Scheffer comenzó a interesarse por los ecosistemas de América del Sur en 2005, cuando junto con ecólogos de la región empezó a tomar muestras de 100 lagos distribuidos desde el norte de Brasil hasta Tierra del Fuego. Con uno de esos investigadores, Néstor Mazzeo –licenciado en Ciencias Biológicas, doctor en Ciencias y docente de la Universidad de la República–, comenzaron a pensar en la posibilidad de crear “un instituto interdisciplinario que se enfocara en estudiar, pensar en los mejores futuros del continente”, cuenta Scheffer. Y explica por qué: “Es una cuestión compleja que no pueden resolver un ecólogo, ni un economista, ni un filósofo, ni un matemático, ni un científico; de hecho, se necesita de todos esos científicos y de otros pensadores, y en eso estuvimos también pensando en las artes, como aliadas para entender el mundo”.

El cambio climático es una de las preocupaciones de Scheffer. Para explicar la necesaria interacción entre ciencia y humanidades, el docente afirma que los científicos buscan entender qué ocurre en la naturaleza –“qué está cambiando con el mar, con el clima”– para explicárselo a la sociedad. “A los científicos muchas veces nos sorprende, porque parece que la gente no escucha, sabemos qué tendríamos que hacer, y parece que nadie está entendiendo”, lamenta. Puso como ejemplo la adhesión que recogen las palabras del ex presidente José Mujica cuando le habla al mundo del Buen Vivir: “Todo el mundo está de acuerdo, yo también, pero no pasa. ¿Y por qué? ¿Cuál es la tensión que hay entre las maneras de ver el mundo y lo que ocurre en la práctica?”, se pregunta. Ahí entran las humanidades, que, a su entender, pueden ayudar a mostrarles a los científicos las maneras de pensar.

SARAS

Es un centro interdisciplinario de investigación que estudia “los procesos y mecanismos que determinan la sostenibilidad de servicios ecosistémicos indispensables para el bienestar humano”, como reseña la página web del instituto. Es una iniciativa conjunta de la Universidad de Wageningen (Países Bajos), la Universidad de la República (Uruguay), Resilience Alliance (Estados Unidos), el Ministerio de Educación y Cultura y la Intendencia de Maldonado, departamento en que se ubica su sede.

Durante el encuentro, científicos y humanistas comenzaron a definir posibles proyectos de investigación. Hicieron una recorrida por la Laguna del Sauce, en la que los científicos presentaron la situación de la fuente de agua potable del departamento de Maldonado y los conflictos entre el uso de la tierra y la calidad del agua, dijo Scheffer. Contó que, para conocer las diferentes maneras de pensar el paisaje, por medio de la literatura se puede conocer el relato “de la familia que antes plantaba papas y luego soja y cómo cambió su vida”. Adelantó que estuvieron pensando un proyecto, algo así como un tour turístico, que muestre el paisaje de la laguna “desde el punto de vista de las humanidades, de la percepción, de la cultura, de la historia, de la gente y la perspectiva científica”.

Antídotos contra la desigualdad

Scheffer estudia los sistemas complejos, que abarcan tanto a los naturales como a los sociales. “A mí me interesa todo. Soy originalmente biólogo, matemático y uso mucho la matemática para estudiar sistemas complejos. Lo fascinante es que hay reglas, universalidades en redes de animales, de plantas, de personas, redes de órganos en el cuerpo humano, redes de neuronas y [me interesa] cómo se comportan, qué define su estabilidad, su vulnerabilidad. En eso estoy trabajando y lo interesante es que se puede aprender mucho de mover de un sistema a otro sistema. Muchos de los grandes avances en las ciencias pasan si uno combina distintas ramas de ciencia, distintas maneras de ver cosas”, explicó.

Señaló, como ejemplo de esa manera de pensar, el artículo “Desigualdad en la naturaleza y la sociedad”, que escribió junto con Bas van Bavel –docente del Departamento de Historia de la Universidad de Utrecht de Holanda–, Ingrid A van de Leemput y Egbert H van Nes –colegas suyos del Departamento de Ciencias Ambientales de la Universidad de Wageningen–. El artículo, publicado en noviembre en la revista PNAS de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (está disponible en inglés en la página de SARAS), busca mostrar los principios generales y patrones similares que hay en la desigualdad en la sociedad –en la riqueza– y la abundancia de especies. “1% de las miles de especies de árboles de la Amazonia tiene la mitad de toda la biomasa, y 1% de las personas en el mundo tiene la mitad de todo el capital. Uno puede pensar que eso es coincidencia, pero el trabajo que hicimos muestra que probablemente no sea una coincidencia”, aseguró Scheffer. Explicó que se valieron del índice de Gini –que mide el coeficiente de desigualdad social– y datos de comunidades de la naturaleza, como árboles, pájaros y bacterias intestinales.

Marten Scheffer

Es biólogo y matemático, profesor de la Universidad de Wageningen (Países Bajos), donde lidera el grupo de Ecología Acuática y Gestión de Calidad del Agua. Es, también, director del Instituto SARAS. Trabaja en el análisis de los mecanismos que determinan la estabilidad y la resiliencia de los sistemas complejos. También es músico: toca el violín, la guitarra y la mandolina.

Los autores del artículo mencionado por Scheffer destacan que en la desigualdad inciden varios factores, pero identificaron que el azar es uno de ellos. “Si armamos un juego de dados entre 20 amigos y cada uno tiene 100 dólares, habrá diferencia: te puedes ganar 10%, perder 5% manteniendo el total, pero después de suficiente tiempo alguien va a tener casi todo. Es raro, es difícil entenderlo, pero así es. Es una fuerza de la naturaleza, incluso si nadie es superior a otra persona o a otra especie, eso va a pasar por una ley de la matemática, de la naturaleza”, explicó Scheffer.

El artículo analiza, también, los procesos que frenan la desigualdad. “En la naturaleza, si una especie gana mucha importancia, en general empieza una enfermedad y la mata”, dijo Scheffer. La publicación detalla que “las especies más abundantes tienden a sufrir proporcionalmente más que los enemigos naturales, incluidas las enfermedades, un mecanismo que reduce el dominio y permite que un mayor número de especies comparta recursos”. No ocurre exactamente lo mismo a nivel social. Scheffer afirmó que a lo largo de la historia las sociedades han tenido “instituciones formales e informales que frenan la desigualdad; las hay en las narrativas cristianas, en los impuestos que tenemos que pagar, en la narrativa del Buen Vivir y en las reglas que tenemos”. Agregó que “en períodos en que hay menor desigualdad, en general le va bien a la economía, porque el dinero se divide”, pero que “en ese período es inevitable que el dinero se acumule en las manos de pocos y, si eso pasa demasiado, es malo para la economía, porque mucha gente se queda sin recursos, frena a la economía, además de que a la gente no le gusta que uno tenga mucho y otro no tenga, sobre todo si parece injusto. Puede ser así durante siglos, pero el punto final de eso es una guerra, una revolución, un conflicto violento y se rearman las instituciones de una manera en que funcionan mejor”. Pero a la larga, dice, se vuelve al nivel anterior de desigualdad.

Los autores señalan que a nivel social las instituciones funcionan mejor a pequeña escala –un pueblo, una familia, una aldea–; enumeran que a fines del siglo XIX y principios del XX “las instituciones destinadas a restringir de forma efectiva la acumulación de riqueza se desarrollaron a nivel del Estado nacional, con la aparición de estados de bienestar financiados con impuestos”, pero advierten que en las últimas décadas “la globalización ha dado paso a un uso y una acumulación de riqueza más ilimitados”. “El campo de juego financiero para los países ricos ahora es global, y la movilidad de la riqueza ha aumentado enormemente, proporcionando inmunidad a la tributación nacional y otros obstáculos institucionales a la acumulación de riqueza”, señala el artículo.

“Lo que vemos es otro problema de escala: las leyes nacionales y los impuestos no frenan a la desigualdad en escala internacional, las compañías más grandes no tienen que respetar las reglas de países porque juegan el juego en otra escala y ahora no tenemos las instituciones a nivel mundial para frenar efectivamente el crecimiento de esa desigualdad. Eso es problemático y es el fin del artículo: ‘¿y ahora qué?’. Hay que hacer algo, hay que pensar en algo. El desafío que tenemos es asegurarnos que el fin de esta fase no sea un gran conflicto violento, somos demasiado inteligentes para dejar que pase eso, ahora tenemos que pensar otra cosa”, sugirió.