En aquella época, la Federación Obrera Regional Argentina y la Federación Obrera Regional Uruguaya, de una importante trayectoria revolucionaria, no se encontraban en su mejor momento. Sin embargo, el triunfo de la Revolución Rusa creó fuertes expectativas en un movimiento que buscaba una salida revolucionaria ante el alto incremento del costo de vida. Desde un comienzo, el periódico anarquista La Batalla, de Montevideo, se hizo eco de la revolución y pretendió darle una aplicación a la realidad local. En Argentina, el periódico anarquista La Rebelión, de Rosario, fue el vocero del maximalismo ruso en el anarquismo argentino.

Hacia fines de 1917, Montevideo vivía un clima represivo. Como en Argentina lo hizo La Rebelión –y, a partir de 1919, Bandera Roja–, desde La Batalla se insistía en la necesidad de tener un programa revolucionario común, que sirviera de orientación al accionar revolucionario. Y planteaba la necesidad de planificación y preparación de una minoría revolucionaria que condujera el proceso.

A fines de 1917, ya se consolidaba el núcleo duro de la tendencia anarquista que apoyaría e impulsaría la Revolución Rusa y su necesaria aplicación en el medio local, con la pretensión de revisar ciertos postulados teóricos del anarquismo, para aceptar así, transitoriamente, una dictadura proletaria ejercida desde los gremios obreros para vencer por la fuerza al sistema imperante. Se constituyó el grupo Rusia Libre con dicha finalidad y La Batalla se convirtió en el principal órgano de propaganda local a favor de la Revolución Rusa. El Centro de Estudios Sociales del Paso Molino y la Sociedad de Resistencia de Picapedreros y Anexos que allí sesionaba hicieron causa común con ambos grupos. Paralelamente, se vivía en la región un aumento en la organización de los obreros de nacionalidad rusa, que por el manejo del idioma y su cercanía con las tierras revolucionarias parecían convertirse en los nuevos representantes de la revolución. Estos colectivos comenzaron una serie de conferencias por los barrios, en teatros y plazas, e hicieron actividades de financiamiento en conjunto con La Batalla y el Centro de Estudios del Paso Molino.

María Collazo, Juan Llorca, Joaquín Hucha y Fernando Robaina fueron algunos de los activos y destacados militantes con una larga y aguerrida trayectoria en el movimiento que comenzaron a replantear algunos aspectos teóricos del anarquismo y la necesidad de adoptar ciertas prácticas efectivas del maximalismo ruso para garantizar la revolución en el Plata. Por el otro lado, desde el periódico El Hombre y el Centro de Estudios Sociales Labor y Ciencia, ubicado en la calle La Paz, cuestionaban la efectividad de una dictadura proletaria como un atajo a la sociedad anarquista. En Buenos Aires el panorama era similar. Se discutía el alcance de la Revolución Rusa, aunque entre 1917 y 1919 los principales referentes anarquistas parecían apoyarla.

La potencialidad revolucionaria

La chispa revolucionaria encendida en Rusia corrió rápidamente por toda Europa y no tardó en llegar al Río de la Plata, para potenciar una situación que ya era explosiva. Para los anarquistas, la Revolución Rusa no era más que el comienzo, la señal de que la hora de la revolución social había llegado y sólo era cuestión de arrebatarles el poder a las burguesías locales.

Al poco tiempo, la ola roja sacudió Montevideo. En agosto de 1918 se produjo una violenta huelga general, conocida como la “semana roja de Montevideo”: piquetes, tiroteos, tranvías incendiados, locales allanados, infinidad de huelguistas detenidos, explosión de petardos de dinamita y diversidad de sabotajes en distintos puntos de la ciudad. Se levantaron barricadas sobre la principal avenida de la ciudad. Hubo al menos cuatro huelguistas muertos por balas policiales y dos policías muertos bajo el fuego de los huelguistas.

En noviembre de 1918, una agrupación propuso crear el soviet de Uruguay, para encaminar definitivamente la revolución social. Desde La Batalla se celebraba la iniciativa, mientras que desde el El Hombre se la condenaba. Las reuniones secretas, las conspiraciones y las alianzas estaban al orden del día.

El 19 de diciembre se hizo una asamblea en el Centro Internacional de Estudios Sociales, a la que concurrieron unos 200 delegados obreros. Celestino Mibelli, Francisco Carreño, María Collazo, Líber Troitiño, Juan Moya, Pascual Minotti, los principales referentes obreros, anarquistas y socialistas, se congregaron para discutir un plan de agitación común. Allí se acordó que no alcanzaría con las reformas sociales, que sería necesario vencer el capitalismo e implantar un régimen como el de Rusia. Se conformó un comité de nueve miembros: tres anarquistas, tres socialistas y tres sindicalistas.

En una conferencia organizada en la plaza Independencia dos días después de conformado el comité, la Policía irrumpió violentamente y apaleó al público y a los oradores. En los días siguientes se desató una represión total sobre el movimiento local, bajo la acusación de haber desbaratado un complot terrorista ruso y la conformación de soviets secretos. Se hizo una detención masiva de militantes; se allanaron los periódicos La Batalla, El Hombre y La Acción Obrera; se deportó a varios obreros de nacionalidad rusa; se allanó el local del Centro Anarquista Cultura.

Si la situación era tensa en Uruguay, al otro lado del río era explosiva. En Rosario, una huelga de policías buscaba el apoyo de la Federación Obrera Local, de tendencia anarquista, y se comprometió a intervenir en los conflictos entre el capital y el trabajo. Por si esto fuera poco, la huelga de metalúrgicos de los talleres Vasena, en el barrio Pompeya de Buenos Aires, desembocó en la mayor huelga general insurreccional que se hubiese producido hasta esa fecha en Argentina, lo que derivó en un acelerado espiral de violencia entre los huelguistas y los rompehuelgas que involucró a todo el barrio. La feroz represión desembocó en una huelga general salvaje durante la segunda semana de enero, en la que se contaron entre 400 y 700 muertos ante un poder policial desbordado e incapaz de contener la arremetida obrera.

Pero los movimientos más grandes fueron sin duda los del Chaco y la Patagonia. Fueron estos los estallidos revolucionarios más importantes que la Revolución Rusa potenció. Sin embargo, la efervescencia revolucionaria no duró mucho tiempo más y las energías parecieron consumirse en la consolidación de tendencias ideológicas diferenciadas.

La división obrera

Las simpatías de los anarquistas por la Revolución Rusa se iban matizando con el paso del tiempo, pero 1921 marcó un punto de inflexión. Las noticias llegadas desde Rusia fueron decisivas. Los rumores sobre la represión a los anarquistas ucranianos, la represión de los marinos de Kronstadt, el encarcelamiento de anarquistas presos y los fusilamientos estaban definiendo las posiciones de un bando y otro.

En Argentina, dentro de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) del V Congreso, desde enero de 1919 predominaban los anarquistas, que simpatizaban con la dictadura proletaria como metodología revolucionaria para instaurar el comunismo. En setiembre de 1920, la FORA hizo un congreso extraordinario, en el que cambió su denominación por FORA Comunista, incluyó en su logo una hoz y un martillo, y adhirió a la Internacional Roja, fundada en Moscú en marzo de 1919.

El periódico La Antorcha comenzó a polemizar con la dictadura comunista desde sus primeras ediciones, en 1921. El diario La Protesta lo hizo algún tiempo después. Se conformó así un importante bloque de anarquistas opuestos a dicha prédica.

En Montevideo, varios de los anarquistas más destacados de la propaganda obrera montevideana predicaron en las tribunas obreras la necesidad de ir hacia una dictadura proletaria como transición luego de realizada la revolución para encaminarse definitivamente a la anarquía.

En junio de 1921, el Consejo Federal se reunió con varios de los oradores y resolvieron que la propaganda a favor de la dictadura del proletariado iba en contra del artículo 6º del Pacto Federal, que sentenciaba que la organización obrera era “distinta y opuesta a toda organización política”.

A raíz de estas polémicas, la Sociedad de Picapedreros de Montevideo se separó de la Federación, y se inició así el proceso de ruptura. El Sindicato Único de la Aguja y el Sindicato de Artes Gráficas los secundaron momentos después. La Revolución Rusa se atravesaba como una lanza en el movimiento obrero local. Esto provocó un efecto dominó. En pocos meses, varios gremios se separaron de la Federación: la Sociedad de Picapedreros de La Paz y todas las secciones adheridas a la Federación Sudamericana de Picapedreros, Obreros Electricistas, Marmoleros y Anexos, Pedregulleros Unidos de La Paz, la Federación de los Frigoríficos, Conductores de Vehículos de Carga y Yeseros.

El 13 de diciembre ambas partes se reunieron y nuevamente las discusiones se alargaron hasta la madrugada. Se constituyó un nuevo Consejo Federal con los pocos gremios que permanecían, todos a favor de la dictadura proletaria. Este federal no fue reconocido por los otros gremios, quienes retiraron los útiles y sellos del local del Centro Internacional e instalaron la secretaría en el local del sindicato del automóvil.

El proceso de división obrera iniciado en 1921 con la prohibición de la propaganda a favor de la dictadura proletaria culminó entre el 19 y el 23 de setiembre de 1923 con el congreso obrero que fundó la Unión Sindical Uruguaya. La nueva unión sindical quedó formada por una clara mayoría anarco-sindicalista y una minoría comunista partidaria.

En definitiva, la puesta en práctica de una revolución social como la vivida en Rusia cuestionó varios aspectos teóricos del anarquismo regional, mayoritario en el movimiento obrero de la época. La necesidad de articular una minoría revolucionaria que liderara el proceso de ruptura con el sistema capitalista imperante y la aceptación de ciertas formas de dominación por medio de una dictadura obrera chocaron fuertemente con la tradición anarquista de la región y se consolidó una división que atravesó todos los gremios obreros y todas las agrupaciones anarquistas del período.