Batar es una fundación sin fines de lucro que está formada por padres de niños con epilepsia refractaria –enfermedad que no responde al tratamiento farmacológico– y síndrome de West –una encefalopatía epiléptica que en general aparece antes del año de vida–. Tiene como objetivos el “apoyo y acompañamiento profesional para los integrantes y su entorno familiar”, la realización de “talleres de estimulación” (musicoterapia, pintura, danza, etcétera), y que se logre la habilitación legal del aceite de cannabis medicinal. Fue sobre esto último que versó la charla organizada por esa fundación el viernes de tarde en el Sindicato Médico del Uruguay.

La doctora Julia Galzerano fue la encargada de la apertura de las exposiciones. Hizo un breve repaso de las características básicas de la planta de cannabis –tiene hasta 500 químicos diferentes, aunque su principales compuestos, como se sabe, son el THC y el CBD– y subrayó que el registro más antiguo que existe sobre su uso medicinal data de 4.000 años atrás. Explicó que el cannabis no funciona como medicina porque sea “mágico”, “de la tierra” o esté cultivado “con buena voluntad”, sino porque actúa en el sistema endocannabinoide (SEC), “que se descubrió hace menos de 20 años”. Es un sistema de “comunicación intercelular” de “neuromodulación” con receptores sinápticos que se encuentran también en el sistema inmune, en el sistema digestivo, en la piel y en el sistema óseo, y “por eso se puede usar para el tratamiento de varias enfermedades”, sostuvo la especialista. Agregó que los receptores de cannabinoide “modulan procesos fisiológicos complejos” y que el papel principal del SEC es “regular la homeostasis de organismos y restaurar el equilibrio endógeno”.

Galzerano destacó que el THC –componente psicoactivo– puede servir como analgésico, antiinflamatorio y antiespasmódico, entre otras propiedades farmacológicas. No obstante, señaló que, “como todos los medicamentos” tiene efectos adversos, que dependen de la dosis suministrada. Entre otros, mencionó la ansiedad, la depresión y la pérdida de memoria (cuando se lo consume en dosis altas). De todos modos, subrayó que se puede decir “con propiedad” que “no hay ningún caso de muerte por consumo de cannabis en el mundo”. Con respecto al CBD –componente no psicoactivo–, la doctora dijo que es el que la gente “más asocia a lo medicinal”, pero en realidad un componente potencia al otro. El CBD sirve como antoconvulsivante, ansiolítico y también como antiemético, es decir, para calmar los vómitos; por tal motivo, pueden usarlo personas que reciben tratamiento de quimioterapia.

Así las cosas, la especialista dijo que entre las enfermedades “potencialmente tratables” con cannabis se encuentran la esclerosis múltiple, la epilepsia refractaria, la anorexia, la caquexia, la fibromialgia, la enfermedad de Parkinson y de Alzheimer, y que tiene utilidad en tratamientos de “reducción de daños” en usuarios de otras drogas, como cocaína y pasta base. También subrayó que sirve para “estados terminales”, porque “mejora la calidad de vida, hace que la gente pueda dormir, comer y que esté más contenta”.

Luego la doctora mencionó el Decreto 46/015, de febrero de 2015, que reglamenta la Ley 19.172, de control y regulación del cannabis, que establece que se permite el cultivo y la comercialización de cannabis para ser destinado “a la investigación científica, o a la elaboración de Especialidades Vegetales o Especialidades Farmacéuticas para uso medicinal”. Sin embargo, Galzerano subrayó que en la actualidad sólo se puede acceder a cannabis medicinal mediante la importación, pero no porque no haya producción local, sino porque no está regulada. Aseguró que los trámites en el Instituto de Regulación y Control del Cannabis (Ircca) “son complicados” y “salen mucho dinero”, y quienes producen el cannabis medicinal no cuentan con “el respaldo de un laboratorio”, pero están tratando de que todos den los pasos regulatorios y que estos, además, “sean mucho más accesibles”.

La especialista remarcó que se debe cumplir con la regulación para asegurarse de que los productos sean “de la máxima calidad posible”. Contó que hay pacientes que le dicen “yo ya estoy tomando y me va bárbaro”, pero no saben qué componentes tiene el aceite de cannabis que consumen o de qué tipo de planta se extrajo. Explicó que los preparados que la gente suele conseguir pueden ser extractos, resinas, aceites, tinturas, jugos o cremas, y que los médicos prefieren que el cannabis no se consuma como alimento, ya que hay pacientes que de repente hacen galletas con marihuana sin saber exactamente qué cantidad tiene, y además, como por esa vía el resultado demora más, puede traer efectos no deseados. “Hemos tenido consultas en las que nos dicen: ‘Mirá, se comió tres bizcochos con cannabis y no se puede parar’. Después le preguntás a la señora y te dice que estaban tan ricos que se comió siete. Entonces, no es lo mismo”, explicó Galzerano, y agregó que las dosis a suministrar dependen del tipo de preparado y de cada paciente.

La doctora señaló que por el momento los médicos orientan a los pacientes para que importen cannabis medicinal, que tiene la ventaja de que conocen sus componentes, pero la desventaja de que “no todo el mundo” puede acceder a ellos, por su alto costo. “[En Uruguay] hay proyectos de producción de medicina cannábica. En estos días se supo que van a traer de Suiza para hacer el aceite acá. Esperemos que sí. No tenemos que traer de ningún lado cuando tenemos una ley y un decreto”, finalizó Galzerano.

Por último, la doctora Andrea Rey subrayó la importancia de ver al cannabis desde el punto de vista de la enfermedad que se está tratando, y no desde “las bondades de la planta”. Señaló que para el síndrome de West no hay trabajos científicos que demuestren que el cannabis “es eficaz”, pero sí encuestas a padres que lo han usado como medicamento, y de ellas surgió que un alto porcentaje –cerca de 80%– logró controlar las crisis. No obstante, indicó que el CBD y el THC son antiepilépticos, por lo tanto, los consideran “como cualquier otro fármaco”.