“El sector público es lento y hace mal las cosas; el sector privado es mucho más eficiente”. “En Noruega te matan a impuestos, pero los servicios son otra cosa”. Frases como estas se pueden escuchar tanto en discursos de expertos como de cualquier ciudadano en la calle. El mito es que el sector público brinda servicios de baja calidad y, para peor, caros, mientras que el sector privado se orienta a satisfacer al cliente. En definitiva, hay que dejar espacio a los que hacen las cosas bien.

Existen varias oportunidades para que el sector público aprenda de sí mismo más que de las empresas privadas. Pero esto no viene dado, pues requiere inversiones, investigación, difusión, capacitación y creatividad, y, en el costado más oscuro, romper con prácticas burocráticas arraigadas. En cualquier caso, resulta importante desmitificar a “los eficientes” y los “ineficientes” revalorizando al sector público como instrumento para proveer servicios de calidad.

La discusión sobre la calidad de los servicios públicos ha estado muy asociada a las reformas de la gestión pública, particularmente a partir de la década de 1990. Las concepciones sobre el sector público son múltiples, pero se relacionan con un mayor foco en el ciudadano como cliente o consumidor, la tercerización de servicios o la desburocratización de la gestión. La receta para el sector público ha sido la de aprender lo máximo posible de las empresas privadas, incorporando sus prácticas. Una suerte de sinergia conceptual en la que ambos mundos deberían empezar a parecerse más, rompiendo las cadenas de la burocracia que todo lo enlentece.

Desde hace un tiempo intento poner este paradigma a prueba cada vez que hago una compra, un trámite o un contrato de servicio. Lo cierto es que cuando trato de evaluar la calidad de los servicios que recibo de uno y otro, llego a la misma conclusión que un comentarista cuando ve la repetición de una jugada en offside cinco veces: deja dudas.

Algunos ejemplos de la vida real. No había caso con la administradora, privada, del edificio en el que vivía hasta hace un mes. Cada vez que se rompían cosas importantes, como el ascensor o la bomba de agua, era un drama. Nos daban largas: que el tema era “complicado”, que se precisa traer a alguien que haga un presupuesto pero mañana es domingo y pasado feriado. Todo el edificio estuvo sin agua durante dos o tres días, y la solución parcial llegó por los propios vecinos organizados (siempre hay un free rider en el edificio, para qué negarlo) más que por la administradora –privada–. Digresión: uno no conoce el poder de los monopolios privados hasta que se ve envuelto en uno. ¡Qué mercado seguro el de las administradoras de edificios, eso sí que es tener un público cautivo!

Dos días después, llamamos a la Intendencia de Montevideo para deshacernos de algunas cosas que en la mudanza no íbamos a llevar. Me atendieron muy bien y, tal como me dijeron, esa misma noche las pasaron a buscar, sin costo y sin ninguna complicación de esperas ni papeleo.

Otra escena de la vida real. Voy a un banco –privado– para hacer un trámite sencillo. Me tuve que ir porque luego de casi dos horas los ejecutivos de cuenta habían atendido a cuatro o cinco personas. La cara larga no era sólo mía, obviamente, sino de otros varios clientes que quizá le dijeron a su jefe: “Vengo en diez minutos que tengo que hacer un trámite en el banco privado tal”.

Tenía que ir a Antel para cancelar mi número de teléfono fijo. Hice la reserva online y en un máximo de diez minutos estaba afuera con mi tema solucionado.

Los ejemplos que pongo son muy pequeños y, sin duda, no representativos de una realidad más compleja, pero reflejan que la calidad de los servicios no está dada necesariamente por el tipo de prestador. Se suele argumentar que si el sector privado es ineficiente o si no cumple con las expectativas, a la larga, quebrará, mientras que otras empresas con las que compite le arrebatarán sus clientes. Ello puede ser válido para algunos casos. Por ejemplo, si no me gustó la última parrillada a la que fui, no volveré ni le recomendaré a nadie que vaya, pero en otros casos cambiar de edificio o de banco no es tan sencillo. Claro que siempre se puede presentar alguna queja, pero esto rara vez tiene efecto. Por otra parte, más allá de “tu opinión nos importa”, me pregunto en qué medida algunas empresas privadas efectivamente reproducen prácticas superiores a las del Estado, en particular las más grandes, cuyos servicios no tienen una opción de salida sencilla (bancos, operadores de cable, seguros, prestadores de salud, etcétera).

Estas líneas no son una “oda al sector público”, que está lleno de ejemplos de mal funcionamiento e irracionalidad. También es cierto que la mala calidad de los servicios, cuando ocurre en el marco del sector público, puede vulnerar derechos de forma más directa que una mala o lenta atención en un banco.

Sin embargo, lo que no me queda tan claro es que la calidad de los servicios que recibimos del sector privado sea siempre mejor que la del tan castigado sector público. A su vez, otra interesante discusión es si la provisión por parte de privados es efectivamente más eficiente en términos de costos. Las notas de Fernando Esponda (1) y de Sebastián Fleitas (2) en el blog www.razonesypersonas.com nos hacen al menos reflexionar sobre eso para el caso de las iniciativas de participación público-privada y el Fondo Nacional de Salud, respectivamente.

Mi punto no es que el sector público debería cubrir todo tipo de servicios, ni tampoco que no haya nada que pueda importarse desde las prácticas empresariales. Sucede que los casos exitosos o destacados del sector público no suelen ser objeto de estudio y, mucho menos, de difusión pública. ¿Cuánto saben los propios funcionarios públicos de cosas que ellos mismos hacen bien? ¿Cuánto sabemos de buenas prácticas en el sector público? ¿Cuánto puede enseñarle el sector público al privado sobre buena gestión?

(1). http://www.razonesypersonas.com/ 2017/05/el-fantasma-del-estado-ineficiente.html.

(2). http://www.razonesypersonas.com /2017/08/regulacion-del-fonasa-sin-fines-de-lucro.html.

Alejandro Milanesi

Una versión previa de esta nota fue publicada en Razones y personas.