Un proyecto de cría de carpas y bagres en tanques australianos; otro que se propone elaborar yogur en la escuela; otro en el que se escriben y leen cuentos en la radio; un par que consistieron en cristales con materiales químicos; las tecnologías de información y comunicación y el pensamiento computacional tampoco quedaron afuera. Es diciembre, pero las túnicas blancas están resplandecientes y hasta las moñas azules parecen estar orgullosas. Niños de todas las edades y de todas partes del país llegaron a Montevideo el viernes 8 para participar en el noveno Coloquio de Educación Rural y contar allí sus proyectos, en su mayoría de ciencias naturales, aunque también hubo de arte, tecnología y ciencias sociales. En total, se relataron 19 experiencias en la jornada, dos por Canelones y una por cada departamento restante del interior.

Algunos con 20 estudiantes, otro con un solo alumno; los maestros buscan diferentes formas de trabajar en torno a las distintas características de las escuelas rurales, como la pedagogía multigrado, en la que niños de diferentes edades aprenden en la misma aula. Para Limber Santos, director del Departamento de Educación Rural del Consejo de Educación Inicial y Primaria, el trabajo en conjunto habilita el aprendizaje basado en proyectos, en el que “hay un hilo conductor que nuclea a todos los niños, que puede partir de un problema o una temática asociada a algo que sucede en la escuela o en el entorno”. Además, dijo que en esos casos “lo que ocurre naturalmente es que alrededor del proyecto están todos los niños, que participan desde diversos lugares pero hay algo que los une”.

Este año, varios proyectos se relacionaron con las ciencias naturales. Por ejemplo, “Cristalizando sueños”, de la escuela 68 de Costa de Santa Lucía, Canelones, y “Cristales: un mundo por descubrir”, de la escuela 19 de Valizas, Rocha, trabajaron a partir de la invitación de la Facultad de Química de la Universidad de la República (Udelar) para participar en el Concurso Nacional de Crecimiento de Cristales; ambos proyectos ganaron menciones. Otras escuelas, como la 8 de Zanja Honda, Soriano, y la 15 de Tomás Gomensoro, Artigas, trabajaron sobre el agua, en busca de respuestas a algunos problemas ambientales. En palabras de Santos, “la relación con las ciencias viene dada por la ubicación de la escuela en el medio natural y social, [ya que el niño] puede tener a mano recursos naturales que están asociados a la escuela, en la medida en que forman parte del entorno”. “Eso hace que tradicionalmente las ciencias hayan ocupado –y sigan ocupando– un lugar importante en la propuesta de enseñanza. Además, hay una serie de instituciones, entre ellas las facultades de Ciencias y de Química de la Udelar, y organizaciones no gubernamentales que apoyan mucho a la escuela rural con laboratorios, con maletas de materiales e insumos técnicos, y con información para los maestros”, agregó.

El director destacó que “parte de la formación de los maestros en el Centro Agustín Ferreiro se hace en acuerdo con la Facultad de Ciencias”, tanto “para la enseñanza como para la formación de maestros rurales en temas relacionados con la geología, la química, la física, y otros que ellos demandan porque no tienen demasiado en su formación y los necesitan, ya que tienen proyectos a su cargo enmarcados en esas áreas”.

Otros trabajos giraron en torno a la escuela productiva, como el que presentaron la 19 de Colonia Española, la 87 de Paraje La Sierra, la 97 de Barrio Mendaña, la 112 de Barrancas Coloradas y la 121 de Cerros Negros, todas del departamento de Colonia, que decidieron trabajar en conjunto en el Proyecto Integración Escuelas Rurales (PIER) sobre las huertas escolares. Hicieron lo mismo las escuelas de Maldonado del Agrupamiento de la Tierra al Plato: la 15 de Sarandí de Aiguá, la 23 de Grutas de Salamanca y la 33 de Cerro del Negro. Otro grupo de escuelas que se unió este año fueron las de Canelones, para trabajar el turismo y aprovechar que es el año internacional de la actividad.

Bajo la lupa

La escuela 51 de Cañada Grande y la 84 de Paso de la Armada, ambas de Cerro Largo, decidieron trabajar sobre el kéfir, más conocido como yoka, un producto lácteo fermentado con bacterias que funciona como base del yogur. “Los chiquilines estaban muy entusiasmados cuando se enteraron de que comían bichos y que ellos podían hacer su propio yogur”, comentó, entre risas, la maestra directora Ximena Ferreira.

Los alumnos empezaron una investigación de carácter cualitativo para comprobar cuánto sabían los vecinos del pueblo sobre los alimentos que consumían, y concluyeron que no mucho: solo tres personas sabían que el kéfir estaba compuesto de bacterias, aunque algunos “atinaron a decir que era algo con bichos”. Los niños hicieron folletos informativos y empezaron a trabajar con el producto hasta elaborar recetas de tortas y ojitos para compartir. Su proyecto de investigación los llevó a participar en la feria de clubes de ciencia, donde recibieron varias menciones.

Las dos escuelas que elaboraron cristales lo hicieron gracias al incentivo de la Udelar. En representación del resto de los estudiantes de la escuela 68 de Santa Lucía, contaron su experiencia Mateo Morales, Wanda Pérez, Nahierly Amarante, Iván Cuendes y Elías Pérez. Tímidos al principio, y siempre apoyándose en la mirada atenta de sus madres y de la maestra directora Walquiria Hernández, contaron cómo fue elaborar la maqueta de cristales que representa el patio de la escuela y que ganó la mención a la mejor construcción en el concurso Nacional de Crecimiento de Cristales. Sin materiales de laboratorio, apoyándose en vasos de plástico y frascos de muestra, lograron generar distintos tipos de materiales para representar todas las texturas de la naturaleza.

“Los cristales tenían muchas formas y colores: eran azules, verdes, amarillos, rojos, y algunos los hicimos con colorantes”, explicó una niña mientras el público veía las imágenes del proceso de su maqueta. Según comentó otro compañero, “los cristales tardaban una semana en formarse, y después pudimos hacer la maqueta entera; uno de los árboles está hecho de azúcar”. Otro de los niños aseguró: “A nosotros nos gustó mucho hacer la maqueta, porque trabajamos en equipo y compartimos experiencias”. Una niña agregó: “Fue un momento lindo porque aprendimos cosas nuevas y compartimos con amigos”.