Con su partida perdemos un interlocutor de erudiciones imprevistas y elegantes. También nos quedamos sin un amigo entrañable, y sin los libros que no llegó a escribir. Pero esos libros fantasmales se reflejan en los que sí escribió, y en ellos seguiremos conversando con el querido Amir.

César Aira

Amir se lleva su mente poderosa, su entusiasmo, su inmensidad de tantas cosas resonando a la vez, sus asociaciones increíbles, su humor.

Se lleva una parte de alegría cantando en el verano. La contundencia arrebatadora con que a veces topaba.

Nos deja todo eso que era capaz de sostener sacando chispas, todo lo que ponía a girar en su escritura.

En algún lado quedan también esas conversaciones largas que se van a enhebrar en cualquier vuelta del camino.

Y queda en alto la amistad, firme y serena.

Silvia Guerra

En casi cualquier asunto se puede exagerar. En algunos géneros, como la elegía y el obituario, es casi una obligación.

De manera que es comprensible que lo que se diga de Amir Hamed después de su muerte pueda parecer exagerado, especialmente si proviene de un amigo. Pues que lo parezca; no hay solución. Podría hablar como amigo, pero mi amistad con Amir es algo demasiado valioso como para darla a la imprenta. Hablo como escritor que, puesto a escribir, convocaba su imagen, conmixtión de maestro, guía, consejero y censor.

Para un escritor, saber que uno de sus textos será leído por alguien como Amir supone un desafío que, si uno logra dominar el pavor, puede resultar provechoso. Me corrijo: no hay “alguien como Amir”. A todos nos gusta pensar que somos únicos, pero casi nunca es verdad. Sin embargo, hubo sólo un Amir. El genio es infrecuente; son escasas las ocasiones de toparse con uno, aunque es común tildar de genios a individuos apenas virtuosos, sólo muy inteligentes o meramente creativos. Pero uno reconoce al genio cuando lo encuentra.

Amir era el individuo más inteligente que conocí. Entendía todo, incluso asuntos ajenos a su profesión. Tenía, al mismo tiempo, un poderoso espíritu de artista. La pérdida para los amigos no se puede expresar; la pérdida para el país es trágica. El país perdió un artista, ensayista y erudito capaz de iluminar la realidad lodosa en la que estamos sumergidos, que estaba en la plenitud de su capacidad, maduro para continuar con una obra que a cada página se hacía más preciosa.

Es posible que muchos de sus textos puedan ser calificados de difíciles, pero lo mismo se puede decir de la dificultad que ofrece la frase “mamá amasa la masa”; depende de quién lee. Hay textos difíciles en la medida en que los lectores encuentran dificultades para entenderlos. La dificultad no es un problema del texto, sino del lector. No todo es fácil en este mundo, y si alguien no entiende, haría mejor en examinarse a sí mismo antes que acusar al autor.

Una sociedad que pierde a alguien capaz de producir textos de tan enorme profundidad y belleza se empobrece. Amir tenía confianza en que la educación podría mejorar la sociedad, pero la verdad es que nada puede mejorar tanto a una sociedad como para que aparezca más de un Amir. Se trata de un hecho excepcional que el país no supo aprovechar lo suficiente.

La posteridad, claro, se encargará de corregir esa torpeza.

Carlos Rehermann

El oficio de Amir Hamed ha sido escribir. Y sin que Uruguay se haya acaso notificado del todo, aún, de lo que él le deja, se trata de una obra que ya no hace falta buscar, porque está en todos lados. Cumplió secretamente su recorrido, y hoy, en el día del aparente cierre, ya está Amir Hamed en todas las vidas donde por justicia debe estar. Llegó en sus novelas, en sus columnas, en un par de reportajes últimos de una cumplida conciencia completa; en su conversación, en sus clases, en sus artículos, en las letras de sus canciones.

“Entre las cosas hay una / de la que no se arrepiente / nadie en la tierra. Esa cosa / es haber sido valiente. / Siempre el coraje es mejor, / la esperanza nunca es vana”. Estos muy conocidos versos comparecen hoy por sí solos. El secreto más notorio de esta existencia llena de talentos ha sido, sin duda, el coraje.

Alejado de apoyos habituales que, por un destino, se le negaron, tuvo que hallar algún punto de apoyo que no le fallase. Siento que lo encontró en su escribir. A él se encomendó, y desde él movió. A sí mismo y a muchos otros. Ese oficio de hacerse fuerte en la letra, en la fuerza de lo que es como es, y ya no como uno quisiera, es una de las claves de su virtus personal e intelectual. Quizá esa sea la fuente de la pareja valentía que le permitió decir siempre su convicción, con independencia absoluta de los supuestos de lo gregariamente cobarde; y enfrentar dos años un diagnóstico terminal sin una sombra de queja, sin una caída, siempre conversando sobre lo de todos y escribiendo tanto o más que siempre, y siempre mejor. Estaba elaborando una nueva novela cuando las fuerzas ya no le alcanzaban para levantar, literalmente, un libro de la cama, o la cabeza de la almohada.

Cuando alguien decide consagrar su vida a pensar, conviene tener presente cuál es su actitud ante las pruebas concretas de la existencia. Amir Hamed ha oficiado en la orden de las letras sin desmentir nunca en sus hechos lo que escribió. Ese es el punto a partir del cual crecerá lo muchísimo que ha dejado, una de las obras principales de la literatura uruguaya. Antes de tiempo, espera que el tiempo de los lectores que tiene prometidos la alcance para revelarse. Sin poder pedirle permiso para citarlo –sospecho que me lo habría dado–, veo su enigma personal de león sirio en parte de la letra de “Sol chico”, una de las canciones que compuso cuando decidió ser, además, músico. Siempre me ha conmovido por lo tanto de grande, y hasta de inmenso, que hay en su pequeña extensión: “Sube redonda y sin sonido / Queda brillante bajo el agua / Desentendida del reflejo / En lo profundo está la llama / Tan hermosa que hasta hace doler / Es tempestad en plena calma / A veces creo me voy a romper / Si no dejo de mirarla / Está en el centro y su alrededor / Ya no la busques, no la busco yo”.

Aldo Mazzucchelli