Por estos días, en la plaza Independencia y la peatonal Sarandí se escuchan más voces extranjeras que locales. Cámara y celular en mano, los turistas se fascinan posando frente a la Puerta de la Ciudadela, el monumento a José Artigas sobre el mausoleo o con cualquier fondo, como puede ser una pareja bailando tango o una estatua viviente que simula ser un agricultor.

Una buena porción de los que paseaban ayer de tarde había llegado en un crucero que había ido hasta Búzios pasando por Río de Janeiro e incluía la tarde en Montevideo, para continuar luego rumbo a Buenos Aires.

Ana Rosa y Jorge estaban sentados en la fuente que está sobre la peatonal Sarandí, frente a Bacacay. También habían llegado en el crucero Costa Pacífica; ella es de Santa Fe y él de Corrientes. No conocían Montevideo y se llevaron una linda impresión, aunque advirtieron que el tiempo para esa evaluación era escaso. El Costa Pacífica también había traído a Teresita, Rafael y sus hijos, desde Córdoba. Teresita había estado 30 años atrás; ayer recorrió la costanera y saludó que estaba “muy limpita”; uno de sus hijos, con calor y ya sin la remera puesta, contó que se quedó con ganas de ir a Pocitos.

Había brasileños que también habían bajado del Costa Pacífica, como Tatiana, de Brasilia, que era la que posaba ante su cámara con la pareja que bailaba tango en plena plaza Matriz como fondo. De sombrero y con un lápiz de labio color fucsia, respondió: “Montevideo, ahhh, es lindo, me encanta mucho”. Paulo y Rayff, de Goiânia, estaban sentados sacándose fotos en el mausoleo, hasta que un guardia fue a decirles que sólo podían permanecer sentados mientras se sacaban fotos. Sin problema, se pararon; estaban conociendo Montevideo: “É legal, bonito”, aseguró ella, y exclamó que volvería, “com certeza”.

Otros habían venido de Brasil por cuenta propia. Un muchacho contó que llegó en avión cuatro días atrás, para pasar el año nuevo, y que se quedaría hasta mañana. Era su primera vez en Montevideo, y la visita respondía a una recomendación de su madre: “Me encantó el teatro, también los mercados, la comida, el asado”, enumeró. Todavía no había ido a bailar, pero de noche iría a Fun Fun.

Otras tres jóvenes venían de Minas Gerais, Belo Horizonte. Ya hacía algunos días que estaban en Uruguay; habían llegado a Montevideo, donde pasaron la Navidad, luego fueron a Punta del Este y a Punta del Diablo, y ayer se aprestaban a retornar a su ciudad. Habían llegado por la referencia “de que Punta del Diablo era más o menos como las playas de Brasil”. ¿Y, es parecido? “Sí, un poco, sólo que de noche hay mucho viento, es más frío, solamente eso, pero las personas son muy guapas, muy gentiles, fue muy bueno”, respondió Silvânia.

Sentado en un banco, un hombre pidió también para opinar. Ricardo. Es uruguayo, pero hace más de 30 años que se fue, para vivir cuatro años en París y luego radicarse en Vancouver, Canadá. Había venido a visitar a su familia, con su hija y su esposa, que es mexicana. Comentó que Uruguay está muy caro; aseguró que los precios son los mismos que en Canadá, con la salvedad de que acá se gana cerca de la mitad de lo que se cobra allá. Parecía añorar el modo de vida de Uruguay. “Uruguay tiene una cosa que no existe en ningún lado, que es el amigo por defecto: a ti te presentan a alguien y sos amigo, el tipo tiene que hacer algo muy malo para que dejes de ser su amigo. Estamos abiertos a la amistad y a la vida en común; en otros lados son muchísimo más reservados a darte entrada. Acá te invitan a un asado, y seguro que en el asado alguien te invita a otro asado; la gente es muy hospitalaria, es una de las razones por la que viene gente de otros lados”, evaluó.