultura magrebí es muy importante. De hecho, las mujeres que deciden emanciparse o conformar familias monoparentales suelen ser rechazadas. Por eso, las mujeres solas que encabezan familias suelen ser acogidas por asociaciones que las ayudan a continuar su vida tras ese castigo social.
Viajar por negocios
Nadia tiene 44 años y trabaja haciendo negocios para un inversor de Arabia Saudita. Esta no es la primera vez que visita las cooperativas. Está involucrada en un proyecto de modernización de la producción, que hasta el momento es manual. “Viajamos mucho. Aquí estamos ayudando a mejorar las condiciones de trabajo de las mujeres que trabajan el argán. Pero también tenemos negocios con productores de azafrán y nos dedicamos a nuevos proyectos en el área de la medicina natural”, nos cuenta.
Le preguntamos qué dice su familia de que no se haya casado ni tenga hijos. “Con mi familia ya no tengo relación. A veces me llama una hermana que tengo en París, a veces una tía. Pero siempre me preguntan si finalmente me he casado”, cuenta. En cuanto a su profesión, su familia opina “que hace la puta”. “Incluso los que viven en Europa siguen pensando de la misma manera”, expresa, con aire resignado.
Entre sus aspiraciones a corto plazo, está aprender alemán. “Es una forma de abrir nuevos mercados”, explica. Su jefe saudí no habla ninguna lengua occidental. Nadia es su intérprete y mano derecha. “Él me aprecia porque reconoce que soy una mujer que quiere ganarse la vida”, asegura.
A Nadia le cuesta hablar de su situación familiar, pero es muy abierta para hablar de cualquier otro tema. En sus ojos hay deseo de mundo, pero para viajar fuera del continente precisa que su visa sea aceptada, y eso es cada día más difícil para quienes vienen de un país musulmán.
Aunque vive en la ciudad costera de Casablanca, viaja mucho debido a su trabajo. Algo que no parece simple: en el camino la han detenido varias veces los policías para que explicara cuál es la relación con su jefe. “Yo hablo como saudí, y si me hablan en marroquí, no contesto. La ley ampara a la Policía, pero lo que realmente buscan es coima”, cuenta.
Otro problema se le presenta para resolver alojamiento. En cada ciudad en la que hacen escala tienen problemas para alojarse, ya que la ley prohíbe alquilar un apartamento a personas no casadas. “La solución es alojarnos separados o conseguir a un intermediario que nos alquile”, dice.
Los proyectos de apropiación y explotación de los saberes femeninos se reproducen en el mundo. Es el caso de las asociaciones de mujeres afrochocoanas en Colombia, de la organización de las mujeres de Babassu en el Amazonas y de las tejedoras de Valentín en Salto. La conciencia y la necesidad de sobrevivir pesan como piedras sobre el cuerpo de las mujeres, pero cuando se las ve sonreir pese al cansancio, parecen decir “vivir sólo cuesta vida”.
Valentina Viettro
A fuerza de sangre
El argán es una planta que da un fruto semejante a una aceituna verde que se reproduce de forma endémica en el suroeste de Marruecos. A finales de junio, los locales realizan la colecta, que luego venden a las cooperativas. La elaboración de productos a base de argán tiene una historia milenaria en la zona, y la forma de producción ha variado poco hasta el presente. El primer paso es romper el cascarón que envuelve el fruto. Esa primera piel que se le retira es utilizada como alimento para los animales. Un segundo cascarón, más duro, es quitado en el mismo proceso. Las mujeres se valen de piedras -una grande de base y otra más pequeña- con las que golpean el fruto. Aprenden el procedimiento de pequeñas, y eso les ayuda a evitar los accidentes, porque la cáscara del argán es 16 veces más dura que la de una nuez y es fácil golpearse las manos en el intento de romperla. Luego de separadas las cáscaras del fruto, este se guarda en canastas en un lugar aireado y seco, protegido de la luz, a temperatura ambiente y lejos de los rayos del sol. Luego se lo pasa por un molino de piedra con un brazo de madera que se activa manualmente, para prensarlo. Poco a poco va saliendo una pasta de color marrón oscuro. La pasta cae en un cuenco, de donde se la saca para amasarla a mano con un poco de agua tibia, hasta que se consigue extraer el aceite de argán. Todo el proceso se realiza en frío, para conversar los valores de la materia. En las cooperativas, las mujeres trabajan de ocho a nueve horas diarias, pero se les paga por el resultado de su producción, independientemente del tiempo que les haya insumido obtenerla. Eso quiere decir que su sueldo depende de la cantidad de frutos que logran procesar. El kilo de pepitas de argán se paga a 2,5 dólares. A pesar de lo duro de este trabajo, las mujeres generan dinámicas para divertirse, como competir para ver quién llega primera al kilo o intercalar descansos en los que comparten música y danza. Los conocimientos, las técnicas y las prácticas vinculados al argán fueron declarados patrimonio cultural inmaterial de la humanidad por la Unesco, el 27 de noviembre de 2014.