¿Qué lugar ocupa la clase social en las teorías de lo raro? ¿Lo social se ve afectado por mi sexualidad? La literatura queer rioplatense, ¿qué parte prefiere relatar? ¿Qué me dirían Perlongher, Puig, Noy o nuestro chileno Lemebel sobre esto? ¿Dónde aparecen los putos pobres en las teorías europeas en las que nos formamos sobre lo diverso?

En algún momento eso había entrado en discusiones con colegas, con amigos, conmigo mismo, pero hasta ahora no se me había presentado de forma tan clara y tan intrigante. Quizá en el momento de mi vida en que empecé a leer de modo voraz la literatura “gay” actual no tenía un panorama algo acabado para comparar a unos y otros, los enfoques que cada uno hacía del papel del “raro” dentro de un sistema de clases y dentro de una ciudad agresiva que alojaba a una sociedad posmoderna, capitalista, irremediablemente clasista. Aquellas teorías que había leído y que tenía claras y seguras, acomodadas en el mismo estante, se me habían hecho mil pedazos y ahora cada arista de esos textos abandonaba lo simplemente gay para meterse en otros líos. ¿Simplemente gay? ¿En qué estaba pensando? Quizá unas últimas lecturas y aspectos de la vida me pusieron otros lentes. Porque la literatura pasa por el cuerpo tanto como el sexo, y no es lo mismo leer un libro acostado en soledad que después de haber salido de una orgía, y no es lo mismo haber leído el libro en Ciudad Vieja que en Pocitos Nuevo. A partir de todo esto que circulo entre la biblioteca y las teclas, y me pregunto por la literatura queer pos 2000, por las heridas de la generación que pasó los 90 como pudo, por las clases sociales y la condición sexual, por el hambre y la pija, por el yiro y la torta. Me pregunto por nosotros.

Reírme más

En 2005 aparece el primer disco formal de alguien que, desde la última década del milenio pasado, venía sonando como un nombre insinuante pero que cobraba fuerza, como un fantasma que todos sospechaban pero que pocos habían visto. Se hablaba de él en la poesía, en las artes plásticas, en la música, se le daban premios, comenzaba a salir del ropero.

Dani Umpi sacaba su disco Perfecto, y el gesto se volvió axial en Montevideo. Con Umpi sonando y mostrándose, comenzando lentamente a abandonar el under y acercándose con curiosidad y cariño al mass media en ambas márgenes del río, una generación ve realizado un sueño utópico gestado en la segunda mitad de los 90. Una marica rara se vuelve revelación del arte y la fiesta. Vestido y peinado de maneras excéntricas, con su voz y posturas delicadas, un chico queer de nostalgias ochenteras creaba y mostraba la estética de lo propiamente “raro”.

Alguien que circulaba en poemas metidos en sobres y en discos pirateados cantando versiones electropop de temas de Darnauchans y Los Olimareños, con voz aflautada e inflexiones femeninas, y que había publicado un par de novelas de estética kitsch en Buenos Aires, ahora se plantaba en las radios con samplers y bases gay, con sonidos bailables, mezclando el pop con una herencia setentosa de Rafaela Carrá cuando decía cosas como “¿qué pasó con lo que yo soñé? / las vacaciones que planeé a tu lado / bronceados al ritmo del viento”.

Umpi consolida con su imagen y su obra una estética gay esperada, la de maricas felices. Se cierra y se entierra el fantasma gay de los 80 y 90, empieza la marica 2000, que baila al ritmo de las preocupaciones nimias, de las roturas amorosas nostálgicas desde lo práctico y lo frívolo: “Tus amigos me odian / los míos piensan que sos lo peor / y yo me pasé de Mulán a Pocahontas”. Figuras clásicas de la década anterior de Disney, como Mulán y Pocahontas, se mezclan en sus canciones y se crea el aura de lo infantil, el elogio de la inmadurez, se renueva la estética marica, se muestra, se baila, se despreocupa de todo. Ahora se mira para adelante: “No hay nostalgia en tu discurso / hablás sólo del futuro que vendrá”.

Algo de esto ya había propuesto Umpi en sus novelas Aún soltera (2003) y Miss Tacuarembó(2004), ambas publicadas originalmente en Buenos Aires, pero su literatura tardará unos años más, pocos, en aparecer como algo establecido, crecido, propio y dueño de un estilo “Umpi”.

En ese mismo disco aparece dicho por el multifacético un poema de Esteban García bajo el título de “California (que el cielo existe)”. El poema funciona como una especie de mantra u oración de buenos deseos, de aquellos objetivos que debieran realizarse para la construcción de un “ser” feliz. El texto consolida un símbolo del deseo posmoderno, de una sociedad consumista que, además, ha atravesado una crisis material agria (2001-2002) que la ha dejado con mucho por realizarse. La estética de la imagen es fundamental, aun en literatura y en música, y Umpi encarna él mismo, poniendo su cuerpo, ese camino de lo estético. Ser, parecer, mostrar.

El poema, del mismo modo, incorpora otro factor fundamental para la sociedad y para el “ser” posmoderno, el tener: “Que la comida sea sabrosa y abundante / que los amigos sean divertidos / que la cama sea blanda / que los espejos sean grandes / que haya blueberries y helado de postre [...] que la billetera esté hinchada [...] que salgas de compras en países extranjeros / que la heladera esté colmada / que la piel sea suave, oscura y olorosa / que el fin de semana haya una megafiesta / que esté él / que la ropa sea nueva y esté de moda”. El poema de García, como podemos ver, expresa todos los deseos de una clase media que anhela los “placeres” de la clase alta. El mantra de deseos es, en realidad, una oración que invoca la posesión de los objetos. Lo que Heidegger llamaría una existencia inauténtica en un ser que es en función de aquello que se le hace creer como imprescindible aparece como “padrenuestro” gay en el disco de Dani Umpi. El disco consolida no solamente una estética sino que además construye una forma de ser gay, de pertenecer a “lo gay”, una “clase gay” que pone en el mismo lugar la clase media con la forma de la sexualidad. Lo bronceado, las vacaciones, las fiestas, la cama blanda, la billetera hinchada, el pop, las noches, las luces, el helado de postre, son los deseos de la estética gay, el mantra queer que establece Perfecto.

De alguna manera, esta forma que presentó el gesto de Umpi y que simboliza un “modo” de construirse diferente representa una salida del closet, una liberación de la apariencia, una renovación del concepto de la rareza. Sin embargo, se trata de una rareza que se propone salir del closet por el lado del sistema. Es el concepto de “diversidad” aliado a aquello que el sistema plantea como necesario. “Salir” para pertenecer. Se deconstruye ese concepto de diverso y aquel “hablo por mi diferencia” que propone la estética/ética de Pedro Lemebel se convierte en un “hablo, canto, bailo, por mi pertenencia”. No se trata ya del orgullo por la extrañeza, sino que se trata del orgullo por la igualdad. De este modo, cierta literatura marica habrá de crear y creer esa consolidación de la igualdad.

En su “Manifiesto” (1986), Lemebel dice: “Hablo por mi diferencia / defiendo lo que soy / y no soy tan raro / me apesta la injusticia / y sospecho de esta cueca democrática / pero no me hable del proletariado / porque ser pobre y maricón es peor”. La diferencia queda establecida. El maricón de Lemebel se mantiene al margen, y su espacio de “no rareza” es el deseo compartido por el cambio, por la destrucción de lo injusto. Aparece la política, la sospecha, el compromiso. En la nueva era, en esa era “Umpi”, todo eso está diluido; si hay una lucha no es explícita, si hay una preocupación es por lo aparente, si “ser pobre y maricón es peor” es porque la billetera no está hinchada y no hay megafiestas ni helado de postre. El marica de la literatura pos 2000 tiene otros deseos, sus manifiestos son otros; lo que quiere, parafraseando a Leo García (colega estético de Dani Umpi), es “reírse más”.

La vida Soho

En 2014 se publica la obra Cordón Soho, de Natalia Mardero. La novela corta, en ese momento, suscita un pequeño revuelo en una serie de artículos que discuten esa forma “otra” de ver la ciudad. Más allá de que los artículos también discuten la forma estilística que la autora elige para su texto, es interesante ver cómo la literatura de Mardero y la de Umpi se parecen (así como mucha de la literatura “juvenil” urbana pos 90) en dejar de lado la profundidad del lenguaje, la complejidad de la forma narrativa, y prestar atención a retratar con detalle una ciudad, una generación, un modo de vida. A eso llamo yo el “realismo plano”, robando términos de la plástica. Con un enorme poder de observación (envidiable en algunos casos), la narrativa se despoja de las mieles de lo poético para retratar una realidad sin prodigios ni giros complejos. Retrata, en realidad, una clase del mundo “raro”.

En una nota realizada el 11 de noviembre de 2014 para El Espectador, en el programa Suena tremendo, la autora comenta, acerca de la sexualidad de sus personajes, que no es un problema para ellos, que la llevan sin cuestionamientos. Claro, es que el ambiente que crean las novelas de Umpi como la de Mardero proponen una atmósfera donde es muy probable que la sexualidad no sea un problema: jóvenes universitarios, que se mueven en submundos gay, en general de clase media o media alta, usuarios de drogas caras -y en forma medida-, cuyas vidas y preocupaciones, tal como vimos anteriormente, se basan en cuestiones ya muy manidas de la estética burguesa; la soledad de los que tienen, los choques amorosos de los jóvenes indecisos, los amores contrariados “porque sí”. Entonces, la sexualidad se vuelve o bien algo cotidiano que nadie pregunta (¿qué chico de ambiente gay cuya cabeza está embarullada por el sonido de la música electrónica, un saque, y sus ideas de amor adolescente y burgués va a tener la intención de cuestionarse a sí mismo?), o bien aparece como un flirteo histérico de chicos snob para quienes estar con uno y otro no es más que un juego del deseo momentáneo. Nuevamente, con la sexualidad se dibuja una clase.

En las novelas Sólo te quiero como amigo y Un poquito tarada, y en los cuentos de ¿A quién quiero engañar?, Umpi retrata de manera más que clara esa idiosincrasia particular de un sector de lo queer. Las veces en que la realidad “otra” se introduce, se hace desde “lo pintoresco”, aunque nunca mostrando su lado más crudo. De alguna manera, el mundo queer que proponen estas áreas de las estéticas de la primera década del 2000 está solucionado.

José Arenas.