Los crímenes cometidos por la Familia Manson en 1969 dejaron una fuerte marca en la memoria colectiva. Analizar por qué y cómo sería irse por las ramas, pero podemos mencionar al pasar que, tres décadas después de aquellos hechos, cuando el cantante Brian Hugh Warner decidió crear su siniestro personaje escénico adoptó el nombre Marilyn Manson y muchísima gente tuvo claro a quién aludía.

Las chicas puede simplificarse como una novela sobre la Familia Manson. Sin embargo, lo que parece interesar a su autora, Emma Cline, no es la acumulación de datos y hechos, sino responder a una pregunta: ¿por qué alguien puede unirse voluntariamente a una comunidad tan enfermiza? En este sentido, la primera parte del libro presenta a la protagonista, una adolescente insegura, con pocos amigos y una familia disfuncional que no le presta mucha atención. Recién después de esas 90 páginas comienza la acción propiamente dicha, y esta decisión no muy convencional es acertada.

Otro enorme acierto es la apuesta por la imaginación y la ficción. Russell es y no es Charles Manson, el líder de aquella comunidad, de la misma manera en que Mitch puede considerarse una mezcla de Dennis Wilson (integrante de la banda The Beach Boys que se relacionó con Manson) y Roman Polanski (cuya esposa, Sharon Tate, fue una de las víctimas), o sólo como un personaje literario. Esto le ahorró a Cline una investigación a fondo sobre los hechos reales y le facilitó obviar detalles sobre las creencias que Manson les inculcó a sus seguidores, para inscribir la propuesta de Russell en un marco new age genérico. A la vez, le dejó el camino libre para plantear a su gusto las relaciones humanas dentro de “la familia”.

El hecho de que la protagonista lo recuerde todo desde la época actual le otorga una distancia reflexiva, tan interesante como conmovedora. Hay un gusto a inocencia perdida, tanto en el nivel personal como en el social. Aquella zona de California es descrita como un lugar en el cual, antes de que ocurriera la masacre, la gente no trancaba las puertas de sus casas y, si un desconocido se aparecía en una fiesta privada, todos asumían que era amigo de algún invitado. Irónicamente, la narradora muestra un convencimiento de que esa fue la época más feliz de su vida. Esto ocurre sobre todo cuando lo compara con el resto de sus días, transcurridos entre la rutina y la insignificancia, mientras que en aquellos meses experimentó la felicidad de ser parte de algo más grande que ella y de soñar con la construcción de una nueva y mejor sociedad, al tiempo que conocía la libertad de quien se ha despojado de todo, incluso de las normas sociales. Los abusos psicológicos y sexuales perpetrados por Russell son vistos por ella como un pequeño precio a pagar a cambio de esa felicidad. Y, con respecto a las relaciones de poder dentro de la comunidad, parece haber una certeza de que la manada de leones no se mantiene cohesionada por el poder del macho, sino gracias a la camaradería entre las hembras.

Por contradictorio que pueda parecer, el amor es una de las razones de que la narradora permanezca en el grupo, aun cuando empiezan a verse claras señales de hacia dónde se dirige este. El capítulo introductorio puede interpretarse como la crónica de un flechazo, y cada lector deberá decidir si se trata del despertar de la protagonista a una sexualidad lésbica, o sólo de la inmensa admiración de una adolescente por una mujer algunos años mayor en la que ve todo lo que ella quisiera ser. O tal vez no tenga sentido hacerse semejantes preguntas, porque los límites entre una cosa y la otra pueden ser muy difusos a los 16 años.

La forma de escribir de Cline, buceando en la belleza oculta de las cosas, no sólo despega a Las chicas de la mayoría de los thrillers que ofrecen las librerías, sino que además establece importantes expectativas sobre el futuro literario de la autora, aunque el libro no está exento de algunas fallas, en especial relacionadas con las circunstancias de último momento por las cuales la protagonista no participa en los asesinatos.

Como la información de contratapa anuncia, ya hay productores interesados en adaptar al cine esta obra, que sin duda tiene un claro potencial en ese sentido. Resulta tentador el juego de imaginar qué actores podrían interpretar a cada personaje.

Las chicas

De Emma Cline. Anagrama, 2016. 336 páginas.